sexta-feira, 23 de abril de 2010

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (I)


LOS ANTECEDENTES

La reforma litúrgica del Vaticano II es heredera del movimiento litúrgico, iniciado en Francia por Dom Prospero Gueranger hacia la mitad del siglo XIX. Dom Gueranger fue el restaurador de la orden benedictina en Francia, y para ello se instaló en el antiguo priorato benedictino de San Pedro de Solesmes, casi completamente destruido. Más tarde ese priorato fue erigido en abadía, convirtiendose en la cabeza de una congregación monastica que puso la liturgia como principio fundamental de toda su espiritualidad, y lo mismo hicieron los hermanos Wolter con la restauración benedictina en Alemania. De este modo se contrirbuyó a crear una corriente de simpatía en torno a la celebración litúrgica por Europa y parte de América. Ese movimiento tuvo su primer espaldarazo pontificio con el "motu proprio" de san Pío X Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, en el que se decía: "Siendo nuestro mas ardiente deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todas maneras y se mantenga en todos los fieles, es necesario preocuparse ante todo de la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se reunen para encontrar precisamente este espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la plegaria pública y solemne de la Iglesia".
Los centros monasticos de irradiación litúrgica crearon multitud de publicaciones, lanzadas por doquier para fomentar el amor a la liturgia y a la instrucción y participación activa de los fieles en la misma. Fue esto tan positivo que mereció una alabanza de Pio XII en su carta enciclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Esta irradiación del apostolado litúrgico estimuló a muchos a cultivar el estudio de la liturgia en sus fuentes y en sus diversos aspectos. De este modo se creaba un ambiente propicio para que prestigiosos sacerdotes, religiosos y laicos se reunieran periodicamente a tratar con toda profundidad algún aspecto de la liturgia, dentro de una atmósfera espiritual de gran relieve. Surgieron nuevos centros de estudios litúrgicos con sus propias publicaciones, que ayudaron a crear y fomentar un gran entusiasmo por todo lo referente a la sagrada liturgia, como el Centro de Pastoral litúrgica de Paris, el Instituto litúrgico de Treveris y otros semejantes. También fue notable la actuación del equipo que editaba "Ephemerides liturgicae" de Roma, que captó desde el principio las realidades del movimiento litúrgico y las dio a conocer en grandes sectores de la jerarquía de la Iglesia.

Para coordinar los esfuerzos de los especialistas del mundo entero, el Instituto litúrgico de Treveris en 1951 tomó la iniciativa de invitarlos a la abadía benedictina de Maria Laach, donde se celebraron las primeras jornadas litúrgicas sobre el tema "los problemas del Misal Romano". A la conclusión, fueron enviados a Roma los votos en que se recogían los puntos principales que requerían reforma: doblajes, oraciones al pie del altar, lugar de la liturgia de la Palabra, la ordenación de las lecturas bíblicas, la plegaria universal de los fieles, nuevos prefacios, la fragmentación del canon con sus respectivas conclusiones (diversos "Amen"), el acto penitencial antes de la comunión en la misa, los ritos finales, etc. Desde entonces estos encuentros se celebraron de un modo regular hasta el año 1960. En ellos se pasó revista a casi todos los aspectos de la reforma litúrgica. En su organización intervino también el Centro de Pastoral litúrgica de Paris. Al congreso de Mont-Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, acudieron especialistas de nueve paises europeos, que, desde el 21 al 23 de octubre de 1952, estudiaron el tema de El hombre moderno y la Misa. También se enviaron a la Santa Sede las sugerencias mas adecuadas, de modo especial las referidas a las lecturas biblicas en la misa y a la estructura del Misal en los ritos y oraciones que siguen a la recitación del padrenuestro.
Del 14 al 18 de sptiembre del 1954 tuvo lugar en Lugano la 3ª Sesión Internacional de estudios litúrgicos. Tuvo por tema principal La participación activa de los fieles segun el espíritu de Pio X. Este congreso de liturgia estuvo avalado por la presencia del cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, y por otras personalidades de la Curia romana. Se pidió a la Santa Sede la introducción de la lengua vernácula en las lecturas bíblicas de la Misa y en los cantos y oraciones del pueblo fiel. Se pidió ardientemente la restauración de toda la Semana santa, al estilo de la Vigilia pascual.
La Santa Sede señaló los dos temas que habrían de estudiarse en la 4ª Sesión de estudios litúrgicos que habría de celebrarse en Mont-Cesar (Belgica) desde el 12 al 16 de septiembre de 1954. Esos temas fueron la ordenación de las lecturas biblicas en la Misa y los problemas de la concelebración eucarística. A partir de 1956 estos congresos internacionales adquirieron una repercusión mayor; en efecto, el celebrado en este año ganó relevancia debido a la parte que tuvo en él la jerarquía de la Iglesia. Tuvo lugar en Asis-Roma durante los dias 14-17 de septiembre y lo presidió el cardenal Gaetano Cicognani, Prefecto de la Congregación de Ritos. Pío XII participó en la clausura con un discurso programático de altísimo valor. Se estudiaron en él diversos aspectos de la pastoral litúrgica y de modo especial la historia y la reforma del Breviario. En 1958 el Congreso se celebró del 8 al 13 de septiembre en Montserrat, y el tema principal fue el de la reforma de los sacramentos de la iniciación cristiana, de modo especial el bautismo.
Munich fue la sede del 7.° Congreso internacional de Liturgia, del 30 de julio al 3 de agosto de 1959. El tema fue el de la celebración eucarística en las Iglesias orientales y occidentales. Sin estos congresos no hubiera sido tan facil ni rápida la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II. Juntamente con ellos, se dieron en diversos lugares reuniones de liturgistas mas o menos importantes en orden a la reforma litúrgica de la Iglesia en Occidente.

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (II)



