sábado, 28 de novembro de 2009

El Ciclo Temporal o "Cristológico"






"Durante todo el curso del año, la celebración del Sacrificio eucarístico y el Oficio Divino, se desenvuelve, sobre todo, en torno a la persona de Jesucristo, y se organiza en forma tan concorde y congruente, que nos hace conocer perfectamente a Nuestro Salvador en sus Misterios de humillación, de redención y de triunfo. Conmemorando estos misterios de Jesucristo, la Sagrada Liturgia trata de hacer participar en ellos a todos los creyentes, dé forma que la divina Cabeza del Cuerpo místico viva en la plenitud de su santidad en cada uno de sus miembros. Proponiendo a nuestra meditación, en tiempos fijos, la vida de Jesucristo, la Iglesia nos muestra los ejemplos que debemos imitar y los tesoros de santidad que hemos de hacer nuestros; porque es necesario creer de corazón lo que se canta con la boca, y traducir en la práctica de las costumbres públicas y privadas lo que se cree de corazón."

La parte principal del año litúrgico gira en torno a Jesucristo, como Sol moral de la Iglesia y del Universo, adorando y celebrando los dos grandes Misterios de la Encarnación y de la Redención.

Estos dos misterios, permaneciendo siempre misterios para nosotros, a través de las solemnidades y de los períodos litúrgicos inúndense de luz y de encantadores hechizos, y llegan a ser realmente para los cristianos, el camino, la verdad y la vida.

Cada uno de estos dos misterios forma su ciclo litúrgico aparte, un ciclo que se encarga de prepararlo y de celebrarlo, y de prolongar más o menos el eco de esta celebración. El centro del uno es el Pesebre, y el del otro la Cruz.

Ellos son:

1. El Ciclo de Navidad, que se desarrolla alrededor del Misterio de la Encarnación; y

II. El Ciclo Pascual, que celebra el Miste'. de la Redención.


EL CICLO DE NAVIDAD

(Preparación, Celebración y Prolongación
del Misterio de la Encarnación)



CAPÍTULO I
EL TIEMPO DE
ADVIENTO


(Preparación de la Encarnación)


1. Significado del Adviento.

"En el sagrado tiempo de Adviento la Iglesia despierta en nuestra conciencia el recuerdo de los pecados que tristemente cometimos; nos exhorta a que, reprimiendo los malos deseos y castigando voluntariamente nuestro cuerpo, nos recojamos dentro de nosotros mismos con piadosas meditaciones, y con ardientes deseos nos movamos a convertirnos a Dios, que es el único que puede, con su gracia, librarnos de la mancha del pecado y de los males, que son sus consecuencias."

2. Origen y razón de ser del Adviento.


El Adviento (del latín: adventus, "advenimiento", "llegada"), es un tiempo de preparación para el Nacimiento de Jesucristo, en Belén, y representa los cuatro mil y más años que estuvieron los antiguos aguardando y suspirando por la venida del Mesías.

La institución del Adviento como tiempo preparatorio para Navidad, data, en España, de fines del siglo IV, según consta por un canon del concilio de Zaragoza celebrado el año 380, y en el resto de Occidente, de principios o mediados del siglo V.

Vino entonces como a reafirmar la doctrina de los concilios de Éfeso y Calcedonia, proclamando el dogma de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona de Jesucristo, contra la herejía cristológica de Nestorio y Eutiques, y a dar mayor relieve en la Liturgia al misterio de la Encarnación y al de la Maternidad de la Virgen.

Hoy día comienza el Adviento el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés (30 de noviembre), o sea, entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre, y abarca, por lo tanto, tres semanas completas y parte de la cuarta.

