sábado, 6 de fevereiro de 2016

Jesús...el día de Dios debe transcurrirse con el corazón unido a Dios en dulce oración de amor. Hay que ser fieles en todo.


En Betsaida, en casa de Pedro. Encuentro con Felipe y Natanael
Juan llama a la puerta de la casa donde hospedan a Jesús. Se asoma una mujer y, viendo quién es, avisa a Jesús.
Se saludan con un gesto de paz.
Y luego:
- Has venido solícito, Juan - dice Jesús.
- He venido a comunicarte que Simón Pedro te ruega que pases por Betsaida. He hablado de ti a muchos... No hemos
pescado esta noche; orado sí, como sabemos hacerlo, renunciando con ello al lucro porque... el sábado todavía no había
terminado. Luego, esta mañana, hemos ido por las calles hablando de ti. Hay gente que quisiera oírte... ¿Vienes, Maestro?.
- Voy. Aunque debiera ir a Nazaret antes que a Jerusalén.
- Pedro te llevará desde Betsaida a Tiberíades, con su barca. Llegarás incluso antes.
- Vamos, entonces.
Jesús coge manto y bolsa. Pero Juan le toma esta última. Y, después de saludar a la dueña de casa, se marchan.
La visión me muestra la salida del pueblo y el comienzo del viaje hacia Betsaida. Pero no oigo la conversación, e incluso
la visión se interrumpe hasta la entrada de Betsaida. Comprendo que se trata de esta ciudad porque veo a Pedro, Andrés y
Santiago, y con ellos algunas mujeres, esperando a Jesús donde empiezan las casas.
- La paz sea con vosotros. Aquí me tenéis.
- Gracias, Maestro, en nombre nuestro y de los que esperan. No es sábado, pero ¿no les vas a hablar a los que esperan
tus palabras?
- Sí, Pedro. Lo haré. En tu casa.
Pedro se muestra jubiloso:
- Ven, entonces: ésta es mi mujer, ésta es la madre de Juan, éstas son amigas de ellas. Pero también te esperan otros:
parientes y amigos nuestros.
- Diles que partiré esta noche y que antes les hablaré.
No he dicho que, habiendo salido de Cafarnaúm cuando se estaba poniendo el sol, los he visto llegar a Betsaida por la
mañana.
- Maestro... te ruego que te quedes una noche en mi casa. Es largo el camino hacia Jerusalén, aunque te lo abrevie
hasta Tiberíades con mi barca. Mi casa es pobre, pero honesta y amiga. Quédate con nosotros esta noche.
Jesús mira a Pedro y a todos los demás que esperan. Los mira escrutador. Sonríe y dice: «Sí».
Nueva alegría de Pedro.
Algunos miran desde las puertas y se hacen señas. Un hombre llama por el nombre a Santiago y le habla en voz baja
señalando a Jesús. Santiago asiente y el hombre va a hablar aparte con otros que están parados en un cruce de caminos.
Entran en la casa de Pedro. Una cocina amplia y humosa. En un rincón, redes, sogas y cestas para pesca; en medio, el
hogar ancho y bajo, por ahora apagado. Por las dos puertas, una frente a otra, se ve el camino y el huerto, pequeño, con la
higuera y la vid; más allá del camino, el celeste ondear del lago; más allá del huerto, la pared oscura de otra casa.
- Te ofrezco cuanto tengo, Maestro, y de la forma que sé hacerlo...
- No podrías ni mejor ni más, porque me lo ofreces con amor.
Le dan a Jesús agua para refrescarse y luego pan y aceitunas. Jesús come un poco (en realidad para que vean que lo
acepta) y luego, con un gesto de agradecimiento, indica que no quiere más.
Unos niños curiosean desde el huerto y el camino. No sé si son o no lujos de Pedro. Sólo sé que él mira severamente a
estos niños impetuosos, para que no se acerquen. Jesús sonríe y dice:
- Déjalos.
- Maestro, ¿quieres descansar? Ahí está mi habitación, allí la de Andrés. Elige. No haremos ruido mientras estés
reposando.
-¿Tienes una terraza?