APORTACIÓN DE PÍO XII

Sin duda el gran Papa de la liturgia fue Pío XII,
tanto en lo que se refiere a su aspecto doctrinal como en sus realizaciones prácticas. Son muchos los documentos que promulgó referentes a la liturgia; sobresalen dos de gran importancia: la enciclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943, y la enciclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Por otro lado, el esquema que se distribuyó a los Padres conciliares del Vaticano II para el estudio del tema de la liturgia estaba plagado de citas de Pio XII.
Este Papa, eximio entre los grandes que ha tenido la historia del Pontificado romano, al ver la fuente espíritual que la celebración litúrgica lleva consigo, fue madurando en su mente una reforma general de la liturgia. En la audiencia concedida el 10 de mayo de 1946 al Prefecto de la Congregation de Ritos, cardenal Salotti, Pio XII le expresó el deseo de que se comenzase a estudiar el problema de la reforma litúrgica en general. Mas tarde, el 27 de julio de ese mismo ano, en la audiencia concedida a monsenor Carinci, secretario de la referida Congregación, se decidió que se crease una comisión especial de expertos para que estudiasen el asunto e hicieran propuestas concretas para la reforma general de la liturgia.
En octubre del mismo año, el vicerrelator general de la sección histórica de la Congregación de Ritos, padre Jose Low, redentorista austriaco, inició el esquema del proyecto. El trabajo duró unos dos años y fue publicado en una tirada de 300 ejemplares, como Positio de la sección histórica de la misma Congregación. Llevaba por título Memoria sobre la reforma litúrgica.
Los dos puntos mas desarrollados eran los referentes al año litúrgico y al Oficio divino. Para lo demas se decía allí que se prepararían estudios especiales. De hecho, se redactaron unos cuarenta, algunos de muy pocas paginas. Cuatro se publicaron como complementos de la referida Memoria. El primero fue del benedictino Anselmo Albareda. Trató de la graduación litúrgica, y no gustó por ser complicado, artificial y practicamente irrealizable. El segundo contenía las observaciónes a la referida Memoria de los padres Capelle, benedictino; Jungmann, jesuita, y monseñor Righetti. El tercero recogía el material histórico hagiográfico y litúrgico para la reforma del Calendario. Era el mas importante y de hecho ha servido mucho para la reforma del Calendario realizado despues del Vaticano II. El cuarto contenía el resultado y deducciones de la consulta que se hizo al episcopado mundial sobre la reforma del Breviario. Respondieron unos cuatrocientos obispos.
En 1948 fue nombrada la comisión para la reforma litúrgica. Presidente de la misma fue el mismo prefecto de la Congregación de Ritos, que entonces era el cardenal Micara. Miembros de la comisión fueron monsenor Carinci, secretario de dicha Congregación; Fernando Antonelli, franciscano, relator general de la misma; Jose Low, redentorista, vicerrelator; Anselmo Albareda, benedictino, prefecto de la Biblioteca Vaticana; Agustin Bea, jesuíta, director del Pontificio Instituto Biblico y confesor de Pío XII, más tarde cardenal; Anibal Bugnini, paúl, director de la revista "Ephemerides Liturgicae", que fue nombrado secretario de la comisión. En 1951 se añadió a ésta monseñor Enrico Dante, luego cardenal; en 1960, monseñor Pedro Frutaz, relator general de la Congregación; don Luis Rovigatti, parroco de una iglesia de Roma; monsenor Cesareo d'Amato, abad benedictino de San Pablo Extramuros de Roma y obispo titular de Sebaste de Cilicia; Carlos Braga, paúl, del equipo de "Ephemerides litúrgicae". En 1953 el cardenal Micara fue nombrado vicario de Roma, y le sustituyó el cardenal Gaetano Cicognani en la presidencia de la comisión y en la prefectura de Ritos.
La primera reunión de la comisión se tuvo el 22 de junio de 1949. Se pensó en un principio que sería cosa de poco tiempo; pero el padre Bea dijo que para revisar las lecturas biblicas que se leen en la liturgia y el salterio se necesitarían unos cinco años. Algunos quedaron desilusionados, pero era el plazo mínimo que se requería también para otras partes de la liturgia. En los doce años de existencia (1948-1960) la comisión tuvo mas de ochenta reuniones y trabajó en absoluto secreto, tanto que la publicación de la reforma de la Vigilia pascual, en marzo de 1951, cayó de sorpresa a los mismos oficiales de la Congregación de Ritos. La comisión gozó siempre de la plena confianza del Papa, que estaba al corriente de todo por su propio confesor, el padre Bea. Por eso se lograron grandes resultados, inesperados para no pocos. No se llego a más por el anuncio de la celebración del concilio Vaticano II.
Se llevó a cabo una revisión de todos los libros litúrgicos. En 1955 se promulgó la Semana santa restaurada, con gran gozo de todo el pueblo cristiano, aunque en algunos lugares, como en Sevilla, la misa vespertina del Jueves santo no causó buena impresión y aún se propone que se vuelva a la practica anterior.
Al pontificado de Pío XII hay que añadir la revisión del Salterio, en 1945; las misas vespertinas y la nueva disciplina del ayuno eucarístico, en 1953; la simplificación de las rubricas del Breviario y del Misal, en 1955; multitud de rituales bilingues, etc.

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (III)


INTRIGAS EN LA PREPARACIÓN DEL CONCILIO

En el discurso del 25 de enero de 1959 a los cardenales, en la basílica de San Pa­blo Extramuros de Roma, curiosamente Juan XXIII no mencionó la liturgia como posible tema conciliar. Todos quedaron muy extrañados de ese silencio sobre un tema tan importante para la vida de la Iglesia. Llovieron las peticiones a la Santa Sede. El 25 de julio de 1960 escribió Juan XXIII en el "motu proprio" Rubricarum instructum: "Después de haber examinado por mucho tiempo y con detención, hemos decidido que en el próximo concilio ecuménico se deben proponer los grandes principios para una reforma litúrgica ge­neral".
Pero esto se había decidido ya antes, pues el 6 de junio de 1960 se creó la comisión litúrgica preparatoria y era nombrado presidente de la misma el prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Gaetano Cicognani. El 11 de julio del mismo año se nombró secretario de la comisión al padre Anibal Bugnini, de controvertida memoria. Se nombraron miembros de la comisión y peritos, en un total de 65. En esto, como en otras muchas comisiones conciliares, ni estuvieron todos los que eran ni eran todos los que estuvieron, pero había en ella personas de gran relieve en el campo de los estudios litúrgicos y experiencias pastorales.
Después de la reunión de la comisión, se crearon varias subcomisiones: Sobre el ministerio de la sagrada liturgia y su relación con la vida de la Iglesia, la Santa Misa, la concelebración sacramental, el Oficio divino, sacramentos y sacramentales, el Calendario litúrgico, la lengua latina, la participación de los fieles en la liturgia, las vestiduras sagradas, la música sagrada, el arte sagrado, etc. Estos temas fueron sacados de las proposiciones que hicieron los obispos de todo el mundo y otras personas competentes en la materia. La reunión se tuvo del 12 al 15 de noviembre de 1960 y el tema de la primera subcomisión fue propuesto por el padre Bevilacqua. Fue una propo­sición atinada y luego se convirtió en el tema más importante de lo que sería el proemio y el primer capítulo de la constitución Sacrosanctum concilium, por obra principalmente del benedictino padre Cipriano Vagaggini. Es gran lastima que no se tenga en cuenta el proemio y el capitulo primero de esa constitución conciliar. Muchos de los desbordamientos que se han dado posteriormente en ma­teria litúrgica adolecen de falta de conocimiento de esa parte maravillosa de la Sa­crosanctum concilium.
En la primavera de 1961 se reunieron en Roma los componentes de la comisión litúrgica para discutir los trabajos de las respectivas subcomisiones. Todo este rico material se llevo a la mesa del secretario, padre Bugnini, para darle su últi­ma forma. Con dicho material se formó un volumen de 250 paginas en ciclostil, que fue enviado a todos los miembros de la comisión el 10 de agosto de 1961, con una carta en la que se decía que remitieran lo mas pronto posible al secreta­rio las observaciones que creyeran oportunas. Se pensó, y mas o menos así se realizó, que el 10 de septiembre se terminara el plazo para enviar las observaciones; que el 10 de octubre la secretaría de la comisión enviaría el nuevo esquema con las observaciones insertadas; que el 1 de noviembre se terminara el plazo para enviar las observacio­nes al segundo esquema; que en los días 15-16 de noviembre se convocaría a la comisión para la aprobación definitiva del texto, y que el 15 de diciembre del mismo año 1961 se presentara el texto definitivo a la secretaría general de la pre­paración del concilio.
En ese momento comenzaron las intrigas del padre Anibal Bugnini, cuando decidió tener en la casa "Domus Mariae" de Roma una reunión de varios miembros de la comisión, sin llamar a los demás, obviamente llamó a aquellos que eran de su cuerda, con la idea descarada de teledirigir los trabajos del concilio en tema de liturgia. Esto ocasionó obviamente la sospecha de los demás miembros y consultores de la misma no llamados para esa reunión y creo muy mal ambiente en el seno de la comisión. Esto provocó, como veremos en el siguiente número, que el P. Bugnini fuera alejado de los trabajos del Concilio, aunque después, como por arte de magia, se convirtió en el gran fautor de las reformas del postoncilio. Las consecuencias fueron tan desastrosas que aún queda alguna huella, aunque casi todo se normalizó cuando Bugnini, convertido ya en arzobispo, fue alejado de la Congregación para el Culto divino, de la que era secretario, y luego de la misma Roma; pero no adelantemos acontecimientos. Se ha querido camuflar dicha reunión diciendo que el capitulo primero era el mas pobre y necesitaba una nueva redacción, siendo así que fue el mejor elaborado, quedando prácticamente igual en sus líneas fundamentales. La reunión se tuvo en los días 11-13 de octubre de 1961. Desde ese mo­mento se miró con sospecha lo referente a la sagrada liturgia por parte no solo de algunos miembros y consultores de la misma comisión sino por muchas personas que pertenecían a otras comisiones y eclesiásticos de relevancia en general. Así apareció luego en el aula conciliar y mucho más en el periodo posterior al concilio. Personas de gran relieve en la Iglesia, ganadas para la causa litúrgica y verdaderamente entusiasmadas, miraron ya con prejuicio lo concerniente a la litur­gia.
Todavía recibió el texto del primer capítulo una nueva revisión, provocada por un consultor de pocos alcances que lo deseaba. Se tuvo una reunión el 10 de enero de 1962 con peritos de otras subcomisiones. Pero el texto quedo sustancialmente el mismo después de una acalorada discusión. Todos los demás capítulos recibieron retoques mas o menos acentuados. Las observaciones enviadas sobre el texto definitivo del esquema de la constitución de la liturgia se aproximaron a las mil quinientas, muchas se repetían, otras proponían nuevos problemas. El ambiente pentecostal de los primeros momentos se vio ensombrecido por manifestaciones mas o menos serias de amor propio herido.
Los problemas mas serios vinieron de la música sagrada y de la lengua en la liturgia. El primero fue provocado por el presidente de la subcomisión de música, Mons. Angles, que no se armonizaba bien con las orientaciones de la secretaría general de la comisión. Y el segundo por la cosa en sí misma, aun mas difícil por todo lo que supuso mas tarde la constitución apostólica Veterum sapientia, de Juan XXIII, firmada solemnemente el 22 de febrero de 1962 sobre la misma tumba de san Pedro. Por mucho que le pesara al papa Juan XXIII, el portillo de la lengua vernácula en la liturgia fue abierto en el pontificado de Pío XII con los rituales bilingües y otras concesiones, difíciles ya de suprimir, y amparadas con entusiasmo por el cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio. Era una necesidad pastoral que había que afrontar con serenidad, y los ánimos estaban ya alterados por la nefasta reunión en la "Domus Mariae", antes indicada.

