terça-feira, 26 de janeiro de 2010

Secularización del sacerdote, clericalización de los laicos (I)


La renovación eclesial era necesaria y ha producido muchos frutos; la correcta aplicación del Concilio Vaticano II ha generado un dinamismo de vida en toda la Iglesia que hemos de agradecer. Sin duda, uno de los puntos sobresalientes fue la identidad del fiel laico y su misión. La promoción del laicado, necesaria, es evidente: conciencia de su dignidad, sentido vocacional y de misión apostólica, colaboración activa en la vida de la Iglesia superando los restos que pudieren haber de pasividad, de intimismo, de despreocupación.

Es la valoración que Juan Pablo II realizó en la Christifideles laici (magnífico documento para un año de catequesis de adultos):

“El llamamiento del Señor Jesús «Id también vosotros a mi viña» no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo. En nuestro tiempo, en la renovada efusión del Espíritu de Pentecostés que tuvo lugar con el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha madurado una conciencia más viva de su naturaleza misionera y ha escuchado de nuevo la voz de su Señor que la envía al mundo como «sacramento universal de salvación». Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo... De modo particular, el Concilio, con su riquísimo patrimonio doctrinal, espiritual y pastoral, ha reservado páginas verdaderamente espléndidas sobre la naturaleza, dignidad, espiritualidad, misión y responsabilidad de los fieles laicos. Y los Padres conciliares, haciendo eco al llamamiento de Cristo, han convocado a todos los fieles laicos, hombres y mujeres, a trabajar en la viña... Dirigiendo la mirada al posconcilio, los Padres sinodales han podido comprobar cómo el Espíritu Santo ha seguido rejuveneciendo la Iglesia, suscitando nuevas energías de santidad y de participación en tantos fieles laicos. Ello queda testificado, entre otras cosas, por el nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos; por la participación activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y en la catequesis; por los múltiples servicios y tareas confiados a los fieles laicos y asumidos por ellos; por el lozano florecer de grupos, asociaciones y movimientos de espiritualidad y de compromiso laicales; por la participación más amplia y significativa de la mujer en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad. Al mismo tiempo, el Sínodo ha notado que el camino posconciliar de los fieles laicos no ha estado exento de dificultades y de peligros” (ChL, n. 2).

Junto a las realizaciones positivas en el campo laical, también se han producido “dificultades y peligros”, en palabras del Papa. ¿Cuáles?

-“ la tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político”

-y “la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas” (ibíd.).

¿Promocionar el laicado es reducirlo a tareas intraeclesiales?
¿Es dedicarlo en exclusiva a impartir catequesis?
¿Es encerrarlo entre las paredes del despacho parroquial a base de reuniones y revisiones?
¿Es estar en la sacristía sentados, sin hacer nada, simplemente entreteniéndose y creyendo que así están “implicados”, “comprometidos”?
¿Es protegerlos en la parroquia como un cálido refugio afectivo sin lanzarlos al orden temporal?
¿No se ha confundido la promoción al laicado con un acaparar al laicado sin una maduración de fe, experiencia creyente y formación doctrinal que los lance a la misión, al orden temporal que es lo propio de él?

Secularización del sacerdote, clericalización de los laicos (II)


La aplicación del Concilio Vaticano II, el período postconciliar, ha coincidido con una etapa del siglo XX en que la modernidad ha dado ya paso a la post-modernidad, con una secularización absoluta de la sociedad y de la cultura, relegando la fe al ámbito privado y tomando como ideal la adaptación al mundo postmoderno. La cultura de la post-modernidad ha adoptado el relativismo como forma de medir la realidad, con lo que no hay Verdad absoluta sino opiniones, la tolerancia es método de vida, y todo se edifica sobre el vacío, sin referencia al Bien o a la Verdad.

Conocedores de esto, es muy fácil verificar que la secularización ha penetrado en la Iglesia y ha campado a sus anchas. ¿De qué forma? ¿Qué habremos de evitar? “Es en la diversidad esencial entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común donde se entiende la identidad específica de los fieles ordenados y laicos. Por esa razón es necesario evitar la secularización de los sacerdotes y la clericalización de los laicos” (Benedicto XVI, Discurso al segundo grupo de obispos de Brasil en visita ad limina, 17-septiembre-2009).