- Sí; y la vid, aunque esté todavía casi sin hojas, da un poco de sombra.
- Llévame a la terraza. Prefiero descansar arriba. Pensaré y oraré
- Como quieras. Ven.
Desde el huertecillo, una pequeña escalera sube hasta el tejado, que es una terraza rodeada por una pared baja.
También aquí hay redes y sogas. ¡Cuánta luz de cielo y cuánto azul de lago!
Jesús se sienta en un taburete con la espalda apoyada en el murete. Pedro trata de ingeniárselas extendiendo una vela
por encima y al lado de la vid para hacer un sitio donde poder uno resguardarse del sol. Se siente brisa y silencio. Jesús se deleita
en ello.
- Yo me voy, Maestro.
- Vete. Tú y Juan id a decir que a la hora de la puesta del Sol hablaré aquí.
Jesús se queda solo y ora durante mucho tiempo. Aparte de dos parejas de palomas que van y vienen desde los nidos, y
un trinar de gorriones, no hay ruido o ser vivo alrededor de Jesús orante. Las horas pasan calmas y serenas.
Después Jesús se levanta, da alguna vuelta por la terraza, mira al lago, mira y sonríe a unos niños que juegan en la calle
y que le sonríen, mira a la calle, hacia la placita que está a unos cien metros de la casa. Luego baja. Se asoma a la cocina:
- Mujer, voy a pasear por la orilla.
Sale y, efectivamente, va a la orilla, con los niños. Les pregunta:
-¿Qué hacéis?
- Queríamos jugar a la guerra. Pero él no quiere y entonces se juega a la pesca.
El "él" que no quiere es un niño — ya un hombrecito — de constitución menuda, pero de rostro luminosísimo. Quizás
sabe que, siendo grácil como es, se llevaría palos de los demás haciendo "la guerra" y por ello sostiene la paz.
Pero Jesús aprovecha la ocasión para hablarles a esos niños:
- Él tiene razón. La guerra es pena impuesta por Dios para castigo de los hombres, y signo de que el hombre ha venido a
menos en su condición de verdadero hijo de Dios. Cuando el Altísimo creó el mundo, hizo todas las cosas: el Sol, el mar, las
estrellas, los ríos, las plantas, los animales, pero no hizo los armas. Creó al hombre y le dio ojos para que tuviera miradas de
amor, bocas para pronunciar palabras de amor, oído para oírlas, manos para socorrer y acariciar, pies para correr con rapidez
hacia el hermano necesitado, y corazón capaz de amar. Dio al hombre inteligencia, palabra, afectos, gustos. Pero no le dio el
odio. ¿Por qué? Porque el hombre, criatura de Dios, debía ser amor, como Amor es Dios. Si el hombre hubiera permanecido
como tal criatura, habría permanecido en el amor, y la familia humana no habría conocido guerra ni muerte.
- Pero él no quiere hacer la guerra porque pierde siempre» (efectivamente, yo había adivinado).
Jesús sonríe y dice:
- No se debe no querer lo que a nosotros nos lesiona porque nos lesione. Se debe no querer una cosa cuando lesiona a
todos. Si uno dice: "No quiero esto porque me produce una pérdida", es egoísta. Sin embargo, el buen hijo de Dios dice:
"Hermanos, yo sé que vencería, pero os digo: no hagamos esto porque significaría un daño para vosotros". ¡Cómo ha
comprendido éste el precepto principal! ¿Quién me lo sabe decir?.
En coro, las once bocas dicen:
- Amarás a tu Dios con todo tu ser y a tu prójimo como a tí mismo".
-¡Sois unos niños excelentes! ¿Vais todos al colegio?
- Sí.
-¿Quién es el más listo?
- Él (es el niño grácil que no quiere jugar a la guerra).
-¿Cómo te llamas?
- Joel.