 

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (IV)

LA OBRA DISCRETA DEL CONCILIO Y EL DESASTRE POSTONCILIAR
La inauguración oficial del concilio Vatica­no II tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. El primer esquema que sería discutido en el aula conciliar sería el de liturgia. Era mejor que lo hicieran sobre el esquema más viable de los que se encontraban totalmente elaborados. Los otros esquemas doctrinales se prestaban a fuerte bombardeo y sus efectos serían mas graves para la misma marcha del concilio. Los cuatro esquemas doc­trinales que se creía serían los primeros en ser examinados se referían a las fuentes de la revela­ción, al deposito de la fe, que se ha de guardar en toda su pureza; al orden moral cristiano y a la castidad, matrimonio, familia y virginidad.
El 16 de octubre de 1962 se comunicó a la congregación general del concilio -la segunda que se tenía- que el concilio comenzaría por el examen del esquema de liturgia. El 20 de octubre los Padres eligieron a los miembros de la comisión litúrgica: 16 en total, a los que el Papa añadió ocho mas. El 21 de octubre el cardenal Larraona, presidente de la comisión, nombró vicepresidente de la mis­ma a los cardenales Giobbe y Julien, y secretario al padre Fernando Antonelli, franciscano. Bugnini quedaba descartado. En el fondo de esto hay que ver la sombra de la famosa reunión en la Domus Mariae, ya indicada en otro capítulo. Esa sombra se proyectará a lo largo de toda la reforma litúrgica en un sentido o en otro. Todos los secretarios de las comisiones preparatorias del concilio fueron, como se esperaba, confirmados en sus cargos como secretarios de las comisiones conciliares menos el padre Bugnini. Al padre Bugnini se le quitó también el cargo de profesor de liturgia en el Instituto de Pastoral de la Universidad lateranense.
Los Padres conciliares discutieron el esquema de liturgia desde el 22 de octubre al 13 de noviembre de 1962. El ambiente general del concilio fue en general de gran altura intelectual y espiritual. Pero al margen del concilio se preparó un "miniconcilio" con algunas reuniones y conferencias de personas más o menos relevantes, que aparecían como especialistas de diversas materias determinadas. Algunas fueron interesantes, pero otras resultaron muy desacertadas, como la del benedictino Marsili el 3 de noviembre de 1962, que recibió una respuesta adecuada. Este bene­dictino, profesor y presidente del Pontificio Instituto litúrgico de San Anselmo de Roma, dejaba mucho que desear en sus publicaciones sobre liturgia y su intervención en el “miniconcilio” sembró más discordia que paz. Hay una diferencia de años luz entre él y el benemérito padre Cipriano Vagaggini, benedictino también, autentico teólogo de la liturgia.
"El concilio ha comenzado orando", escribió en aquellos días el Cardenal Montini a sus diocesanos de Milán y así era en realidad, pues se daba a la liturgia el honor que se merecía. Aunque los hombres obraron por otros motivos, la providencia de Dios se sirvió de ellos para sus fines inescrutables. Mas tarde, Montini, convertido ya en Pablo VI, dijo en el discurso de clausura de la segunda sesión conciliar: "Uno de los temas del concilio, primero en ser examinado y primero también, en cierto sentido, por su valor intrínseco y por su importancia en la vida de la Iglesia, el tema de la liturgia, ha sido llevado felizmente a termino... Vemos el reconocimiento de la escala de valores. El primer puesto, para Dios. Nuestro primer deber, la oración. La liturgia, fuente primera de la vida divina comunicada a nosotros, primera escuela de nuestra vida espiritual, primer regalo que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros cree y ora, y la primera invitación al mundo para que suelte su lengua muda en oración dichosa y sincera y sienta el inefable poder de rege­neración que tiene el cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor y en el Espíritu Santo".
El 14 de noviembre de 1962 la asamblea con­ciliar dio su aprobación al esquema de liturgia como base del texto definitivo que había de tener en cuenta las enmiendas y observaciones hechas por los Padres conciliares. La votación dio este resultado: votantes, 2.215; votos favorables, 2.162; votos en contra, 46; votos nulos, 7. La comisión conciliar recogió las observaciones, enmiendas y sugerencias. Las examinó detenidamente y las admitió en el texto o las rechazó, según los casos. Los textos nuevamente elaborados se votaron por un orden riguroso en cada una de sus partes. Todos fueron aceptados por una mayoría de votos muy superior a la requerida para su aprobación. Es extraño que a veces los padres conciliares dieran su voto negativo en un número bastante elevado a textos pontificios; por ejemplo, esta frase del numero 10 del esquema: "... La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza", tuvo 101 votos en contra, y aparece casi con las mismas palabras en documentos de san Pio X, Pio XI y Pio XII. Doscientos cuarenta y siete padres votaron contra la frase que permitía la reiteración de la unción de los enfermos en una misma enfermedad grave prolongada. A la administración de ciertos sacramentales por los laicos se opusieron 607 padres; 509 votaron contra la supresión de la hora de Prima en el Oficio divino. Pero todo iba admitiendose paulatinamente. La comisión conciliar examinó cerca de tres mil votos iuxta modum, tan minuciosamente que a muchos les pareció exagerado.
El 22 de noviembre de 1963 el esquema de liturgia en su totalidad, corregido convenientemente, fue sometido a la votación de los Padres conciliares, con un resultado de solo 20 votos en contra. Luego, el 4 de diciembre del mismo año, fue votado de nuevo para su aprobacion definitiva, en presencia del papa Pablo VI, con un re­sultado de 2.147 votos favorables y cuatro en contra. De este modo el esquema de liturgia paso a ser texto conciliar. Era el primer documento definitivo del concilio Vaticano II.
Todo auguraba una reforma litúrgica basada en un amplio consenso en toda la Iglesia, pero la realidad fue más complicada. Para comenzar, con el postconcilio, y por arte de magia, reapareció en escena el P. Bugnini: Lo normal hubiera sido que se encargase de la aplicación de la constitución conciliar sobre la liturgia a la Congregación de Ritos, que era el dicasterio romano competente en esa materia, pero de modo extraño e inexplicable para la mayoría, el Papa quiso que en esta ocasión la aplicación la hiciera un organismo nuevo, a cuya cabeza puso al cardenal Lercaro y de secretario al padre Anibal Bugnini. Así, la sombra de la famosa reunión en la "Domus Mariae" y los proyectos personales del fraile al que el Concilio había dejado de lado, se proyectaban de nuevo en el tema de la liturgia en diverso sentido. El hecho se supo verbalmente el 3 de enero de 1964, la comunicación oficial se dio el 13 de enero del mismo año, aunque no se hizo pública hasta el 25 de ese mismo mes y año con el "motu proprio" Sacram liturgiam. Este organismo se llamo Consilium por gusto de los latinistas del Vaticano, que lo consideraban más clásico. En realidad era un orga­nismo plenamente constituyente y en seguida el tiempo demostraría que tenía la intención de actuar con gran autonomía y bastante manga ancha para todo lo que fueran novedades para poner a prueba, cosa que hizo hasta que en el 1969, ante la cantidad de abusos y experimentos que se producían en todo el orbe católico y que el Consilium no conseguía controlar, el Papa tuvo que devolver las prerrogativas de este organismo a la Sagrada Congregación de Ritos, donde desde el principio se había optado por la moderación. Por desgracia, en muchos aspectos era ya tarde.