Al principio varió su duración según las liturgias y los países, notándose una tendencia casi general a equiparar el Adviento con la Cuaresma, en el tiempo y aun casi en el rigor. En las Galias y en España, por ejemplo, y en rito ambrosiano, empezaba el Adviento el día de San Martín (11 de noviembre), y se prescribían como obligatorios para los fieles, dos, tres y hasta cuatro ayunos semanales y casi diarios para los monjes. La disciplina actual sólo prescribe el ayuno con abstinencia el miércoles, viernes y sábado de las IV témporas, y la Vigilia de Navidad , y en muchos países, en virtud de Bulas e Indultos particulares tan sólo sobrevive el último. Asimismo, para semejarlo todavía más con la Cuaresma, en los últimos días se cubrían las imágenes y altares, igual que en Pasión.

Por asociación de ideas, a la primera venida de Jesucristo a la tierra, en carne mortal, une la Iglesia el pensamiento de la segunda, al fin del mundo; y, en consecuencia, el Adviento viene a resultar una preparación a ese doble advenimiento del Redentor.

En este concepto tiene este período litúrgico una puerta que mira al pasado y otra al porvenir; de un lado, tiene por perspectiva los millares de años durante los cuales la humanidad esperaba a su Redentor, de otro los siglos que han de transcurrir hasta la hora del cataclismo postrero, en el que ha de zozobrar nuestro planeta" . Cada uno de estos dos advenimientos sugiere a la Liturgia ideas y sentimientos peculiares, que ella expresa con soberana elocuencia e inflamados acentos. Para preparar el primero traduce las ansias y suspiros cada vez más crecientes de las generaciones del Antiguo Testamento, y para prevenir el segundo, alude de vez en cuando al juicio final o alguna de sus circunstancias.

Pero, además de prepararnos el Adviento para el nacimiento histórico de Jesucristo y para el Juicio Final, nos revela cada año al Cristo de la promesa, es decir, al Cristo de los Patriarcas y de los Profetas, al Deseado de los collados eternos, y estrecha nuestras relaciones íntimas con el Cristo místico, cuya venida y completo reinado en las almas prepara también .

El Cristo de la Promesa es el que llena toda la historia y todos los libros del A. Testamento, Aquél en quien creían, a quien esperaban y a quien, sin conocer, amaban todos los justos de Israel. Aludiendo tan a menudo a Él, la liturgia de Adviento nos pone en comunicación de fe, de esperanza y de amor con todas las generaciones creyentes que nos han precedido, y nos persuade de que somos de la descendencia espiritual de Abrahán y herederos legítimos de la Sinagoga.

El Cristo místico es el Cristo viviendo en las almas y reproduciendo en ellas los fenómenos de su vida divina, haciendo de los cristianos otros cristos. Cada Adviento tiende a producir en nosotros un acrecentamiento nuevo de este Cristo místico.

3. Carácter del Adviento.

Considerado a través de la Liturgia, el Adviento, por lo mismo que recoge las ansias e inquietudes de las pasadas generaciones y los entusiasmos y regocijos de las nuevas ante la venida del Salvador, es una mezcla de luz y de sombra, de alegría y de tristeza, de angustiosa incertidumbre y de seguro bienestar. Y este doble aspecto se descubre a cada paso en los textos de la Misa y del Oficio, y también en algunos detalles exteriores de la Liturgia.

La tristeza está más bien dibujada en algunos rasgos exteriores del culto, como son: el empleo en los domingos y ferias de Adviento, de los ornamentos morados, y de las casullas plegadas, o planetas, en lugar de majestuosas dalmáticas; la supresión de los floreros, del órgano, del "Gloria in excelsis", del "Te Deum", del "Ite missa est", y de las bodas solemnes.

Todos estos son indicios indudablemente, de alerta preocupación y tristeza, comunes al Adviento y a la Cuaresma, pero el objeto de uno y otro período litúrgico los diferencia radicalmente, como bien lo manifiesta el uso diario, en Adviento, del festivo aleluya, nunca permitido en Cuaresma. El carácter de penitencia, que algunos recalcan por demás, le vino al Adviento, en el siglo VII, de la influencia del ayuno monástico, no de su propia esencia y espíritu. Pues de suyo lo repetimos—, es una temporada de recogimiento y de santa y confiada expectación.