-¡Gran nombre! Joel habla así: "... el débil diga: "¡Soy fuerte!". Pero ¿fuerte en qué? En la ley del Dios verdadero, para
estar entre los que Él en el valle de la Decisión juzgará como santos suyos. Mas el juicio está próximo; no en el valle de la
Decisión, sino en el monte de la Redención. Allí, entre Sol y Luna oscurecidos de horror, y estrellas temblando llanto de piedad,
serán discernidos los hijos de la Luz de los hijos de las Tinieblas. Y todo Israel sabrá que su Dios ha venido. Dichosos los que lo
hayan reconocido: recibirán en su corazón miel, leche y aguas claras y las espinas se les transformarán en eternas rosas. ¿Quién
de vosotros quiere estar entre aquéllos a los que Dios juzgue santos?.
-¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!.
-¿Amaréis entonces al Mesías?
-¡Sí! ¡Sí! ¡A ti! ¡A ti! ¡Te amamos a ti! ¡Sabemos quién eres! Lo han dicho Simón y Santiago y también nuestras madres.
¡Llévanos contigo!.
- En verdad os tomaré conmigo si sois buenos. Nunca más, palabras feas; nunca más, abusos; nunca más, riñas; nunca
más, malas respuestas a los padres. Oración, estudio, trabajo, obediencia; y Yo os amaré y os acompañaré en vuestro camino.
Los niños están todos en círculo alrededor de Jesús. Parece una corola policroma ceñida en torno a un largo pistilo azul
oscuro.
Un hombre bastante anciano se ha acercado, curioso. Jesús se vuelve para acariciar a un niño que le está tirando del
vestido, y lo ve. Detiene en él intensamente su mirada. El anciano se limita a saludar ruborizándose.
-¡Ven! ¡Sígueme!
- Sí, Maestro.
Jesús bendice a los niños y, al lado de Felipe (lo llama por el nombre), vuelve a casa. Se sientan en el huertecillo.
-¿Quieres ser mi discípulo?
- Lo quiero—y no oso esperar serlo.
- Yo te he llamado.
- Lo soy, entonces. Heme aquí.
-¿Tenías conocimiento de mí?
- Me ha hablado de ti Andrés. Me ha dicho: "Aquel por quien tú suspirabas ha venido". Porque Andrés sabía que yo
suspiraba por el Mesías.
- No queda frustrada tu espera. Él está delante de ti.
-¡Mi Maestro y mi Dios!
- Eres un israelita de recta intención. Por esto me manifiesto a ti. Otro amigo tuyo — como tú, sincero israelita —
espera. Ve a decirle: "Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, hijo de José, de la estirpe de David, aquel de quien hablaron Moisés
y los profetas". Ve.
Jesús se queda solo hasta que vuelve Felipe con Natanael - Bartolomé.
- He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. La paz sea contigo, Natanael.
-¿Cómo me conoces?
- Antes de que Felipe fuera a llamarte, te he visto debajo de la higuera.
-¡Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel!
-¿Porque he dicho que te he visto pensando debajo de la higuera, crees? Cosas mucho más grandes que éstas verás. En
verdad os digo que los Cielos están abiertos y vosotros, por la fe, veréis a los ángeles bajar y subir sobre el Hijo del Hombre: Yo,
quien te está hablando.
¡Maestro! ¡Yo no soy digno de tanto favor!
- Cree en mí y serás digno del Cielo. ¿Quieres creer?
- Quiero, Maestro.
La visión se detiene... Y continúa en la terraza, que está llena de gente. Otras personas están en el huertecillo de Pedro.
Jesús habla.
- Paz a los hombres de buena voluntad. Paz y bendición a sus casas, mujeres y niños. La gracia y la luz de Dios reinen en
ellas y en los corazones que las habitan.
Deseabais oírme. La Palabra habla. Habla a los honestos con alegría, habla a los deshonestos con dolor, habla a los
santos y a los puros con gozo, habla a los pecadores con piedad. No se niega. Ha venido para derramarse como río que riega
tierras necesitadas de agua y que de él reciben alivio de olas y nutrición de limo.
Vosotros queréis saber qué se requiere para ser discípulos de la Palabra de Dios, del Mesías, Verbo del Padre, que viene
a reunir a Israel para que oiga una vez más las palabras del Decálogo santo e inmutable y se santifique en ellas para estar limpio,
en la medida en que el hombre puede hacerlo de por sí, para la hora de la Redención y del Reino.
