terça-feira, 27 de dezembro de 2011

Magisterio Pontificio: Sobre la Falta de Doctrina y el Deber de Darla a Conocer






ENCÍCLICA

E SUPREMI APOSTOLATUS 

PÍO 

POR LA DIVINA PROVIDENCIA 

PAPA X


A TODOS LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y EN COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA


SOBRE LA FALTA DE DOCTRINA Y EL DEBER DE DARLA A CONOCER 

4 DE OCTUBRE DE 1903


Venerables hermanos: Salud y bendición apostólica 



El peso del Pontificado 

Al dirigirnos por primera vez a vosotros desde la suprema cátedra apostólica a la que hemos sido elevados por el inescrutable designio de Dios, no es necesario recordar con cuántas lágrimas y oraciones he m o s intentado rechazar esta enorme carga del Pontificado. Podríamos, aunque Nuestro mérito es absolutamente inferior, aplicar a Nuestra situación la queja de aquel gran santo, Anselmo, cuando a pesar de su oposición, incluso de su aversión, fue obligado a aceptar el honor del episcopado. Porque Nos tenemos que recurrir a las mis mas muestras de desconsuelo que él profirió para exponer con qué ánimo, con qué actitud hemos aceptado la pesadísima carga del oficio de apacentar la grey de Cristo. Mis lágrimas son testimonio -esto dice-, así como mis quejas y los suspiros de lamento de mi coraz6n; cuales en ninguna ocasión y por ningún dolor recuerdo haber derramado hasta el día en que cayó sobre mí la pesada suerte del arzobispado de Canterbury. No pudieron dejar de advertirlo todos aquellos que en aquel día contemplaron mi rostro... Yo con un color más propio de un muerto que de una persona viva, pali decía con doloroso estupor. A decir verdad, hasta ese momento hice todo lo posible por rechazar lejos de mí esa elección, o por mejor decir esa extorsión. Pero ya, de grado o por fuerza, tengo que confesar que a diario los designios de Dios resisten más y más a mis planes, de modo que comprendo que es absolutamente imposible oponerme a ello. De ahí que, vencido por la fuerza no de los hombres sino de Dios, contra la que no hay defensa posible, entendí que mi deber era adoptar una única decisión: después de haber orado cuanto pude y haber intentado que, si era posible, ese cáliz pasara de mí sin beberlo... entregueme por completo al sentir ya la voluntad de Dios, dejando de lado mi propio sentir y mi voluntad [1]. leer...