4. Etapas del Adviento.

Desde el Papa Nicolás I, en el siglo IX, el Adviento consta de cuatro semanas, cuyos domingos son "estacionales". Cada dominica tiene su Misa y Oficio propios y hermosísimos, y señala un notable avance hacia el venturoso suceso de Belén. La silueta del Redentor se va perfilando de semana en semana, y adquiriendo nuevos matices y relieves, hasta que, al fin, se le ve aparecer en carne mortal. Paralelamente se va proclamando cada vez más alto la virginal Maternidad de María.

El más célebre de estos domingos es el III, llamado "Gaudete" (alégrate) por la primera palabra del Intróito, y porque traduce a maravilla el espíritu de la liturgia en este día, que es de extraordinaria alegría.

En él suspende la Iglesia todas las manifestaciones exteriores de luto, vistiendo a sus ministros de color rosa y de dalmáticas, engalanando con flores los altares y tañendo el órgano. En las etapas del Adviento, señala este domingo el punto culminante del progresivo ascenso a Belén. Con ser el equivalente al domingo "Laetare", IV de Cuaresma, no suscita en los fieles tanta alegría como aquél; pero es porque tampoco se hace sentir tanto su ausencia, ya que la tristeza de Adviento es muy moderada y obedece a muy distintas causas, como hemos dicho.

Como a medio camino del Adviento, interpónense las IV Témporas (miércoles, viernes y sábado de la III Semana), que son las que con sus ayunos y abstinencias imprimen a la temporada un cierto tinte de austeridad y penitencia.

Eran éstas las Témporas más importantes del año y las únicas en que, en la antigüedad, se celebraban las Ordenaciones. El miércoles era muy célebre en la Edad Media por su Evangelio "Missus est", que inmortalizó San Bernardo con sus cuatro popularísimos sermones sobre las alabanzas de María. En él se proclamaban ante el pueblo los candidatos para las Ordenaciones.

Pero la más amena y alentadora de todas es la etapa última, que abarca del 17 al 25, y que, con su repertorio de antífonas propias, a cada cual más vibrante, nos pone al Salvador ocho días antes de nacer, casi al alcance de la mano: "Ecee veniet, dice, Ecce jam venit, De Sion veniet, Egredietur Dóminus, Constantes estofe", etc., y con la fiesta de la Expectación, al menos en España 5, nos en vuelve anticipadamente en un ambiente de cuna.

5. Las "Antífonas O".

—Entre las Antífonas que, del 18 al 26 de diciembre, resuenan en los Oficios del Adviento, las más solemnes y más célebres son las llamadas "Grandes Antífonas", o "Antífonas O", por empezar todas con esa exclamación. Son como las últimas explosiones de las fervientes plegarias de Adviento, y los últimos y más apremiantes llamamientos de la Iglesia al suspirado Mesías.

Según Amalario de Metz, estas Antífonas son de origen romano, y probablemente datan del siglo VII. Fueron, en un principio, siete, ocho, nueve, y a veces, hasta diez y más ; pero desde Pío V se fijó en siete su número. En cada una llámase al Mesías con un nombre distinto: Sabiduría, Adonai, Oriente, Rey, Emmanuel (Dios con nosotros). Han sido vaciadas todas en un mismo molde literario y traducidas a una misma melodía musical, siendo, bajo ambos aspectos, composiciones clásicas. En las catedrales y monasterios, entónenlas cada día un canónigo o un monje distinto, revestido de pluvial y entre ciriales y repiques de campanas.

Antiguamente, al menos en las abadías, después del Abad y del Prior las entonaban por su orden: el monje jardinero, el mayordomo, el tesorero, el preboste y el bibliotecario, en atención a la afinidad que creían hallar entre cada uno de esos títulos y sus respectivos cargos. Servíanse de viejos cantorales, iluminados con miniaturas y perfiles simbólicos. Todo este aparato y el significado mismo de las Antífonas, llevaban a las Vísperas de estos días numerosos fieles, que mezclaban sus voces con las del clero y así disponían progresivamente sus corazones para las alegrías de Navidad.