Mirad. Yo digo a los sordos, a los ciegos, a los mudos, a los leprosos, a los paralíticos, a los muertos: "Levantaos, sanad,
resucitad, caminad, ábranse en vosotros los ríos de la luz, de la palabra, del sonido, para que podáis ver, oír, hablar de mí". Pero,
más que a los cuerpos, esto se lo digo a vuestros espíritus. Hombres de buena voluntad, venid a mí sin temor. Si el espíritu está
lesionado, Yo le devuelvo la salud. Si está enfermo, lo curo; Si muerto, lo resucito. Quiero sólo vuestra buena voluntad.
¿Es difícil esto que os pido? No. No os impongo los cientos de preceptos de los rabinos. Os digo: seguid el Decálogo. La
Ley es una e inmutable. Muchos siglos han pasado desde la hora en que fue promulgada, hermosa, pura, fresca, como criatura
recién nacida, como rosa recién abierta en el tallo. Simple, sin mancha, ligera de seguir.
Durante los siglos, las culpas y las inclinaciones la han complicado con leyes y más leyes menores, pesos y restricciones,
demasiadas cláusulas penosas. Yo os conduzco de nuevo a la Ley como ésta era cuando el Altísimo la dio. Pero, os lo ruego por
vuestro bien, recibidla con el corazón sincero de los verdaderos israelitas de entonces.
Vosotros susurráis — más en vuestro corazón que con los labios — que la culpa está arriba, más que en vosotros, gente
humilde. Lo sé. En el Deuteronomio está dicho todo lo que debe hacerse, y no era necesario más. Pero no juzguéis a quien
actuó no para sí, sino para los demás. Vosotros haced lo que Dios dice. Y, sobre todo, esforzaos en ser perfectos en los dos
preceptos principales. Si amáis a Dios con todo vuestro ser, no pecaréis, porque el pecado produce dolor a Dios. Quien ama no
quiere causar dolor. Si amáis al prójimo como a vosotros mismos, sólo podréis ser hijos respetuosos para con los padres,
esposos fieles a los consortes, hombres honestos en las transacciones, sin violencias para con los enemigos, sinceros a la hora de
testificar, sin envidia de quien posee, sin deseos de lujuria hacia la mujer del prójimo. No queriendo hacer a los demás lo que no
querríais que se os hiciera a vosotros, no robaréis, no mataréis, no calumniaréis, no entraréis como los cucos en el nido de los
demás.
Pero incluso os digo: "Portad a perfección vuestra obediencia a los dos preceptos de amor: amad también a vuestros
enemigos".
¡Oh, si sabéis amar como Él, cómo os amará el Altísimo, que ama al hombre — transformado en enemigo suyo por la
culpa original y por los pecados individuales — hasta el punto de enviarle el Redentor, el Cordero que es su Hijo, Yo, quien os
está hablando, el Mesías, prometido para redimiros de toda culpa!
Amad. El amor sea para vosotros escalera por la cual, hechos ángeles, subáis (como vio Jacob) hasta el Cielo, oyendo al
Padre decir a todos y a cada uno: "Yo seré tu protector dondequiera que vayas, y te traeré de nuevo a este lugar: al Cielo, al
Reino Eterno".
La paz esté con vosotros.
La gente manifiesta su conmovida aprobación y se va lentamente. Se quedan Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y
Bartolomé.
-¿Te vas mañana, Maestro?
- Mañana al amanecer, si no te desagrada.
- Desagradarme el que te vayas, sí, pero la hora no; es incluso propicia.
-¿Vas a ir a pescar?
- Esta noche, cuando salga la Luna.
- Has hecho bien, Simón Pedro, en no pescar durante la pasada noche. Todavía no había terminado el sábado.
Nehemías, en sus reformas, quiso que en Judá se respetara el sábado. Ahora también demasiada gente en sábado prensa en los
lagares, transporta haces, carga vino y fruta, y vende y compra pescado y corderos. Tenéis seis días para esto. El sábado es del
Señor. Sólo una cosa podéis hacer en sábado: el bien a vuestro prójimo, pero sin ningún tipo de afán de lucro. Quien viola por
lucro el sábado sólo puede obtener de Dios el castigo. ¿Gana algo?: lo perderá con creces en los otros seis días. ¿No lo gana?: se
ha esforzado en vano el cuerpo, no concediéndole ese reposo que la Inteligencia ha establecido para él, airándose el espíritu por
haber trabajado inútilmente, llegando incluso a proferir imprecaciones. Sin embargo, el día de Dios debe transcurrirse con el
corazón unido a Dios en dulce oración de amor. Hay que ser fieles en todo.