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (V)


LOS EXPERIMENTOS LITÚRGICOS

En cierto modo los experimentos litúrgicos es
taban indicados en los nn. 40 y 44 de la constitución Sacrosanctum concilium. En el artículo 40, numero 2, se dice: "Para que la adap­tación se realice con la necesaria cautela, si es preciso, la Sede apostólica concederá a la misma autoridad eclesiástica territorial la facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos grupos preparados para ello y por un tiempo determinado". En el artículo 44, que trata de la comisión litúrgica, dice al final: "La comisión tendrá como tarea encauzar dentro de su territorio la acción pastoral litúrgica, bajo la dirección de la autoridad territorial eclesiástica arriba mencionada, y promover los estudios y experiencias necesarios cuando se trate de adaptaciones que deben proponerse a la Sede Apostólica".
Se trataba de un procedimiento ordenado, tem­poral, limitado y bajo la autoridad de la Sede Apostólica y de los obispos. Pero hubo algunos (liturgistas, obispos, pastoralistas) que se creyeron verdaderos Consiliums o Congregaciones romanas para hacer y deshacer a su antojo y lo peor es que aún lo siguen haciendo. Decían que ayudaban a la Iglesia, pues esta podría escoger luego los ritos que mas le agradasen de cuantos ellos estaban ensayando por iniciativa propia. Esto comenzó a realizarse en 1964.
Cómo se estaría poniendo fea la cosa para que el 15 de febrero de 1965 saliese al paso de tales desbordamientos el mismo padre Bugnini, secretario del Consilium -defensor de una idea de reforma de claro contraste con la tradición y uno de los principales causantes de la apertura de esa especia de caja de Pandora que se había abierto en el ámbito litúrgico- que en un trabajo publicado en "Notitiae" se preguntaba: Quo vadis, liturgia? y decia: "¿Adónde vas, liturgia, o mejor, adonde la están llevando liturgistas y pastoralistas? El camino de la liturgia, seguro, luminoso, amplio, expansivo, es el indicado por la Iglesia y por el supremo Pastor. Cualquier otro camino es falso". Parece ser que al final algo había entendido el buen prelado, pero ya la cosa se había desbordado y aún hoy, con lo mucho que han cambiado los tiempos, todavía no lo han entendido algunos, incluso obispos y cardenales, que celebran la liturgia quebrantando las normas de la competente jerarquía de la Iglesia.
El problema fue tratado por el Consilium en varias ocasiones (cf. "Notitiae" [1966] 259; [1967] 290-292). También el Papa, como luego diremos, habló en diversas ocasiones sobre este punto, que tanto le angustió (cf "Notitiae" [1967] 127-128; [1968] 344-345). Imprudentes falsos liturgis­tas hacían alarde de una reforma litúrgica desquiciada. Esto entorpecía y perjudicaba a la re­forma litúrgica autentica de la Iglesia, pues los que la veían con prejuicios se fundaban en dichas extralimitaciones para atacarla. Fueron unos momentos difíciles, que todavía no han terminado. Son bien expresivos estos títulos de "Notitiae": Cuestiones desde Holanda (1970, 41), Autenticidad, hibridismo (ib, 72), Degradación de la litur­gia (ib, 102), Renovación con orden (1971, 49), ¿En que sentido debe ser renovada la liturgia? (1973, 288), etc. Hay que decir, a modo de comentarios, que el tener que preguntar en el 1973, tantos años después de la Sacrosanctum Concilium, en una revista oficial de la Santa Sede como es "Notitiae", en qué sentido había que renovar la liturgia, indica la confusión a la que se había llegado por entonces. No hay exageración. La realidad fue y es más alarmante hasta llegar a casos de verdaderos sacrilegios. Los ladrones sacrílegos son menos culpables que esos falsos liturgistas y pastoralistas, pues aquellos iban solo por el lucro, sin fijarse en lo sagrado, y estos con sus iniciativas han inferido graves ofensas a la sagrada Eucaristía por razones "pastorales", abusivas y monstruosas.
Por parte de la competente autoridad eclesiástica se tomaron todas las precauciones necesarias, pero el desbordamiento comenzó un poco en todas partes. Por eso en junio de 1965 el Consilium hizo unas declaraciones censurando el hecho de esa anarquía en materia litúrgica y puntualizaba concretamente los permisos que se habían concedido, dados a la autoridad eclesiástica territorial, para grupos determinados y por algún tiempo. En diciembre de 1966 la revista "Paris Match" publicaba unas fotografías de celebraciones eucarísticas domesticas que alarmaron al Vaticano. La Sede Apostólica creyó conveniente denunciar la arbitrariedad y el mal espíritu que esto reflejaba. Así lo hicieron la Congregación de Ritos y el Consilium (cf. "Notitiae" [1966] 37-49). El 5 de septiembre de 1970 se publicó la tercera instrucción Liturgicae instaurationes, y en ella se trataba una vez mas de los experimentos en materia litúrgica. Después de recordar los principios antes indicados, se decía: "Por lo que respecta a la Misa, todas las facultades concedidas con vistas a la reforma han de considerarse caducadas. Publicado el Misal romano, las normas y la forma de la celebración eucarística son las establecidas por la Instrucción general y por el Ordo missae". Sin embargo, se volvió a crear no poca confusión al permitir a las Conferencias episcopales conceder el permiso para experimentar aquellas adaptaciones previstas en los libros litúrgicos que han de ser estable­cidas por las respectivas Conferencias episcopales y confirmadas por la Sede Apostólica. Las normas de esas experiencias litúrgicas estaban dadas con bastante claridad, pero en los mismos centros de experimentación designados por el Consilium y la autoridad eclesiástica territorial no se observaron las condiciones propuestas, sino que se obró con gran arbitrariedad y sin criterio litúrgico alguno.
Las voces de la Jerarquía se elevaban, pero nunca mejor dicho, como una voz en el desierto (desierto de obediencia, de amor a la Iglesia e incluso de sentido común). El 30 de junio de 1965 el cardenal Lercaro, presidente del Consilium, escribió una carta a los presidentes de las Conferencias episcopales contra las experiencias e iniciativas personales y arbitrarias, por su individualismo y su oposición a las tareas del Consilium. En diciembre de 1966 la revista "Notitiae", ógano oficial del Consilium y luego de la Congre­gación para el Culto divino, repetía la misma censura, ya que, después de veinte meses de la carta del cardenal Lercaro, la situación no solo no había cambiado, sino que había empeorado. El 29 de diciembre del mismo año apareció una declaración conjunta de ambas instituciones, la Congregación de Ritos y del Consilium condenando enérgicamente toda celebración arbitraria de la liturgia, principalmente la sagrada Eucaristía.