Algún liturgista hace notar que las letras iniciales de estas Antífonas, invertidas, forman un ingenioso acróstico de dos palabras: ERO CRAS (estaré mañana), que es como la respuesta atenta del Divino Emanuel a esos siete llamamientos de la Iglesia. Hélo aquí:



ES> E mmanuel... veni!
TA> R ex... veni!
RE> R riens... veni!

MA> C alvis... veni!
ÑA> R adix... veni!
A donai... veni!
NA> S apientia... veni! V
E
N

V
E
N


6. La Vigilia de Navidad.

El Adviento se clausura el 24 de diciembre con una solemne Vigilia que en la Liturgia, lo mismo que en la vida hogareña y social, es como el alboreo de la Pascua, la sonrisa inicial del Divino Infante, y el primer repique del interminable campaneo que ha de estallar en la "Misa del Gallo", al oír cantar a los Ángeles: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!".

Esta Vigilia es posterior a la fiesta de Navidad. A diferencia de todas las demás Vigilias, ésta es de alegría y de alborozo; no obstante que, por no infringir las leyes litúrgicas, no se usa todavía en la Misa "Gloria" ni los ornamentos blancos, y persiste la obligación del ayuno .

En el Oficio de Prima, en los coros de las catedrales y de los monasterios, se canta hoy con pompa inusitada la Kalenda o anuncio de la Navidad, según el Martirologio. El cantor, revestido de pluvial morado y entre ciriales encendidos, inciensa el libro, y comienza el cómputo en recto tono, pero muy solemne, hasta llegar al anuncio mismo del Nacimiento del Señor, en que sube de tono y cambia de melodía.

Reza así el anuncio: "En el año 5199 de la Creación del "mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; " en el 2957 del diluvio; en el 2015 del nacimiento de "Abrahán; en 1510 de Moisés y de la salida del pueblo " de Israel de Egipto, en el 1032 de la unción del rey " David, en la semana 65 de la profecía de Daniel; en " la Olimpíada 194; en el año 752 de la fundación de " Roma, en el 42 del imperio de Octavio Augusto; estando "todo el orbe en paz; en la sexta edad del mundo: Jesucristo crista, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo " consagrar al mundo con su misericordiosísimo Advenimiento miento, concebido por el Espíritu Santo, y pasados nueve "meses después de su concepción, nació hecho Hombre, de " la Virgen María, en Belén de Judá." (Se arrodillan todos los circunstantes, y prosigue el cantor en tono más agudo): "Navidad de N. Señor Jesucristo según la carne". (Y continúa el acólito el anuncio de los Santos del día siguiente, empezando por Santa Anastasia, de la que en la Misa de la "aurora" ha de hacerse mañana conmemoración).

Este anuncio de la Navidad del Señor, tan solemne y tan grandioso, se parece bastante al que hace el diácono el Sábado Santo, en el canto "Exúltet", de la Pascua de Resurrección. ¡Lástima que a la casi totalidad de los cristianos se les pase hoy completamente desapercibido!

Al atardecer tienen lugar las primeras Vísperas de Navidad, donde el Salvador aparece como Rey pacífico y magnífico, que viene a tomar posesión de la tierra. "Levantad vuestras cabezas —dice la 5a Antífona—, y ved que se acerca vuestra redención". Sólo falta ya empezar los Maitines de Noche Buena, cuyo Invitatorio dice textualmente: "Nos ha nacido Cristo: venid, adorémosle".




EL TIEMPO DE
NAVIDAD

(Celebración y prolongación de la Encarnación)



El ciclo litúrgico llamado Tiempo de Navidad, abarca desde el 25 de diciembre, fiesta del Nacimiento del Salvador, hasta el 2 de febrero, fiesta de la Purificación, comprendiendo, por lo tanto cuarenta días. Su objeto es celebrar con transportes de gozo el Nacimiento del Señor, en Belén; su infancia y vida oculta, en Nazareth; y las primeras y solemnes manifestaciones del mismo a los hombres.