- Pero... los escribas y doctores, que son tan severos con nosotros... no trabajan durante el sábado. Ni siquiera le dan al
prójimo un pan por evitar el trabajo de dárselo... y, sin embargo, fían préstamos abusivos aun en sábado, ¿Se puede hacer esto
en sábado porque no sea trabajo material?
- No. Nunca. Ni durante el sábado ni durante los otros días. Quien presta abusivamente es deshonesto y cruel.
- Los escribas y fariseos, entonces...
- Simón no juzgues. Tú no lo hagas.
- Pero tengo ojos para ver...
-¿Sólo el mal está ante nuestros ojos, Simón?.
- No, Maestro.
- Entonces, ¿por qué mirar sólo el mal?
- Tienes razón, Maestro.
- Entonces mañana al amanecer partiré con Juan».
- Maestro...
- Simón, ¿qué te sucede?
- Maestro... ¿vas a Jerusalén?
- Ya lo sabes.
- Yo también voy a Jerusalén para la Pascua... y también Andrés y Santiago....
-¿Y entonces?... Quieres decir que desearías venir conmigo ¿no? ¿Y la pesca? ¿Y la ganancia? Me has dicho que te gusta
tener dinero, y Yo me ausentaré durante muchos días. Primero voy donde mi Madre, y a Jerusalén a la vuelta. Me quedaré allí
predicando. ¿Cómo te las arreglarás?...
Pedro se muestra dudoso, vacilante... pero al final se decide:
- Por mí... voy contigo. ¡Te prefiero a ti antes que al dinero!
- Yo también voy».
- También yo.
- Y nosotros también, ¿verdad, Felipe?
- Venid, pues. Me serviréis de ayuda».
-¡Oh!... — Pedro se emociona ante esta idea —. ¿En qué te podemos ayudar?
- Os lo diré. Para actuar bien sólo tendréis que hacer cuanto os diga. El obediente siempre actúa bien. Ahora oraremos y
luego cada uno irá a realizar sus cometidos.
-¿Y Tú, Maestro?
- Oraré más. Soy la Luz del mundo, pero también soy el Hijo del hombre. Por ello siempre tengo que beber de la Luz
para ser el Hombre que redime al hombre. Oremos.
Jesús dice un salmo. El que comienza: «Quien reposa en la ayuda del Altísimo vivirá bajo la protección del Dios del Cielo.
Dirá al Señor: "Tú eres mi protector, mi refugio. Es mi Dios, en Él está mi esperanza. Él me libró del lazo de los cazadores y de las

palabras agresivas" etc. etc.». Lo encuentro en el libro 4°. Es el segundo del libro 4°, me parece que es el núm. 90 (Salmos 91). 
María manda a Judas Tadeo a invitar a Jesús a las bodas de Cana.
Veo la cocina de Pedro. En ella, además de Jesús, están Pedro y su mujer, y Santiago y Juan. Parece que acaban de
terminar de cenar y que están conversando. Jesús muestra interés por la pesca.
Entra Andrés y dice:
- Maestro, está aquí el dueño de la casa en que vives, con uno que dice ser tu primo.
Jesús se levanta y va hacia la puerta, diciendo que pasen. Y, cuando a la luz de la lámpara de aceite y de la lumbre ve
entrar a Judas Tadeo, exclama:
-¿Tú, Judas?
- Yo, Jesús.
Se besan. Judas Tadeo es un hombre apuesto, en la plenitud de la hermosura viril. Es alto — si bien no tanto como Jesús
—, de robustez bien proporcionada, moreno, como lo era San José de joven, de color aceitunado, no térreo; sus ojos tienen algo
en común con los de Jesús, porque son de tono azul pero con tendencia al violáceo. Tiene barba cuadrada y morena, cabellos
ondulados, menos rizados que los de Jesús, morenos como la barba.