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (VI)


LAS AMARGURAS DE PABLO VI

Entre tanto, al Papa Pablo VI, al que la aplicación del concilio Vaticano II trajo un sinfín de amarguras y sinsabores, no se le ahorraron tampoco los sufrimientos por el tema de la liturgia. Por un lado empezó a descubrir la capacidad de desobediencia que había en ciertos eclesiásticos y que culminó años después con la gran desobediencia -organizada a nivel internacional- ante la publicación de su encíclica Humanae Vitae. Por oro lado, tal estado de confusión litúrgica animaba a los que miraban escépticamente a la reforma y no encontraban motivos para que les gustase (en 1964 se había fundado Una Voce en defensa de la liturgia que había sido defenestrada y el número de simpatizantes crecía…). En el intento de atajar ambas posiciones, Pablo VI se encontró con pocas fuerzas y no consiguió frenar ninguno de las dos, aunque lo intentó. La historia le ha dado la razón en querer atajar las desobediencias del progresío litúrgico en la aplicación de la nueva liturgia y se la ha quitado en su esfuerzo de erradicar las que él llamaba “obstinadas e irreverentes nostalgias” y que sus sucesores han vuelto a poner en el lugar de reverencia que les corresponde.

El 19 de abril de 1967 el mismo Pablo VI, en su alocución a los miembros del Consilium, decía en tono amargo:
"
Dolor y preocupación son los episodios de indisciplina que se difunden en las diversas regiones con motivo de las celebraciones comunitarias... con grave perturbación para los buenos fieles y con inadmisibles motivaciones, peligrosas para la paz y el orden de la misma Iglesia... Nos urge mas expresar nuestra confianza en que el episcopado sabrá vigilar estos episodios y tutelar la armonía propia del culto católico en el campo litúrgico y religioso, objeto en este momento posconciliar de los más asiduos y delicados cuidados; también extendemos nuestra exhortación a las familias religiosas, de las cuales la Iglesia espera hoy como nunca una contribución de fidelidad y ejemplo; y luego la dirigimos al clero y a todos los fieles para que no se dejen embaucar por la veleidad de caprichosas experiencias, sino que sobre todo traten de dar perfección y plenitud a los ritos prescritos por la Iglesia...

Pero mayor aflicción nos proporciona la difusión de
una tendencia a desacralizar, como se osa decir, la liturgia (si es que todavía merece este nombre) y con ella, fatalmente, al cristianismo. La nueva mentalidad, cuyas turbias fuentes no sería difícil descubrir, pretendida base de esta demolición del autentico culto católico, implica tales revoluciones doctrinales, disciplinares y pastorales que no dudamos en considerarla aberrante; y lo decimos con pena, no solo por el espíritu anticanónico y radical que gratuitamente profesa, sino más bien por la desintegración religiosa que fatalmente lleva consigo" ("Osservatore Romano", 20-IV-67).
El 3 de septiembre de 1969 insistía de nuevo el Papa en la recta celebración de la liturgia, ya que muchos no se daban por enterados de la severa corrección que se hacía desde diversos puntos por la competente jerarquía de la Iglesia: "Quisiéramos exhortar a las personas de buena voluntad, sacerdotes y fieles, a no tolerar este indócil particularismo, que ofende, además de la ley canónica, el corazón del culto católico, que es la comunión; la comunión con Dios y la comunión con los hermanos, de la que es mediador el sacerdocio ministerial autorizado por el obispo. Semejante particularismo tiende a formar su Iglesia, o tal vez su secta, es decir, apartarse de la celebración de la caridad total, a prescindir de la estructura institucional, como se dice hoy, de la Iglesia autentica, real y humana, para hacerse la ilusión de poseer un cristianismo libre y puramente carismático, pero en realidad amorfo, evanescente y expuesto al soplo de todo viento de la pasión, de la moda o del interés temporal o político. Esta tendencia a separarse gradual y obstinadamente de la autoridad y de la comunión de la Iglesia puede llevar desgraciadamente muy lejos. No, como han dicho algunos, a las catacumbas, sino fuera de la Iglesia" ("Pastoral Liturgica", Boletín del Secretariado nacional de Liturgia, nn. 43-44, pp. 1-4).
Antes, el 14 de octubre de 1968, decía el Papa en su alocución a los miembros del Consilium: "Las fórmulas litúrgicas de oración no deben ser consideradas como asunto privado cuya incumbencia corresponde a los individuos, a la parroquia, a la diócesis o a una nación determinada, sino que pertenecen a la Iglesia universal y son la expresión viva de su voz suplicante. Por ello a nadie le es permitido cambiar estas fórmulas, introducir otras nuevas o sustituirlas por otras. Lo prohíbe la misma dignidad de la sagrada liturgia, por cuya mediación el hombre se comunica con Dios; lo prohíbe también el bien de las almas y la eficacia de la acción pastoral, puesta en peligro por semejante manera de proceder... Mucho más nos preocupa la conducta de quienes se proponen despojar al culto litúrgico de su carácter sagrado y, por eso, erróneamente sostienen que no deben emplearse objetos y ornamentos sagrados, sino que estos deben sustituirse por otros usados en la vida común y vulgar. Hemos de declarar que tales opiniones no solo son contrarias al carácter autentico de la sagrada liturgia, sino también al verdadero concepto de la religión católica" (AAS 60 [1968] 732-737).
Una vez más Pablo VI, el 17 de marzo de 1976, decía en la audiencia general de los miércoles: "Ni las obstinadas e irreverentes nostalgias por las formas del culto, dignas sin duda de los tiempos pasados, ni las arbitrariedades y no menos irreverentes así llamadas creatividades en la acción sagrada y aprobada por la Iglesia podrán ayudar ni a la auténtica espiritualidad de las nuevas generaciones ni a la fundamental unidad de espíritu de acción querida por Cristo, especialmente en el acto del culto para su Iglesia, y hoy tanto mas necesaria cuanto menos se contiene, a pesar del ecumenismo, el instinto centrífugo que padecen ciertas zonas de la Iglesia" ("Osservatore Roma­no", ed. española, 21-111-76, p. 3 [135]).
Falleció dos años después el Papa sin haber visto ni siquiera una ligera mejoría en el panorama litúrgico de la reforma y hubo que esperar a sus sucesores, especialmente Juan Pablo II para que pusieran un poco de orden. Pero a su vez, al hacerse orden en la liturgia nueva, se pudo de nuevo apreciar el inmenso valor de la liturgia antigua y de la injusticias que se estaba llevando a cabo en el intentar arrinconarla y erradicarla, de modo que solamente recientemente se ha podido llegar a un equilibrio de convivencia pacífica entre lo nuevo y lo antiguo. Este equilibrio quizás no habría sido del agrado de Pablo VI, pero que sin duda es una dignísima culminación de la reforma propugnada por el Concilio que él dirigió y concluyó.