Por su objeto y extensión puede dividirse esta temporada, y, en la Liturgia, de hecho se divide, en dos períodos:

a) Período de Navidad, propiamente dicho, que abarca los quince días comprendidos entre esta fiesta y la de Epifanía; y

b) Período de Epifanía, que va hasta el Domingo de Septuagésima.

El 1er. Período es una fiesta no interrumpida en torno a la cuna de Belén, donde la Iglesia contempla y celebra embelesada los encantos y grandezas del Divino Infante, y también las alegrías y excelencias de la Virgen Madre.

El 2° Período ensancha más el horizonte litúrgico y pone de relieve las manifestaciones del Hijo de Dios principalmente en el misterio de la Adoración de los Santos Reyes, en el de su Bautismo, y en su primer milagro, en las bodas de Caná.

Toda esta temporada es de alegría, pero no de una alegría desbordante y triunfal, como la de Pascua de Resurrección, sino reposada y sonriente, cual la que inundó a José y a María en la intimidad de la cuna de Belén.

ART. 1°
PERÍODO DE
NAVIDAD

(Celebración de la Encarnación)

1. La fiesta da Navidad.

La fiesta de Navidad, hoy una de las más solemnes del año, no fué instituida en la Iglesia antes del siglo IV. Es originarla de la Iglesia latina, y, más propiamente, de la Sede Apostólica, la cual, no se sabe bien cómo, empezó a celebrar el 25 de diciembre el aniversario del Nacimiento del Salvador.

No existe una tradición autorizada acerca de la fecha histórica del Nacimiento de Jesucristo, ni es posible por falta de documentos, llegar a fijarla de un modo indiscutible. Nos es, pues, desconocido el año, sobre el que se han zurcido las más variadas conjeturas; y todavía más el día, el que los escritores sagrados y profanos, a partir de Clemente de Alejandría ( i 215), han hecho oscilar entre el 17 de diciembre y el 29 de mayo . En vista de estas oscuridades a principios del siglo II empezó a celebrarse en el Oriente en los primeros días de enero, y con preferencia el 6, la fiesta de la Epifania o de las diversas manifestaciones del Señor o sea: su Nacimiento, su Bautismo, y su Adoración por los Reyes; fiesta que poco a poco fué introduciéndose en el Occidente. Esta fecha y esta fiesta global de los primeros misterios de la Vida de Jesucristo, habíanse impuesto, para el siglo IV, en casi toda la Iglesia universal, cuando Roma, quizá para contraponer una fiesta sagrada a la profana y supersticiosa en honor del Sol invicto, el dios Mitra, que el Calendario civil Filocaliano indicaba el 25 de diciembre, desglosó de la Epifanía la memoria del Nacimiento del verdadero Sol de justicia Jesucristo, y la trasladó definitivamente a esta fecha. Ordinariamente fué ésta una fiesta exclusiva de la Iglesia latina, pero, hacia el año 375, S. Juan Crisóstomo la implantó en Antioquía, de donde pasó a Constantinopla; luego, a mediados del siglo V, a Jerusalén, y, por el año 430, a Alejandría, de donde en seguida se extendió a todo el Oriente .

2. La liturgia de Navidad.

La característica litúrgica de la fiesta de Navidad es el uso de las tres Misas, y la celebración nocturna de los Maitines y Laudes, antes y después, respectivamente, de la primera Misa. La 1a Misa se celebra hoy justo a media noche, mientras que primitivamente celebrábase en Roma ad galli cantum, "al canto del gallo" ; la 2a al despuntar la aurora; y la 3a en pleno día. Con la la la Iglesia se propone honrar sobre todo el Nacimiento, en Belén, del Hijo de Dios; con la 2a, su aparición a los pastores, y con la 3a su manifestación a todo el mundo.