- Vengo de Cafarnaúm. He ido allí en barca, y he venido también en barca para llegar antes. Me envía tu Madre. Dice:
"Susana se casa mañana. Te ruego, Hijo, que estés presente en esta boda". María participa en la ceremonia y con ella mi madre
y los hermanos. Todos los parientes están invitados. Sólo Tú estarías ausente. Los parientes te piden que complazcas en esto a
los novios.
Jesús se inclina ligeramente abriendo un poco los brazos y dice:
- Un deseo de mi Madre es ley para mí. Pero iré también por Susana y por los parientes. Sólo... lo siento por vosotros... -
y mira a Pedro y a los otros - Son mis amigos - explica a su primo. Y los nombra comenzando por Pedro. Por último dice: - Y éste
es Juan - y lo dice de una forma muy especial, que mueve a Judas Tadeo a mirar más atentamente, y que hace ruborizarse al
predilecto. Jesús termina la presentación diciendo: - Amigos, éste es Judas, hijo de Alfeo, mi primo hermano, según dice la
usanza, porque es hijo del hermano del esposo de mi Madre; un buen amigo mío en el trabajo y en la vida.
- Mi casa está abierta para ti como para el Maestro. Siéntate.
Luego, dirigiéndose a Jesús, Pedro dice:
-¿Entonces? ¿Ya no vamos contigo a Jerusalén?.
- Claro que vendréis. Iré después de la fiesta. Únicamente que ya no me detendré en Nazaret.
- Haces bien, Jesús, porque tu Madre será mi huésped durante algunos días. Así hemos quedado, y volverá a mi casa
también después de la boda - esto dice el hombre de Cafarnaúm.
- Entonces lo haremos así. Ahora, con la barca de Judas, Yo iré a Tiberíades y de allí a Cana, y con la misma barca volveré
a Cafarnaúm con mi Madre y contigo. El día siguiente después del próximo sábado te acercas, Simón, si todavía quieres, e
iremos a Jerusalén para la Pascua.
-¡Sí que querré! Incluso iré el sábado para oírte en la sinagoga.
-¿Ya predicas, Jesús? - pregunta Judas.
- Sí, primo.
-¡Y qué palabras! ¡No se oyen en boca de otros!.
Judas suspira. Con la cabeza apoyada en la mano y el codo sobre la rodilla, mira a Jesús y suspira. Parece como si
quisiera hablar y no se atreviera.
Jesús lo anima para que hable:
-¿Qué te pasa, Judas? ¿Por qué me miras y suspiras?.
- Nada.
- No. Nada no. ¿Ya no soy el Jesús que tú estimabas? ¿Aquel para quien no tenías secretos?
-¡Sí que lo eres! Y cómo te echo de menos, a ti, maestro de tu primo más mayor...
-¿Entonces? Habla.
- Quería decirte... Jesús... sé prudente... tienes una Madre... que aparte de ti no tiene nada... Tú quieres ser un "rabí"
distinto de los demás y sabes, mejor que yo, que... las castas poderosas no permiten cosas distintas de las usuales, establecidas
por ellos. Conozco tu modo de pensar... es santo... Pero el mundo no es santo... y oprime a los santos... Jesús... ya sabes cuál ha
sido la suerte de tu primo Juan... Lo han apresado y si todavía no ha muerto es porque ese repugnante Tetrarca tiene miedo del
pueblo y del rayo divino. Asqueroso y supersticioso, como cruel y lascivo. ¿Qué será de ti? ¿Qué final te quieres buscar?
- Judas, ¿me preguntas esto tú, que conoces tanto acerca de mi pensamiento? ¿Hablas por propia iniciativa? No. ¡No
mientas! Te han mandado — no mi Madre, por supuesto — a decirme esto...
Judas baja la cabeza y calla.
- Habla, primo.
- Mi padre... y con él José y Simón... sabes... por tu bien... por afecto hacia ti y María... no ven con buenos ojos lo que te
propones hacer... y... y querrían que Tú pensaras en tu Madre...
-¿Y tú qué piensas?
