sábado, 27 de março de 2010

La reforma de Benedicto XVI




Entrevista al teólogo y liturgista Nicola Bux

ROMA, martes 23 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- En julio de 2007, con el Motu Proprio Summorum Pontificum, el Pontífice Benedicto XVI restableció la celebración de la Misa según el rito tridentino.

El hecho suscitó una revulsión. Se elevaron vibrantes voces de protesta, pero también aclamaciones valerosas.

Para explicar el sentido y la práctica de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, Nicola Bux, sacerdote y experto en liturgia oriental, así como consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ha publicado el libro La riforma di Benedetto XVI. La liturgia tra innovazione e tradizione (Piemme, Casale Monferrato 2008), con prólogo de Vittorio Messori.

En el libro, el experto explica que la recuperación del rito latino no es un paso atrás, una vuelta a los tiempos anteriores al Concilio Vaticano II, sino un mirar adelante, recuperando de la tradición pasada lo más bello y significativo que ésta puede ofrecer a la vida presente de la Iglesia.

Según Bux, lo que el Pontífice quiere hacer en su paciente obra de reforma es renovar la vida del cristiano, los gestos, las palabras, el tiempo cotidiano restaurando en la liturgia un sabio equilibrio entre innovación y tradición. Haciendo con ello surgir la imagen de una Iglesia siempre en camino, capaz de reflexionar sobre sí misma y de valorar los tesoros de los que es rico su depósito milenario.

Para intentar profundizar el significado y el sentido de la Liturgia, sus cambios, la relación con la tradición y el misterio del lenguaje con Dios, ZENIT ha entrevistado a Nicola Bux.

- ¿Qué es la liturgia y por qué es tan importante para la Iglesia y para el pueblo cristiano?

Bux: La sagrada liturgia es el tiempo y el lugar en el que seguramente Dios sale al encuentro del hombre. Por tanto, el método para entrar en relación con él es precisamente el de rendirle culto: Él nos habla y nosotros le respondemos; le damos gracias y Él se comunica a nosotros. El culto, del latín colere, cultivar una relación importante, pertenece al sentido religioso del hombre, en toda religión desde tiempos inmemoriales.

Para el pueblo cristiano, la sagrada liturgia y el culto divino realizan por tanto la relación con cuanto tiene de más querido, Jesucristo Dios – el atributo sagrada significa que en ella tocamos su presencia divina. Por esto la liturgia es la realidad y la actividad más importante para la Iglesia.

- ¿En qué consiste la reforma de Benedicto XVI y por qué ha suscitado tantas reacciones?

Bux: La reforma de la liturgia, término a entender, según la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, como instauratio, es decir, como restablecimiento en el lugar correcto de la vida eclesial, no comienza con Benedicto XVI sino con la historia misma de la Iglesia, desde los apóstoles a la época de los mártires, con el papa Dámaso hasta Gregorio Magno, desde Pío V y Pío X a Pío XII y Pablo VI. La instauratio es continua, porque el riesgo de que la liturgia decaiga de su lugar, que es el de ser fuente de la vida cristiana, existe siempre; la decadencia viene cuando se somete el culto divino al sentimentalismo y al activismo personales de clérigos y laicos, que penetrando en él lo transforman en obra humana y entretenimiento espectacular: un síntoma hoy es por ejemplo el aplauso en la Iglesia, que subraya indistintamente el bautismo de un recién nacido y la salida de un ataúd en un funeral. Una liturgia convertida en entretenimiento, ¿no necesita una reforma? Eso es lo que Benedicto XVI está haciendo: el emblema de su obra reformadora será el restablecimiento de la Cruz en el centro del altar, para hacer comprender que la liturgia está dirigida al Señor y no al hombre, aunque sea ministro sagrado.

La reacción existe siempre en cada cambio de tercio de la historia de la Iglesia, pero no hay que impresionarse.

-¿Cuáles son las diferencias entre los llamados innovadores y los tradicionalistas?