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (VII)


EN LOS ABUSOS LITÚRGICOS VIO PABLO VI EL HUMO DE SATANÁS EN LA IGLESIA

Es difícil olvidar el eco -inmenso, y no sólo irónico, sino a veces hasta rabioso- que suscitó Pablo VI con su alocución durante la audiencia general del 15 de noviembre de 1972. En ella volvía sobre lo que ya había expresado el 29 de junio precedente en la Basílica de San Pedro refiriéndose a la situación de la Iglesia: “¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?” Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia. “Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre.”

Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?
La respuesta de Pablo VI es clara y neta: “Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?”. Y el Papa precisa: “Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma, sembrando la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud y la insatisfacción”.

Ya ante aquellas primeras alusiones se levantaron en el mundo murmullos de protesta. Pero ésta explotó de lleno —durante meses y en los medios de comunicación del mundo entero— en aquel 15 de noviembre de 1972 que se ha hecho famoso: “El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias”.
Tras añadir algunas citas bíblicas en apoyo de sus palabras, Pablo VI continuaba: “El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el que insidia sofísticamente el equilibrio moral del hombre, el pérfido encantador que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de las confusas acciones sociales, para introducir en nosotros la desviación...
El Papa lamentaba luego la insuficiente atención al problema por parte de la teología contemporánea: “El tema del Demonio y la influencia que puede ejercer sería un capítulo muy importante de reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco estudiado”.

Sobre este tema, y obviamente en defensa de la doctrina repetidamente expuesta por el Papa, intervino también la Congregación para la Doctrina de la Fe con su documento de junio de 1975: “Las afirmaciones sobre el Diablo son asertos indiscutidos de la conciencia cristiana”; si bien, “la existencia de Satanás y de los demonios no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática”, es precisamente porque parecía superflua, ya que tal creencia resultaba obvia “para la fe constante y universal de la Iglesia, basada sobre su principal fuente, la enseñanza de Cristo, y sobre la liturgia, expresión concreta de la fe vivida, que ha insistido siempre en la existencia de los demonios y en la amenaza que éstos constituyen”.

Un año antes de su muerte, Pablo VI volvió sobre este tema en otra audiencia general: “No hay que extrañarse de que nuestra sociedad vaya degradándose, ni de que la Escritura nos advierta con toda crudeza que “todo el mundo (en el sentido peyorativo del término) yace bajo el poder del Maligno”, de aquel al que la misma Escritura llama “el Príncipe de este mundo”.

El porqué incluimos estas dramáticas intervenciones de Pablo VI en el tema de la reforma litúrgica del Vaticano II y los abusos que posteriormente se dieron no es caprichoso ni inventado por nosotros, sino que la pista nos viene del cardenal Virgilio Noé, que trabajó por muchos años en la entonces Sagrada Congregación para los sacramentos y el Culto divino durante el pontificado del Pablo VI, llegando a ser secretario de dicho dicasterio, y después ya con Juan Pablo II fue arcipreste de la Basílica Vaticana hasta su jubilación. Pues bien, el anciano purpurado, ha hablado abiertamente, en una entrevista al portal Roma Petrus, sobre la famosa frase del Papa Montini acerca del humo de Satanás. En la entrevista también asegura que Pablo VI aceptó con sumo placer la reforma litúrgica que tuvo lugar tras el Vaticano II, pero vio con enorme preocupación la propagación de abusos litúrgicos que no respetaban dicha reforma.

El prelado ha comentado que el Papa Montini, por naturaleza era un hombre poco dado a la tristeza, acabó sus años muy triste por que la Curia le dejó solo a la hora de poner fin a dichos abusos. Noé asegura saber cuál era la intención de Pablo VI cuando afirmó que el “humo de satanás” había infiltrado la Iglesia Católica. El cardenal italiano asegura que el Papa se refería a “todos esos sacerdotes, obispos y cardenales que no adoraban correctamente a Dios al celebrar mal la Santa misa debido a una interpretación equivocada de lo que quiso implementar el Concilio Vaticano II. El Papa habló del humo de Satanás porque él sostenía que aquellos sacerdotes que convirtieron la Santa Misa en basura en nombre de la creatividad, en realidad estaban poseídos de la vanagloria y el orgullo del maligno. Por tanto, el humo de Satanás no era otra cosa que la mentalidad que quería distorsionar los cánones litúrgicos de la ceremonia eucarística”.
Añade además el Cardenal a este respecto: “Él condenaba la sed de protagonismo y el delirio de omnipotencia que siguieron a nivel litúrgico al Concilio. La Misa es una ceremonia sagrada, repetía con frecuencia, todo debe ser preparado y estudiado adecuadamente respetando los cánones, nadie es “dominus” de la Misa. Desgraciadamente, muchos, después del Vaticano II no lo han entendido y Pablo VI sufría viendo el fenómeno como un ataque del demonio.”

HISTORIAS DEL POSTONCILIO (III): OTTAVIANI TENÍA RAZÓN


PABLO VI LE DIO LA RAZÓN AL CARDENAL OTTAVIANI EN SUS CRÍTICAS A LA PRIMERA EDICIÓN DEL "NOVUS ORDO"

No vale la pena recoger las piedras que se lanzaron contra el cardenal Ottaviani cuando se le ocurrió dirigirse por escrito al Papa en 1969, a raíz de la promulgación del Nuevo Misal, para pedirle con amor filial una reconsideración del mismo, sobre todo de algunos números concernientes a la "Ordenación general del Misal romano". Los medios de comunicación y no pocos eclesiásticos trataron a dicho cardenal como si se tratara del más encarnizado enemigo de la Santa Iglesia católica. Pero en realidad todo se explica sabiendo la ojeriza que le guardaban los que estaban siempre prontos a acoger cualquier novedad y a darla por buena, o mejor, por la sola razón de ser nueva.
Es un acto de justicia recordar los titulares de protesta y de rechifla contra el gran cardenal, aparecidos en uno de los rotativos de Madrid, a cuenta de uno de estos clérigos "progresistas" que acusaba a Ottaviani de haber dado al Papa el mayor disgusto de su vida. Y hasta revista tan oficiosa como nuestra Ecclesia dio cabida en sus páginas a una crónica de Roma que rezumaba ira y casi desprecio para el cardenal. Su toma de posición acerca del Nuevo Misal se presentaba como exponente máximo de la corriente mas "ultra" del grupo tradicionalista, en un intento de bloquear, "aunque con ninguna posibilidad de éxito, el lento y gradual impulso de reforma en la Iglesia", patrocinado por Pablo VI. Y se recogían juicios y apreciaciones acerca de la postura del cardenal que no miraban a otra cosa sino a dejarle en mal lugar frente al Papa, tachándole, cuando menos, de indiscreto y reaccionario.