El Oficio de Maitines y Laudes era celebrado en Roma con extraordinaria solemnidad y bajo la presidencia del Papa. Con pompa inusitada celebrábanlo también las iglesias catedrales y monasteriales de todo el mundo, bajo la presidencia de sus prelados. Hoy mismo es el Oficio nocturna que se celebra con mayor esplendor, y el único al que suelen asistir algunos fieles. Comienzan los Maitines a eso de las diez de la noche para terminar a las doce en que principia la llamada "Misa del gallo". En las iglesias benedictinas, las Lecciones del I Nocturno, en que Isaías profetiza y relata con un candor inimitable el nacimiento temporal del Divino Parvulillo, se cantan con una melodía gregoriana encantadora; y con otra especial cántase también el Evangelio de las Genealogías de Jesucristo, con que termina ese Oficio.

Después de los Maitines y de la Misa, durante la Edad Media celebrábase en muchas iglesias el Oficio de los Pastores, que era una especie de representación escénica de anuncio a los zagales de Belén del Nacimiento del Niño Jesús. A él seguían entonces los Laudes, como ahora siguen a la Misa, cuya primera antífona "¿A quién habéis visto, oh pastores ? . . . " parecía hecha como para enlazar el drama pastoril con el oficio litúrgico.

El uso de las tres Misas debió empezar en Roma durante el siglo V, pues en el siguiente alude a él expresamente el Papa San Gregorio Magno, en la homilía que hoy leemos en los Maitines de Navidad. Desde entonces, todos los sacerdotes pueden celebrar ese día tres misas; pero los fieles tan sólo pueden comulgar una vez, y satisfacen el precepto asistiendo a una cualquiera de ellas.

Al principio, en Roma, sólo había una Misa el día de Navidad, que correspondía a la tercera nuestra, pero al reconstruir el Papa Sixto II la basílica liberiana bajo la advocación de Santa María la Mayor, y pasar así (y más cuando luego se instaló allí un Pesebre), a ser como una representación romana de Belén, empezó a celebrar en ella una Misa nocturna a imitación, probablemente, de la que tenía lugar en el verdadero Belén de Palestina. La "Misa de la aurora", que se remonta al siglo V, fué en su origen una Misa introducida en Roma por la colonia bizantina en honor de Santa Anastasia, mártir de Sirmio, muy popular en Constantinopla .

El canto típico de la Misa de media noche es el del Gloria in excelsis, entonado un día, precisamente, en ese mismo momento, por los Ángeles del cielo. La Iglesia saluda su reaparición en la liturgia, después de haberse privado de él durante el Adviento, con alborozados repiques de campana.

La piedad de nuestros padres, tan entusiasta a veces y tan espontánea, no pudo contenerse esta "Noche Buena" en los justos límites de la liturgia, de suyo ya harto expresiva, e introdujo en el templo, de contrabando, músicas bailadoras, zambombas, castañuelas y panderetas no desaparecidas aparecidas todavía por completo.

3. Interesante epílogo.

Los oficios icios de Navidad, en los siglos medioevales, se comenzaban, continuábanse y se terminaban universalmente en un ambiente de espiritual regocijo, el cual del templo trascendía al hogar y a la vida social, donde de ordinario se resolvía en derroches de dulces y chucherías, que hacían las delicias de chicos y grandes, lo mismo que las hacen hoy los turrones y mazapanes. En Roma, donde el Papa pontificaba las tres misas con brillo deslumbrador, éstas terminaban con un interesante epílogo litúrgico doméstico, que los Ordines o ceremoniales de la época describían aproximadamente de esta forma:

"Terminada la última Misa de Santa María la Mayor (y hasta el siglo XI en San Pedro), el Papa recibía el regnum (o tiara de una sola corona, que era la de entonces ) de manos del archidiácono, y, escoltado por los cardenales, obispos, diáconos, subdiáconos, notarios etc. montados todos a caballo, emprendía la marcha triunfal hacia su palacio de Letrán para comer. Al llegar a las puertas de la pequeña basílica del Papa Zacarías, apeábanse los cardenales y todos los del séquito para rendir homenaje al Pontífice, a este tenor,

"El cardenal arcipreste de San Lorenzo pedíale por todos la bendición, y entonaba: ¡Al Smo y egregio tres veces felicísimo Papa N. N.; salad y vida!

"Y respondían todos tres veces consecutivas: Que Dios lo conserve!