El sacerdocio se secularizó primero externamente, abandonado incluso el vestido sacerdotal, y entregándose a tareas seculares más propias del laicado, se volcó en el mundo del trabajo, de la enseñanza o incluso de la política, y convirtiendo la comunidad cristiana en centro asistencial dinamizador del barrio o del pueblo, donde la predicación se reduce a contenidos sociales y políticos, impartiendo un “buenismo moral”. La identidad sacerdotal y la configuración con Cristo para el servicio de la Iglesia se disuelven para convertirse en un animador cultural, en un activista socio-político, en un trabajador social, perdiendo de vista la esencia del ministerio, arrinconando la vida litúrgica y espiritual, abdicando de su oficio de presidir la Iglesia, perdonar los pecados, etc, etc...

Ya decía Pablo VI, recién acabado el Concilio, a modo de advertencia: “La otra intención, inspirada también, ciertamente, por el deseo del bien, es la de aquellos que querrían borrar de sí toda distinción clerical o religiosa de orden sociológico, de hábito, de profesión, o de estado, para asemejarse a las personas comunes y a las costumbres de los demás; la de laicizarse, en definitiva, para poder penetrar de este modo, dicen, más fácilmente en la sociedad; intención misionera, si queréis, pero muy peligrosa y dañina, si termina en la pérdida de aquella específica virtud de reacción sobre el ambiente, que late en nuestra definición de “sal del mundo”, y hace que el sacerdote caiga en una inutilidad mucho peor que la señalaba anteriormente; lo dice el Señor: “¿Para qué sirve la sal que se ha vuelto insípida?” (cf. Mt 5,13)” (PABLO VI, Discurso al clero romano, 17-febrero-1972).

Es que el sacerdote es ante todo pastor: “Ante todo, sois sacerdotes: no sois ejecutivos, directores de empresa, agentes financieros o burócratas, sino sacerdotes. Esto significa, sobre todo, que habéis sido llamados a ofrecer el sacrificio, pues esta es la esencia del sacerdocio, y el centro del sacerdocio cristiano es la ofrenda del sacrificio de Cristo. Por eso la Eucaristía es la esencia misma de lo que somos como sacerdotes” (Juan Pablo II, Discurso a la conferencia episcopal de las Antillas en visita ad limina, 7-mayo-2002).

En vistas de eso, el laicado experimentó el influjo de esa misma secularización. Asumió funciones y tareas que en muchos casos no le correspondía; si el sacerdocio se secularizó, el laicado se clericalizó. Se confundió la promoción en el laicado con un principio de “democratización” de la Iglesia –copiando el planteamiento de la post-modernidad- y empezó a desempeñar solamente funciones intraeclesiales, incluso del gobierno de la comunidad cristiana.

El seglar comprometido, si se pudiese diseñar un perfil tan general, era el seglar que todos los días estaba en la parroquia en alguna reunión, organizando algo, decidiendo acciones pastorales, controlándolo todo, normalmente con poca vida interior, capaz de quedarse todos los días sentado en el despacho o en la sacristía, mientras el sacerdote celebra la Eucaristía, sin participar en la Misa diaria; un modelo de seglar clericalizado que al final resultaba un grupo cerrado en sí mismo, girando en torno al sacerdote que les dejaba hacer y decidir. Renunció este modelo de seglar comprometido a su misión específica que es el mundo, los asuntos temporales y la implantación de la Iglesia, ordenándolo todo según Dios; es más, fuera del templo parroquial, vivía un divorcio entre su fe y su existencia, y dejaba “la fe” sólo para la iglesia: en su casa, en el trabajo, con los amigos, etc., pensaba y vivía como todo el mundo secularizado.

Secularización del sacerdote, clericalización de los laicos (III)

Era importante analizar y comprender bien la alteración radical que significa la secularización en la Iglesia, donde se invierten los ministerios y funciones: el sacerdote realiza tareas seculares que son propias del laicado secularizándose, y el seglar realiza ministerios y oficios sólo dentro de la parroquia, preocupado de lo intraeclesial únicamente, clericalizándose. ¡Pero es que nada de esto corresponde la doctrina del Concilio Vaticano II, sino la infiltración de la mentalidad post-moderna en la Iglesia!