Bux: Estos dos términos deben antes aclararse. Si innovar significa favorecer la instauratio de la que hablaba, es precisamente lo que hace falta; como también, si traditio significa custodiar el depósito revelado sedimentado también en la liturgia. Si en cambio innovar quisiera decir transformar la liturgia de obra de Dios en acción humana, oscilando entre un gusto arcaico que quiere conservar de ella sólo los aspectos que agradan, y un conformismo a la moda del momento, estamos en el mal camino; o al contrario, ser conservadores de tradiciones meramente humanas que se han superpuesto a modo de incrustación en la pintura, no dejando ya percibir la armonía del conjunto. En realidad, los dos opuestos acaban por coincidir, revelando su contradicción. Un ejemplo: los innovadores sostienen que la Misa antiguamente era celebrada dirigida al pueblo. Los estudios demuestran lo contrario: la orientación ad Deum, ad Orientem, es la propia del culto del hombre a Dios. Piénsese en el judaísmo. Aún hoy, todas las liturgias orientales lo conservan. ¿Como es posible que los innovadores, amantes de la restauración de los elementos antiguos en la liturgia posconciliar, no lo hayan conservado?

-¿Qué significado tiene la tradición en la historia y en la fe cristianas?

Bux: La tradición es una de las fuentes de la Revelación: la liturgia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1124), es su elemento constitutivo. Benedicto XVI, en el libro Jesús de Nazaret, recuerda que la Revelación se ha hecho liturgia. Luego están las tradiciones de fe, de cultura, de piedad que han entrado y han revestido la liturgia, de modo que conocemos varias formas de ritos en Oriente y en Occidente. Todos comprenden por tanto por qué la Constitución sobre liturgia, en el n 22, § 3 afirme perentoriamente: “nadie, absolutamente, aunque sea sacerdote, se atreva, por iniciativa propia, a añadir, quitar o cambiar algo en materia litúrgica”.

- ¿Sería posible según usted volver hoy a la misa en latín?

Bux: El Misal Romano renovado por Pablo VI está en latín y constituye la edición llamada típica, porque a ella deben hacer referencia las ediciones en lenguas actuales preparadas por las Conferencias Episcopales nacionales y territoriales, aprobadas por la Santa Sede. Por tanto, la misa en latín se ha seguido celebrando también con el nuevo Ordo, aunque raramente. Esto ha terminado por contribuir a la imposibilidad de una asamblea compuesta de lenguas y naciones, de participar en una Misa celebrada en la lengua sagrada universal de la Iglesia católica de rito latino. Así, en su lugar, han nacido las llamadas Misas internacionales, celebradas de forma que las partes de las que se compone la Santa Misa se reciten o canten en muchas lenguas; ¡así cada grupo entiende sólo la suya!

Se había mantenido que el latín no lo entendía nadie; ahora, si la Misa en un santuario se celebra en cuatro idiomas, cada grupo acaba por comprender sólo la cuarta parte de ella. Aparte de otras consideraciones, como auguró el Sínodo de 2005 sobre la Eucaristía, se debe volver a la Misa en latín: al menos una dominical en las catedrales y en las parroquias. Esto ayudará, en la llamada sociedad multicultural actual, a recuperar la participación católica sea en cuanto a sentirse Iglesia universal, sea en cuanto a congregarse junto a otros pueblos y naciones que componen la única Iglesia. Los cristianos nacionales, aún dando espacio a las lenguas nacionales, han conservado el griego y el eslavo eclesiástico en las partes más importantes de la liturgia, como la anáfora y las procesiones con las antífonas para el Evangelio y el Ofertorio.

A instaurar todo esto contribuye enormemente el antiguo Ordo del Misal Romano anterior, restablecido por Benedicto XVI con el Motu proprio Summorum Pontificum, que, simplificando, se llama Misa en latín: en realidad es la Misa de san Gregorio Magno, en cuanto que su estructura básica se remonta a la época de este pontífice y ha permanecido intacta a través de los añadidos y simplificaciones de Pío V y de los demás pontífices hasta Juan XXIII. Los padres del Vaticano II la celebraron a diario sin advertir ninguna oposición con modernización que estaban realizando.

El Pontífice Benedicto XVI ha planteado el problema de los abusos litúrgicos. ¿De qué se trata?