"Y el cardenal replicaba: ¡Salvador del mundo! Santa María, efe.

"Y ellos respondían cada vez: ¡Ayúdale!

"Agradecíales el Papa el saludo, y gratificaba a cada uno de los cardenales con tres monedas de plata.

"A continuación tomaban la palabra los jueces, el principal de los cuales exclamaba: ¡Feliz día éste!

"Y todos respondían: ¡Por muchos años!

"Replicaba el jefe: ¡Que lo pases bien!

"Y todos en coro vociferaban: i Que todos lo pasemos bien!

"Después de lo cual el Pontífice se apeaba del caballo, y, ya en el interior de su palacio, siguiendo una antigua tradición de los Césares, hacía un buen donativo en dinero a todos los de la comitiva, quienes se deshacían en demostraciones de gratitud. En seguida empezaba la comida, en la que todos tomaban parte sentados por orden en la mesa con sus vestiduras sagradas, como si se continuara la ceremonia litúrgica. Luego el Papa se recogía en sus habitaciones particulares, donde rezaba las segundas Vísperas de Navidad con solo sus familiares" .

4. Los nacimientos.

Aunque no sean litúrgica cas los nacimientos o "belenes", pero instalándose como se instalan en las iglesias, y habiéndose connaturalizado ya tanto con la liturgia de Navidad, hácese necesario apuntar aquí algunas noticias relativas a ellos, siquiera a título de ilustración.

La devoción al pesebre y a la cueva de Belén, muy amortiguada durante la larga época de las persecuciones, revivió y entendióse por todo el mundo cristiano con ocasión de su hallazgo por la emperatriz Santa Elena. Desde entonces, puede decirse, empezaron hacia los Santos Lugares las peregrinaciones piadosas que todavía continúan hoy con entusiasmo. La cueva del Nacimiento fué para muchos objeto de predilección, y algunos, como San Jerónimo y sus dirigidas Santa Paula y Santa Eustaquia y otras hasta eligieron sus alrededores para su morada y su sepultura. El emperador Constantino erigió sobre ella una basílica y, a imitación suya, muchas ciudades de Occidente edificaron iglesias dedicadas al misterio del Nacimiento del Salvador, en cuyas criptas a veces se abría una especie de cueva como imitando la auténtica de Belén. La más célebre de éstas es la "Capilla del Pesebre" en la Basílica de Santa María la Mayor ad praesepe donde se cree que su autor, el Papa Sixto II, colocó una copia del pesebre, que más adelante fué enriquecida con fragmentos del verdadero, traídos de Jerusalén. Por el mismo tiempo, o sea, entre los siglos IV y VII, comenzaron los pintores y escultores a representar, en formas a veces muy ingenuas, la escena de la cueva del Nacimiento, ora aislada, ora en el conjunto de la Adoración de los Reyes . En una imagen grabada el año 343, sobre un sarcófago, conservado en el museo de Letrán, el Niño reposa en el duro suelo entre un buey, un asno y dos pastorcillos. La presencia del buey y del asno es un elemento inventado por los evangelios apócrifos, que aplicaron a Nuestro Señor el siguiente texto de Isaías: "Conoció el buey a su poseedor, y el asno el pesebre de su amo" (c. I, 3); y éste otro de Habacue, traducido así por los Setenta: "Lo reconocerás en medio de dos animales" (e. III, 2); lo que dió motivo a que algunos Padres de la Iglesia lo entendieron de dos animales que, según la vulgar opinión, habría junto al pesebre del Señor. El pueblo sencillo, que gusta de los cuadros realistas y pintorescos, imitó en los belenes locales estas representaciones; sobre todo desde que San Francisco de Asís y su Orden los propagaron como un recurso de apostolado, rodeándolos de poesía y de ternura insuperables. Hoy no hay ya pueblo, ni iglesia, ni casa ni familia que no instale su Nacimiento y que no desahogue ante él su tierna devoción para con el Divino Niño, mediante ese género tan típico de música y de poesía que llamamos villancicos.

