segunda-feira, 10 de agosto de 2009

“Hay muchos poseídos; yo paso doce horas haciendo exorcismos”



Se levanta al alba, dedica “unas cuantas horitas a la oración” y después inicia su labor de exorcista. “Desde las 11 de la mañana hasta las 9 de la noche, literalmente sin parar”, dice. Después, la misa, “y luego siempre tengo una, dos, tres personas más”. Es el padre Enrique González, exorcista de la arquidiócesis de Madrid, quien relató su experiencia en la revista “Pórtico”.

El sacerdote es enjuto, de sonrisa afable y hablar pausado, con el cabello oscuro como sus vestimentas clericales.

¿Realmente hay tantos casos de personas poseídas o, al menos, infestadas por Satanás, como para dedicar 12 horas al día? “Sí, sí. Y hay de todo: jóvenes hay muchos, incluso niños. Son personas que están por formarse; tienen toda una vida por delante, una vida que se puede torcer o enderezar, y quizás por eso siento una especial solicitud hacia ellos”.

El exorcista no es ingenuo: sabe que no todos los que vienen a él “son casos de posesión”. Aun así, “la oración, el exorcismo, están destinados a apartar, a alejar al demonio de la vida de una persona, pues tiene un poder liberador importante”. Se trata de una “herramienta” eficaz “para todos”, especialmente “para las personas con heridas, con esclavitudes”, ya que “les devuelve la libertad”.

El padre Enrique se dedicaba a los pobres en el albergue “El don de María” hasta que el arzobispo de Madrid, el cardenal Rouco, lo designó “para ejercer como exorcista de la catedral”. “Yo no me lo propuse; Dios fue configurando mi vida así y ya está”.

Ahora que es exorcista (ser exorcista no es un “título”, exclama) dice que contempla “más cerca y más cara a cara al diablo”. Se trata de “una criatura cuya maldad y odio contra Dios y los hombres es difícil de entender”. Satanás, según el padre Enrique, “puede aparecer con un rostro inocente o grotesco, pero detrás de ello se esconde una maldad, una inteligencia y un endurecimiento difícil de imaginar”.

Una de las armas contra el diablo es invocar la protección de la Virgen. “Hay muchos demonios que no soportan el Avemaría; muchos. Sobre todo el rezo repetitivo del Avemaría, que expulsa a muchos demonios, a muchísimos demonios”.

La vida del padre Enrique y de los que lo asisten –especialmente la hermana Carmela, una religiosa– no se limita a su oficio de exorcista. Ha peregrinado desde Madrid a pie –sin dinero y comiendo de lo que le daba la gente– a Santiago y a Covadonga; a Roma y Loreto (Italia); a Lourdes (Francia); a Jerusalén y a Czestochowa (Polonia). Siempre dedica en verano varias semanas a peregrinar. “Lo más bonito es la experiencia del abandono, el ofrecimiento al amor de Dios que hay en abandonarlo todo, en no tener ningún otro recurso fuera de Dios, en vivir a la intemperie.

“No espero nada de este mundo”, dice el sacerdote madrileño. “La esperanza teologal es la que se apoya sólo en Dios, en el modo de ser de Dios, en la bondad de Dios, en su amor, no en nada humano”.

De joven pensó ser quimico. “Pero luego Él me fue atrayendo hasta que comprendí que mi vida tenía que dársela a Dios”. El sacerdote no tiene reparos en abrir su corazón: “Recuerdo salir muchas noches para estar a solas con Dios y no poder dormir sin saber cuál era la causa de mi angustia y así pasar muchas horas y muchos años de estar a solas con Él y de haber conocido el dolor y la angustia”. “Aquí nació mi vocación a la oración, porque sólo encontraba la paz en Dios, a solas con Él en la capilla. Ahora soy sólo oración; no hago otra cosa que rezar por los demás”, concluye.+ (Armando Puente)

Fuente: Aica