Bux: A decir verdad, el primero en lamentar las manipulaciones en la liturgia fue Pablo VI, pocos años después de la publicación del Misal Romano en la audiencia general del 22 de agosto de 1973. Pablo VI, por otro lado, estaba convencido de que la reforma litúrgica realizada tras el Concilio, verdaderamente había introducido y sostenido firmemente las indicaciones de la Constitución litúrgica (discurso al sagrado colegio del 22 de junio de 1973). Pero la experimentación arbitraria continuaba y exacerbaba, al contrario, la nostalgia del rito antiguo. El papa, en el consistorio del 27 de junio de 1977 amonestaba a los “rebeldes” por las improvisaciones, banalidades, frivolidades y profanaciones, pidiéndoles severamente que se atuvieran a la norma establecida para no comprometer la regula fidei, el dogma, la disciplina eclesiástica, lex credendi y orandi; y también a los tradicionalistas, para que reconociesen la “accidentalidad” de las modificaciones introducidas en los sagrados ritos.

En 1975, la bula Apostolorum Limina de Pablo VI para la convocatoria del año santo, a propósito de la renovación litúrgica, observaba: “Estimamos extremadamente oportuno que esta obra sea reexaminada y reciba nuevas evoluciones, de modo que, basándose en lo que ha sido firmemente confirmado por la autoridad de la Iglesia, se pueda observar en todas partes los que son verdaderamente válidos y legítimos y continuar su aplicación con celo aún mayor, según las normas y los métodos aconsejados por la prudencia pastoral y por una verdadera piedad”.

Omito las denuncias de abusos y sombras en la liturgia por parte de Juan Pablo II en muchas ocasiones, en particular en la Carta Vicesimus quintus annus, desde la entrada en vigor de la Constitución sobre liturgia. Benedicto XVI, por tanto, ha pretendido volver a examinar y dar nuevo impulso precisamente abriendo una ventana con el Motu proprio, para que poco a poco cambie el aire y encarrile en su sitio todo lo que ha ido más allá de la intención y la letra del Concilio Vaticano II, en continuidad con toda la tradición de la Iglesia.

-Usted ha afirmado muchas veces que en una correcta liturgia es necesario respetar los derechos de Dios. ¿Nos explica qué intenta sostener?

Bux: La liturgia, término que en griego indica la acción ritual de un pueblo que celebra, por ejemplo, sus fiestas, como sucedía en Atenas o como sucede aún hoy con la inauguración de las Olimpiadas u otras manifestaciones civiles, evidentemente está producida por el hombre. La sagrada liturgia, ostenta este atributo porque no está hecha a nuestra imagen – en tal caso el culto sería idolátrico, es decir, creado por nuestras manos – sino que está hecha por el Señor omnipotente: en el Antiguo Testamento, con su presencia indicaba a Moisés cómo debía predisponer en sus mínimos detalles el culto al Dios único, junto a su hermano Aarón. En el Nuevo Testamento, Jesús hizo otro tanto al defender el verdadero culto expulsando a los mercaderes del Templo y dando a los Apóstoles las disposiciones para la Cena pascual. La tradición apostólica ha recibido y relanzado el mandato de Jesucristo. Por tanto, la liturgia es sagrada, como dice Occidente, es divina, como dice Oriente, porque está instituida por Dios. San Benito la define Opus Dei, obra de Dios, a la que nada debe anteponerse. Precisamente la función mediadora entre Dios y el hombre, propia del sumo sacerdocio de Cristo, y ejercida en la y con la liturgia por el sacerdote ministro de la Iglesia, atestigua que la liturgia desciende del cielo, como dice la liturgia bizantina en base a la imagen del Apocalipsis. Es Dios quien la establece y por tanto indica cómo se le debe “adorar en espíritu y en verdad”, es decir, en Jesús Hijo suyo y en el Espíritu Santo. Él tiene el derecho de ser adorado como Él quiere.

Sobre todo esto es necesaria una profunda reflexión, en cuanto que su olvido está en el origen de los abusos y de las profanaciones, ya descritas admirablemente en 2004 por la Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino. La recuperación del Ius divinum en la liturgia, contribuye mucho a respetarla como cosa sagrada, como prescribían las normas; pero también las nuevas deben volver a ser seguidas con espíritu de devoción y obediencia por parte de los ministros sagrados para edificación de todos los fieles y para ayudar a muchos que buscan a Dios a encontrarle vivo y verdadero en el culto divino de la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los seminaristas deben volver a aprender y realizar los sagrados ritos con este espíritu, y contribuirán a la verdadera reforma querida por el Vaticano II y sobre todo a reavivar la fe que, como escribió el Santo Padre en la Carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, corre el riesgo de apagarse en muchas partes del mundo.

Por Antonio Gaspari, traducción del italiano por Inma Álvarez

Fuente: Zenit