quarta-feira, 1 de janeiro de 2014

Juan Martin Velasco : páginas sobre la experiencia de Dios


Muchos creyentes sufren actualmente en su vida las consecuencias

del malestar religioso de nuestra cultura. En torno a ellos y en su

interior se está desmoronando una encarnación histórica del cristianismo,

la designada con el nombre de cristiandad, vigente

durante siglos, que había impregnado la sociedad y la cultura en

la que hemos nacido. Y ese desmoronamiento, cada vez más

rápido, arrastra consigo para muchos las evidencias, las seguridades,

sobre las que se apoyaba su realización de la vida cristiana.

No es raro que en estas circunstancias muchos tengan la impresión

de que Dios, que era hasta hace no mucho una realidad que

formaba parte de su entorno, se esta alejando del mundo de forma

irremediable. Del «Dios está aquí» seguro, natural y dado por

supuesto de otros tiempos, se está pasando al «¿dónde está Dios?».

Del «todo habla de Dios» al «estamos sin noticias de Dios».

Cada vez somos más las personas que en esta situación, vivida

por algunos como amenaza y peligro radical para la vida religiosa

e interpretada como antesala de la desaparición de la fe de la faz

de la historia, descubrimos la crisis providencial de una distorsionada

encarnación socio-cultural del cristianismo que está exigiendo

de los creyentes una «recomposición» radical de la vida

cristiana en su dimensión personal y social. El eje en torno al cual

se ha de operar esa recomposición, han dicho con insistencia los

profetas de nuestro tiempo, es la experiencia personal de la fe. El

cristianismo del mañana que ya estamos viviendo será místico o

no será cristianismo.

Pero ¿cómo ser místico en situación de ausencia de Dios cultural

y social generalizada? ¿como hacer la experiencia de Dios

cuando tantas voces insisten en proclamar que Dios ha muerto?

¿será posible dar con una forma de experiencia de Dios, enraizada

en la tierra aparentemente tan poco propicia de nuestro tiempo,

alimentada de su misma sustancia, que responda a las preguntas,

preocupaciones y necesidades que comporta?

Las páginas que siguen intentan ofrecer materiales para responder

afirmativamente a estas cuestiones. Tras haber descrito

con detenimiento el malestar religioso de nuestra cultura y el

crecimiento de la indiferencia religiosa, el agnosticismo y la indiferencia,

me propongo en ellas ayudar a los creyentes de estos

tiempos religiosamente difíciles a identificar las posibilidades que

ofrecen para una experiencia renovada de Dios que sirva de fundamento

para responder a sus necesidades. Las páginas que

siguen querrían colaborar en la tarea, imprescindible para los que

seguimos sintiendo la necesidad de ser creyentes, de reconstruir

nuestra experiencia cristiana de Dios con los materiales que nos

ofrece la hora que nos ha tocado vivir.

Las reflexiones que contienen desarrollan unas pocas convicciones

formulables en expresiones acuñadas por la tradición de la

que vivimos. «Dios está aquí, y yo no lo sabía». Por más dificultades

que acumule nuestra cultura o nuestra debilidad, o incluso

nuestra infidelidad, que hacen que no lo sepamos, tenemos la

seguridad, fundada en nuestra esperanza, de que Dios está aquí,

en nuestro mundo, en nuestro tiempo, en nuestra vida.

«Hasta ahora sabía de ti de oídas, ahora te han visto mis

ojos». Reconocemos que muchas de nuestras formas falsamente

tradicionales de vida cristiana sabían de Dios sólo de oídas, que

hemos pretendido ser cristianos por procuración; que en no pocas

ocasiones hemos llamado cristianismo a la rutina, la falsa seguridad,

la falta de compromiso, barnizadas con gestos de piedad, con

afirmaciones ortodoxas y con recursos a la legalidad de una institución

que había venido a ocupar el lugar inidentificable, indefinible,

de Dios. Y estamos convencidos de que la ruptura actual de la

síntesis que nos habíamos construido, la demolición a la que estamos

asistiendo de ese templo hecho por manos humanas, son la

mejor ocasión, la invitación por el Espíritu a abrir los ojos y dejarnos

sorprender por ese Dios al que tantas veces hemos querido

acaparar.

Todos los fracasos de determinadas formas históricas de cristianismo

no nos hacen olvidar que en Jesucristo Dios ha visitado

a su pueblo. Que en él se ha dado a ver a los discípulos, y que de

esa visita y de esa visión también nosotros somos destinatarios, y

que igual que los discípulos «se llenaron de alegría al ver al

Señor», nosotros somos convocados a una experiencia que, con

visión o sin ella, nos conduzca de la decepción de la cruz a la

nueva vida de la resurrección.

Estas páginas sobre la experiencia de Dios continúan otras

consagradas a la evangelización en nuestro mundo y están escritas

con la misma preocupación. Primero, porque sabemos que «lo

que hemos visto y oído no lo podemos callar»; además, porque,

aunque escritas desde los testimonios de sujetos que nos identificamos

como religiosos, están llenas de nostalgia de «los otros», de

los que, no sabemos muy bien por qué razones, se consideran no

religiosos o no se atreven a confesarse creyentes.

Esta nostalgia por «los otros» deja a mis reflexiones permanentemente

abiertas hacia otras posibles formas de experiencias de

Dios. Experiencias de incógnito, bajo formas nuevas no identificables

con las formas de las religiones tradicionales, en las que tal

vez estén despuntando formas inéditas de desvelamiento de un

Dios que no se deja encerrar en el terreno acotado por la religión

y es mayor que la conciencia y el lenguaje y los conceptos de los

que le reconocemos con los medios precarios que nos ofrecen

nuestras tradiciones religiosas. De ahí que estas páginas estén

pidiendo una prolongación en varias direcciones. En las del diálogo

con otras tradiciones religiosas que han cultivado la experiencia

de Dios desde contextos diferentes del nuestro y ofrecen

versiones de ella capaces de enriquecer la nuestra; y en la del diálogo

con experiencias humanas ajenas a las religiones tradicionales

pero en las que, por estar en cuestión el hombre, los creyentes

sabemos que se trata de Dios, aunque los medios proporcionados

por nuestra pobre religión sean incapaces de descubrirlo.