No faltaron otros que a cara descubierta le dijeron "soberbio y desobediente". Tampoco faltaron los que señalaron su distinto comportamiento cuando se trató de intervenciones pontificias en otra línea más tradicional, v. gr., la de la Mysterium fidei, Sacerdotalis coelibatus, Catecismo Holandés y Humanae vitae, como si no pudiera estar justificada la distinta toma de posición de una misma persona sobre problemas diversos y hasta sobre distintas decisiones de una misma autoridad, cuando lo que se discute no es la autoridad, sino la oportunidad o el acierto de lo que se ordena, que por lo demás se esta dispuesto a acatar.
Sin embargo, Ottaviani no estaba solo: Aparte que su carta al Pontífice iba apoyada también por el cardenal Bacci, y un escrito adjunto de gran numero de teólogos de valía, otras muchas personalidades, de una forma u otra, expresaron también reservas o reparos. Sin ir más lejos, el mismo arzobispo de Madrid-Alcalá (en la foto) hizo, en una entrevista periodística, algunas puntualizaciones en este sentido. Y monseñor Guerra Campos, secretario del Episcopado español, en unas declaraciones concedidas al diario Ya, de Madrid, a raíz de la publicación en L'Osservatore Romano del comunicado de la Comisión de la Santa Sede, en que se apuntaba la posibilidad o conveniencia de corregir algunas redacciones del Nuevo Misal, vistos los reparos puestos por algunos, dijo entre otras cosas: La Ordenación o "Institución del Misal", no debe confundirse con el texto del Misal. Aquella son la instrucción y norma reguladora del uso de este. Generalmente no es doctrinal. De hecho, el mismo secretario de la Congregación, Bugnini, reafirmo que tal Ordenación no es un texto dogmático, sino mera y simple exposición de normas o ritos.
Pero lo que importa es saber ahora que, sin embargo, Ottaviani tenía razón, y no la tenían en absoluto los que arremetieron contra su escrito al Pontífice, metiéndose no solo con lo que en el se decía, sino también con quién lo decía y la intención con que lo decía. Sí, tenía razón y el Papa Pablo VI se dio cuenta: acogió la sustancia de las reservas de Ottaviani sobre el Nuevo Misal y exigió que en la nueva edición se hicieran los cambios necesarios.

Notaba nuestro obispo secretario que en la Ordenación había una veintena de números que innegablemente contenían materia doctrinal acerca de la Misa. Sobre todo los números 7 y 8. Y lo que ellos decían sería tornado por más de uno como síntesis doctrinal del misterio eucarístico. Y aunque era verdad que, bien leída, toda la Ordenación contenía recogida y dispersa a la vez toda la doctrina tradicional sobre la Misa, no obstante, había que reconocer que, si estos números (los 7 y 8 especialmente) se leían desligados de los demás, resultaban defectuosos, tanto por lo que tocaba al sentido de la memoria y presencia, como al carácter sacrificial de la santa Misa.

Si el equivoco hubiese sido buscado a propósito, no podría formularse mejor: era todo un monumento de ambigüedad. Y en aquella situación de la Iglesia era de temer la utilización parcial de estos textos, de buena o de mala fe; por ello la ocasión ofrecida a la ambigüedad era lamentable y no fácil de explicar. Palabras estas bien graves y significativas las del secretario de los obispos españoles, y que, desgraciadamente tuvieron, muy luego, comprobación práctica, pues protestantes hubo que dijeron poder hacer ya suya la doctrina católica sobre la Misa, y hasta decir nuestra Misa,
Sobre dos puntos fundamentalmente recayeron las objeciones contra la Ordenación del Nuevo Misal: el de la doctrina acerca de la significación de la Misa, cuya definición o descripción, dada por el Nuevo Misal, no parecía fiel a la tradicional doctrina católica ni a lo definido por Trento; y el de lo que es y supone el sacerdote celebrante en orden a la celebración eucarística, tanto respecto a Cristo como respecto a la asamblea o pueblo. Quien conoce la fidelidad insobornable del cardenal Ottaviani a la tradición católica y sabe de la virtud personal que le adornaba (a la cual dedicaremos otro artículo), así como de la lealtad a toda prueba que tenía al Vicario de Cristo, en quien veía, como él mismo dijo, “la estrella salvadora que nos alumbra en esta noche que atraviesa la Iglesia”, comprenderá sin dificultad lo amargo que seria para él tener que dirigirse al Santo Padre para pedirle una reconsideración de la Ordenación del Nuevo Misal.

Este, sin decir herejías, parecía preferir el lenguaje de que gusta a la herejía al otro que se había elegido cuidadosa e intencionadamente a la hora del Concilio de Trento para cerrar de modo definitivo el paso a una inteligencia herética de la Misa. Las palabras textuales de la famosa carta dirigida a Pablo VI por Ottaviani decía textualmente: "... el nuevo Ordo Missae, si uno considera los elementos nuevos, susceptibles de muy diversas apreciaciones, que en él aparecen sobreentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en el conjunto y en el detalle, de la teología católica de la santa Misa, tal como fue formulada en la sesión XX del Concilio de Trento, que fijó definitivamente los 'cánones' del rito, levantando una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera poner en peligro la integridad del Misterio."

Y como prueba se referían al examen crítico que acompañaban, preparado por un grupo escogido de teólogos, los que comenzaban, en efecto, diciendo que el Nuevo Misal venia redactado de manera que "puede, en muchos puntos, contentar a los protestantes más modernistas". Y, puestos a señalar estos puntos, censuraban, en primer lugar, la definición de la Misa contenida en el n. 7 del Ordo, donde la palabra "Cena" jugaba con un exclusivismo o preponderancia sospechosos, sin que la presencia real, la realidad del sacrificio, la sacramentalidad del sacerdote (que mas que como presidente de la asamblea hay que ver como actuando en la persona y con la representación de Cristo mismo) y la identidad del sacrificio del altar con el sacrificio del Calvario que no venían debidamente expresados.

Como ya hemos dicho, Pablo VI prestó buena atención a las palabras de Ottaviani y las oportunas correcciones fueron hechas en la segunda edición típica vaticana del Novus Ordo, destacándose debidamente todos esos elementos antes en baja en la definición de la Misa. Así, por ejemplo, donde antes ponía:

La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor. De ahí que sea eminentemente valida, cuando se habla de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: ‘Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt. 18,20).’”

Después de la carta de Ottaviani y la revisión que mandó hacer Pablo VI, se cambió el tono y las expresiones y se puso:

El pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote que representa la persona de Cristo, es convocado y reunido en la Misa o Cena del Señor, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. En consecuencia vale de un modo eminente para esta reunión local de la Iglesia santa la promesa de Cristo: "Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt. 18,20). En la celebración de la Misa, en efecto, en la que se perpetúa el sacrificio de la Cruz, Cristo esta realmente presente en la misma asamblea reunida en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra, y de modo sustancial y continuo bajo las especies eucarísticas.

Y podríamos poner otros ejemplos similares. Dijeran, pues, lo que dijeran algunos hipercríticos del cardenal Ottaviani, que se atrevieron a tildarle de ignaro de la teología viéndole poner peros a la redacción del Novus Ordo, tenía toda la razon su examen critico y Pablo VI quiso insistir en la audiencia del 19 de noviembre de 1969, que aunque cambien gestos y expresiones en la Misa, la significación y realidad de esta no cambia: "La Misa del nuevo Ordo es, pues, y seguirá siendo, incluso con mayor evidencia en alguno de sus aspectos, la misma de siempre. La unidad entre la Cena del Señor, el sacrificio de la Cruz y la renovación representativa de ambos acontecimientos en la Misa es inviolablemente afirmada y celebrada en el nuevo orden, al igual que lo era en el precedente. La Misa es y seguirá siendo el memorial de la ultima Cena de Cristo, en la cual el Señor, convirtiendo el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, instituyó el sacrificio del Nuevo Testamento, y quiso, que en virtud de su sacerdocio, conferido a los Apóstoles, fuera repetido en su identidad, aunque ofrecido en modo diverso; es decir, en modo incruento y sacramental, en memoria perenne de El hasta el día de su venida final" (L'Osservatore Romano, 20-11-69).