Un amplio párrafo de un discurso de Juan Pablo II refleja la situación indicando el camino:

“El compromiso de los laicos se convierte en una forma de clericalismo cuando las funciones sacramentales o litúrgicas que corresponden al sacerdote son asumidas por los fieles laicos, o cuando estos desempeñan tareas que competen al gobierno pastoral propio del sacerdote. En esas situaciones, frecuentemente no se tiene en cuenta lo que el Concilio enseñó sobre el carácter esencialmente secular de la vocación laica (cf. Lumen gentium, 31). El sacerdote, en cuanto ministro ordenado, preside en nombre de Cristo la comunidad cristiana, tanto en el plano litúrgico como en el pastoral. Los laicos le ayudan de muchas maneras en esta tarea. Pero el ámbito principal del ejercicio de la vocación laical es el mundo de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales. Es en este mundo donde los laicos están invitados a vivir su vocación bautismal, no como consumidores pasivos, sino como miembros activos de la gran obra que expresa el carácter cristiano. Al sacerdote corresponde presidir la comunidad cristiana para permitir a los laicos realizar la tarea eclesial y misionera que les compete. En un tiempo de secularización insidiosa, puede parecer extraño que la Iglesia insista tanto en la vocación secular de los laicos. Ahora bien, precisamente el testimonio evangélico de los fieles en el mundo es el centro de la respuesta de la Iglesia al mal de la secularización” (Discurso a la conferencia episcopal de las Antillas en visita ad limina, 7-mayo-2002).

¿Vocación secular de los laicos? ¿Cuál es ese ámbito?

Sin poder ser exhaustivos:

-El propio matrimonio y la familia, donde se santifican cuando construyen la Iglesia doméstica y educan a los hijos en la fe

-El trabajo o profesión, realizado con el mejor nivel de competencia, con honradez, y aplicando los principios de justicia y caridad tal como plantea la Doctrina Social de la Iglesia

-El mundo docente, colegios, institutos, Universidad, implicándose en su vida y desarrollo: Consejo escolar, asociaciones de padres, etc.

-La actividad socio-política en sindicatos, partidos políticos que sean afines con la Doctrina social de la Iglesia, etc.

-La implicación en plataformas y asociaciones católicas (o próximas a los principios católicos y de la ley natural) que defienden la vida, el matrimonio, la familia, la libertad de educación de los padres respecto a sus hijos

-Hacer oír la voz del catolicismo –bien formado- en los diferentes medios de comunicación, tan poderosos hoy: periódicos, televisión, radio, blogs en Internet

-Colaboración gratuita y desinteresada en los distintos Centros de Orientación Familiar para ayudar a matrimonios y familias en los problemas que buscan resolver

Además las tareas eclesiales, que también son necesarias, tras previo discernimiento y capacitación: ministerio de lector litúrgico, acólito, canto y música litúrgica, la catequesis, la atención a los pobres, la visita a los enfermos, el funcionamiento interno de la parroquia (archivo, despacho, secretaría, sacristía, limpieza...), etc.

Hagamos cada cual lo que nos corresponda en la vida de la Iglesia. Ni sacerdotes secularizados ni seglares clericalizados. “Los fieles laicos deben esforzarse por expresar en la realidad, incluso a través del compromiso político, la visión antropológica cristiana y la doctrina social de la Iglesia. En cambio, los sacerdotes deben evitar involucrarse personalmente en la política, para favorecer la unidad y la comunión de todos los fieles, y para poder ser así una referencia para todos. Es importante hacer que crezca esta conciencia en los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos, animando y vigilando para que cada uno se sienta motivado a actuar según su propio estado” (Benedicto XVI, Discurso al segundo grupo de obispos de Brasil en visita ad limina, 17-septiembre-2009).

No estaría mal que para evitar confusiones y tener claridad doctrinal, para no ampararse en el “espíritu” del Vaticano II sino en sus textos reales, leyésemos:

-Para el sacerdocio: decreto Presbyterorum ordinis y su desarrollo en la exhortación apóstolica “Pastores dabo vobis”,

-Y para el laicado: decreto Apostolicam actuositatem y su desarrollo en la exhortación apostólica “Christifideles laici”.
fonte:Corazón Eucarístico de Jesús