- Yo... yo.
- Tú te debates entre las voces de arriba y de la Tierra. No digo de abajo, digo de la Tierra. También vacila Santiago, aún
más que tú. Pero Yo os digo que por encima de la Tierra está el Cielo, por encima de los intereses del mundo está la causa de
Dios. Necesitáis cambiar de modo de pensar. Cuando sepáis hacerlo seréis perfectos.
- Pero... ¿y tu Madre?
-Judas, sólo Ella tendría derecho a recordarme mis deberes de hijo, según la luz de la Tierra, o sea, mi deber de trabajar
para Ella, para hacer frente a sus necesidades materiales, mi deber de asistencia y consolación estando cerca de mi Madre. Y Ella
no me pide nada de esto. Desde que me tuvo, Ella sabía que habría de perderme, para encontrarme de nuevo con más amplitud
que la del pequeño círculo de la familia. Y desde entonces se ha preparado para esto. No es nueva en su sangre esta absoluta
voluntad de donación a Dios. Su madre la ofreció al Templo antes de que Ella sonriera a la luz. Y Ella — me lo ha dicho las
innumerables veces que me ha hablado de su infancia santa teniéndome contra su corazón en las largas noches de invierno, o
en las claras de verano llenas de estrellas — y Ella se ofreció a Dios ya desde aquellas primeras luces de su alba en el mundo. Y
más aún se ofreció cuando me tuvo, para estar donde Yo estoy, en la vía de la misión que me viene de Dios. Llegará un
momento en que todos me abandonen. Quizás durante pocos minutos, pero la vileza se adueñará de todos, y pensaréis que
hubiera sido mejor, por cuanto se refiere a vuestra seguridad, no haberme conocido nunca. Pero Ella, que ha comprendido y que
sabe, Ella estará siempre conmigo. Y vosotros volveréis a ser míos por Ella. Con la fuerza de su amorosa, segura fe, Ella os
aspirará hacia sí, y, por tanto hacia mí, porque Yo estoy en mi Madre y Ella en mí, y Nosotros en Dios. Esto querría que
comprendierais vosotros todos, parientes según el mundo, amigos e hijos según lo sobrenatural. Tú, y contigo los otros, no
sabéis quién es mi Madre. Si lo supierais, no la criticaríais en vuestro corazón por no saberme tener sujeto a Ella, sino que la
veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios, la Poderosa que todo lo puede en orden al corazón del Eterno Padre, que todo
lo puede en orden al Hijo de su corazón. Ciertamente iré a Cana. Quiero hacerla feliz. Comprenderéis mejor después de esta
hora.
Se le ve a Jesús majestuoso y persuasivo. Judas lo mira atentamente. Piensa. Dice:
- Yo también, sin duda, iré contigo, con estos, si me aceptas... porque siento que dices cosas justas. Perdona mi ceguera
y la de mis hermanos. ¡Eres mucho más santo que nosotros!...
- No guardo rencor a quien no me conoce. Ni siquiera a quien me odia. Pero me duele por el mal que a sí mismo se
hace. ¿Qué tienes en esa bolsa?
- La túnica que tu Madre te manda. Mañana será una gran fiesta. Ella piensa que su Jesús la necesita para no causar
mala impresión entre los invitados. Ha estado hilando incansable desde las primeras luces hasta las últimas, diariamente, para
prepararte esta túnica. Pero no ha ultimado el manto. Todavía le faltan las orlas. Se siente desolada por ello.
- No hace falta. Iré con éste, y aquél lo reservaré para Jerusalén. El Templó es más que una boda. Ella se alegrará».
- Si queréis estar para el alba en el camino que lleva a Cana, os conviene levar anclas enseguida. La Luna sale, la travesía
será buena - dice Pedro.
- Vamos entonces. Ven, Juan. Te llevo conmigo. Simón Pedro, Santiago, Andrés, ¡adiós! Os espero el sábado por la
noche en Cafarnaúm. ¡Adiós!, mujer. Paz a ti y a tu casa.
Salen Jesús con Judas y Juan. Pedro los sigue hasta la orilla y colabora en la operación de partida de la barca.
Y la visión termina.