 
HISTORIAS DEL POSTONCILIO (IX): EL RIN SE PRECIPITÓ EN EL TIBER

REFLEXIÓN, A POSTERIORI, SOBRE LAS DIVISIONES DEL CONCILIO

A fines de 1973 aparecía en francés el libro que su autor, inglés, había publicado en Nueva York en 1967, bajo un título curioso y lleno de intención: El Rin se precipita en el Tiber (The Rhine flows into the Tiber). El autor del libro era el Padre Ralph M. Wiltgen, de la Sociedad del Verbo Divino, encargado de una agencia de prensa plurilingüe, y, por ello, con oportunidad para seguir muy de cerca la evolución del Concilio Vaticano II, en su curso y en sus meandros o recovecos más íntimos. Fue Clément Deville el que lo publicó en francés, conservándolo el mismo título, cuya justificación daba el autor de la siguiente manera:

"Cien años antes del nacimiento de Cristo, Juvenal, en una de sus Sátiras, escribía que el Oronte, río principal de Siria, se había precipitado en el Tíber. Queriendo significar con ello que la cultura siríaca, por él menospreciada, había logrado imponerse a la romana, por él tan querida… Pues bien, lo que sucedió en el plano cultural en tiempos de Juvenal, eso ha sucedido en nuestro tiempo en el plano teológico. Pero, esta vez, la influencia vino de los países situados en las riberas del Rin (Alemania, Austria, Suiza, Francia, Holanda y la vecina Bélgica). Y ello porque los cardenales, obispos y teólogos de estos seis países lograron ejercer sobre el Concilio Vaticano II una influencia preponderante, que es lo que justifica el título que doy a mi libro: El Rin se precipita en el Tíber."
Equivale el título a una versión geográfica de la división ideológica de los Padres y teólogos del Vaticano II, que comúnmente se traduce (no sin puntos discutibles, dicho sea de paso) por la denominación de "progresismo" e "integrismo", con la preponderancia de los primeros, y la advertencia de que la división ideológica o de personas no se corresponde exactamente con su contraposición geográfica, pues "progresistas" hubo que no estaban riberas del Rin, e "integristas" que no lo estaban riberas del Tíber.

Pero, en fin, la fórmula del Padre Wiltgen era buena, porque efectivamente fue la Europa del Rin, representada principalmente por Alemania, Holanda y Bélgica, y secundariamente por Francia, la que se precipitó, en sentido de oposición y divergencia con Roma, entendiendo por ésta especialmente la Curia Romana, contra la que aquéllos traían una animadversión manifiesta. Los alemanes, por su carácter previsor y disciplinado, se adelantaron a todos y se pusieron en orden de batalla, la que iniciaron abiertamente al abrirse el Concilio, muy bien pertrechados. Los demás fueron cogidos casi por sorpresa.

"Nadie, quizá -dice Wiltgen-, en la gran Asamblea conciliar, si se exceptúa el Romano Pontífice, ejerció mayor influencia que el cardenal Frings en la adopción de la legislación que salió del Concilio". Y ello no sólo porque era el presidente de la Conferencia Alemana, sino también porque traía teólogos de gran renombre, los que ya desde antes del Concilio habían tomado todas las medidas para ganarse a los holandeses y otros, con vistas a imponer sus criterios en el Concilio, apenas se abriese. Hubo, de hecho, una verdadera alianza europea en ese sentido. Y en ella fueron entrando poco a poco, a lo largo del Concilio, obispos y teólogos de todo el mundo.

La primera gran batalla ganada fue la de la sesión de apertura, cuando Frings y Lieunard (aquél hablando por boca de éste) lograron echar abajo las listas y esquemas preparados antes del Concilio y para discutirse en el Concilio, con vistas a una terminación rápida del mismo, según estaba en la mente de Juan XXIII, quien había pensado en un Concilio de unos meses. Pidieron para ello unos días de espera y deliberación; las que utilizaron para confeccionar sus propias listas, distintas de las preparatorias; y para ganar tiempo confeccionando de paso otros esquemas (los alemanes ya los traían de antes) distintos de los preparados por la correspondiente Comisión Pontificia.

Comenzó entonces un ir y venir de acá para allá, un buscar nombres y adhesiones entre las distintas conferencias y episcopados mundiales, haciendo entrar en la lista de nombres para las distintas comisiones elementos en su mayoría avanzados, si bien, para cubrir el expediente se entremezclaban con algunos conservadores, pero siempre, naturalmente, en minoría. Con tesón, disciplina y prisa consiguieron sus propósitos. Quedaron triunfantes en la votación conciliar unas listas al gusto de las Iglesias ribereñas del Rin, las que desde ese día impusieron tónica al Concilio, alargándolo cuatro años, en vez de reducirlo a cuatro meses; ofreciéndole otros esquemas, y dándole otro ritmo; algo que no entraba ciertamente en los cálculos del que lo convocara, Juan XXIII.

Según palabras de entonces del teólogo Ratzinger (el de aquella época), había que considerar como "un resultado sorprendente, grande y verdaderamente positivo" el que el Concilio, en su primera sesión, hubiera terminado sin aprobar ningún texto. Y en general su gran victoria fue el haber logrado generalizar la oposición a los esquemas “preconciliares” (esto es, los que había elaborado la curia vaticana con vistas al Concilio), ganando la adhesión a otros nuevos, cuya discusión hacía prever larga duración para el Concilio, centrándola en temas del gusto de Centroeuropa, como fueron los de la Colegialidad Episcopal y de la Iglesia en el mundo moderno, sin hablar del de la libertad religiosa.

Como dato significativo, cierto y elocuente, de cuánto pudo la manipulación en la presentación de los textos conciliares dentro de las Comisiones y de que no siempre se procedía con la debida lealtad y rectitud puede ponerse éste que se hizo público y del que dan testimonio los mismos que en él intervinieron, v. gr., el teólogo Schillebeeckx, que fue quien, por decirlo así, levantó la liebre. Nos referimos al tema de la Colegialidad Episcopal, sobre la que se preparó adrede un texto ambiguo que bien podía ser leído ortodoxamente, pero también en contradicción con el Vaticano I.

A1 Santo Padre, Pablo VI, le advirtieron algunos del peligro o de la peligrosidad del texto. Pero no aceptó la sugerencia de la modificación del texto porque creyó en la buena fe de los redactores del texto oficial y en que se daría de él la explicación teológica correcta. Pero cuando llegó a sus manos un documento del ala conservadora por el que se barruntaba que se iba a usar el texto conciliar en plan de abatir con él 1a supremacía papal sobre el colegio episcopal, el Papa cayó en la cuenta de la trampa y quedó consternado. Hay quien dice que prorrumpió en llanto, y mandó redactar aquella famosa Nota previa explicativa del texto conciliar, que había de aceptarse por los Padres como condicionante de su voto sobre el aludido texto.

Y como en esto, pasó en otras varias cuestiones, singularmente a propósito de la proclamación de María Madre de la Iglesia, que tuvo que hacer el Papa por sí mismo en pleno Concilio, ya que los de la Comisión Teológica se negaron a incluir la advocación en el texto conciliar, contra los deseos expresos del Papa. Y así lo del celibato sacerdotal, de la regulación de la natalidad, del comunismo.

En la trastienda del Concilio no se jugó siempre limpio, si bien a la hora de la aprobación final de los textos, la asistencia prometida por Cristo a su Iglesia, impidió que pasara nada que pudiera verse como una contradicción con la doctrina tradicional de la Iglesia o poner en peligro la integridad de la fe, de la moral y de la disciplina eclesiástica. Todo esto y otras cosas más podían seguirse en el libro de Wilgen, El Rin se precipita en el Tiber, que no estba escrito con ira ni con ánimo polémico, sino a modo de crónica e historia de algo que efectivamente pasó y que es bueno tener en cuenta para explicarse muchas de las cosas que acontecieron y aún siguen aconteciendo.
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FONTE:TEMAS DE HISTORIA DE LA IGLESIA