5. La infraoctava de Navidad.

Durante la octava de Navidad, el Misal señala: para el 26 de diciembre, la fiesta del Protomártir San Esteban; para el 27, la de San Juan Evangelista; para el 28, la de los Santos Inocentes, para el 29, Santo Tomás de Cantorbery; después, una Misa para la infraoctava de Navidad; y para el 31, San Silvestre; cerrándose la octava con la fiesta de la Circuncisión

Ninguna de estas fiestas, salvo la de Santo Tomás, ocupa este lugar en el Calendario por razones históricas.
La Iglesia las ha colocado aquí en homenaje al recién nacido, a saber: a San Esteban, por haber sido el primero
que derramó su sangre por confesarlo; a San Juan Evangelista, por ser su discípulo amado; a los Niños Inocentes,
por haber muerto a manos de Herodes en lugar suyo; ya San Silvestre, sin duda por creerse que fué él quien instituyó la fiesta de Navidad.

El día de los Santos Inocentes, atendiendo más la liturgia a los llantos de las madres privadas de sus hijos, que al glorioso martirio de éstos, usa en señal de duelo los ornamentos morados, y suprime en la Misa el "Gloria", el "Aleluia" y el "Ite missa est" .

En la Edad Media, toda la octava de Navidad era de extraordinario regocijo. Cada día se organizaban fiestas litúrgico populares, con representaciones escénicas, las cuales, además de divertir y entretener santamente al clero y a los fieles, los ilustraban en los misterios de la religión y hacíanlos vivir al unísono con la Iglesia .

6. La fiesta de la Circuncisión.

—Primitivamente, el 1ro de enero conmemorábase en la liturgia la octava de Navidad, con alusiones especiales a la Maternidad de la Sma. Virgen; pero no era día de fiesta religiosa. Éralo, en cambio, de diversiones paganas, en desagravio de las cuales prescribió la Iglesia a los cristianos, primero preces públicas de penitencia, y luego, para mayor eficacia, contrapuso la fiesta de la Circuncisión a la del dios Jano. Es la que con carácter de obligatoria hoy celebramos, para santificar con ella la entrada del nuevo año civil.

Probablemente la fiesta de la Circuncisión es de origen galicano, e institución del siglo VI. En el VII y siguientes hizo su entrada en Italia, en España y entre los celtas; pero Roma no la admitió hasta más tarde ; quizá en el siglo IX. Y al admitirla, si bien se atuvo al objeto propio de la fiesta, que era honrar la Circuncisión del Niño Jesús, se guardó muy mucho de no privar a la Santísima Virgen del recuerdo honorífico que de su Maternidad se venía haciendo en la liturgia de ese día. Al efecto, aunó en un mismo Oficio y festividad, los tres misterios a saber: el de la Circuncisión, el de la Maternidad de María y el de la octava de Navidad. Los textos litúrgicos de la fiesta tan pronto se refieren a uno como a otro.

Anteriormente a la fiesta de la Circuncisión, y luego conjuntamente con ella, se celebró en muchas iglesias la fiesta llamada ad probibéndum ab idólis (para apartar de los ídolos), con textos y preces muy a propósito para infundir horror contra las supersticiones y prácticas paganas que en las salidas y entradas del año estaban en uso . En reglones donde la fiesta de Jano, a quien se le atribuía el oficio de abrir el nuevo año, hacia mayores estragos, los obispos se vieron precisados a ordenar, además, ayunos, letanías y oraciones de penitencia en expiación de las saturnales paganas; un poco por el estilo de las XL Horas con que hoy se expían los excesos de Carnaval. Poco a poco y merced a esta poderosa campaña litúrgica y a las valientes protestas de los obispos y sacerdotes desapareció la fiesta oficial del dios Jano, y con ella su contraria ad prohibéndum ab idólis; pero Jano, además de inmortalizar su nombre dándosele al mes de enero (en latin januarius); perpetuó también su mal espíritu, del que participan no poco las diversiones que hoy mismo se organizan para despedir y saludar el año.
fonte: http://devocioncatolica.blogspot.com