sábado, 30 de setembro de 2017

Falleció Caffarra que tuvo una profunda amistad con Divo Barsotti, místico y teólogo.

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Falleció Caffarra; “¿Yo en contra del Papa? Preferiría que dijeran que tengo una amante”

06 de sep de 2017
El cardenal arzobispo emérito de Bolonia murió a los 79 años de edad. Era uno de los 4 autores de las «dudas» sobre «Amoris laetitia». Afirmó: «¡Nací papista y quiero morirme papista!»
Sucesor de Biffi, guió la diócesis de Bolonia de 2004 a 2015. Falleció hoy el cardenal Carlo Caffarra, a la edad de 79 años, después de una larga enfermedad. Era uno de los cuatro autores de las «dudas» sobre la encíclica «Amoris laetitia» del Papa.
Caffarra, creado cardenal en marzo de 2006 por el Papa Benedicto XVI, fue obispo de Ferrara desde 1995. En diciembre de 2003 fue trasladado por Juan Pablo II a Bolonia, en donde sustituyó al cardenal Giacomo Biffi y en donde tomó posesión a principios de 2004. Permaneció allí durante once años, hasta finales de octubre de 2015.
El purpurado italiano fue también uno de los cuatro autores de las llamadas «dubia» escritas al Papa sobre «Amoris laetitia», la encíclica sobre el matrimonio y la familia. Firmaron además de él las perplejidades sobre las aperturas del documento los cardenales Walter Brandmueller, Raymond Burke y Joachim Meisner, que también acaba de fallecer recientemente.
El arzobispo de Bolonia, monseñor Matteo Zuppi, anunció la muerte de Caffarra a la comunidad religiosa «con el corazón lleno de tristeza». Cafarra, escribió el arzobispo, «sirvió fielmente por toda su vida sin reservas de amor, generosidad e inteligencia».
El arzobispo emérito de Bolonia nació el primero de junio de 1938 en Samboseto di Busseto, en la provincia italiana de Parma, que pertenece a la diócesis de Fidencia. Fue ordenado sacerdote el 2 de julio de 1961 en Samboseto. Prosiguió sus estudios en Roma, en el Pontificio Seminario lombardo. Obtuvo el doctorado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana, con una tesis sobre la finalidad del matrimonio.
Durante sus años como profesor de Teología Moral fundamental en la Facultad Teológica de la Italia septentrional, en Milán, y en el departamento de Ciencias Religiosas de la Universidad del Sagrado Corazón de la misma ciudad, conoció al monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, personalidad fundamental para su vida. También nació una profunda amistad con Divo Barsotti, místico y teólogo.
Durante los años setenta estudió a profundidad los temas del matrimonio, de la familia y de la procreación humana, impulsado porque varias parejas de esposos y novios le pidieron que los introdujera en la visión cristiana del matrimonio. Eran los años de las grandes discusiones que suscitó la encíclica «Humanae vitae» del beato Pablo VI.
En 1980, Juan Pablo II lo nombró como experto en el Sínodo de los Obispos sobre el matrimonio y la familia, y en enero de 1981 le confirió el mandato de fundar y presidir el Pontificio Instituto Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, en donde dio el curso de Ética de la procreación y los seminarios de Ética general y de Bioética.
El 8 de septiembre de 1995 fue ordenado arzobispo de Ferrara-Comacchio. Recibió la ordenación episcopal en la Catedral de Fidencia el 21 octubre del mismo año, de manos de Biffi, y el 4 de noviembre comenzó su actividad pastoral. Fue presidente de la Conferencia Episcopal de Emilia Romaña.
El 16 de diciembre de 2003, Juan Pablo II lo nombró arzobispo metropolitano de Bolonia, en donde tomó posesión el 15 de febrero de 2004. Dirigió la archidiócesis de Bolonia hasta el 27 de octubre de 2015.
Autor de volúmenes de Teología moral fundamental, también se ocupó de la edición comentada de todas las catequesis que Juan Pablo II dedicó al tema del amor humano.
Benedicto XVI lo creó cardenal durante el Consistorio del 24 de marzo de 2006.
Era miembro de la Congregación para las Causas de los Santos, del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y miembro honorífico de la Pontificia Academia para la Vida.
Participó en el Cónclave de 2013 que eligió al Papa Francisco.
En octubre de 2014 no usó palabras diplomáticas para responder a los que lo definieron como uno de los adversarios del Papa Francisco, después de haber leído su nombre entre las firmas del libro que criticaba la tesis del cardenal Walter Kasper de una solución «misericordiosa» sobre el tema de los divorciados. «Perdónenme la frase: me habría gustado más que se dijera que el Arzobispo de Bolonia tiene una amante que se diga que su pensamiento es contrario al del Papa», afirmó Caffarra. Porque «si un obispo tiene un pensamiento contrario al del Papa —explicó—, se tiene que ir, pero de verdad se tiene que ir de la diócesis. Porque conduciría a los fieles por un camino que ya no es el de Jesucristo. Entonces, se perdería a sí mismo eternamente y correría el peligro de la pérdida eterna de los fieles».
Ser considerado uno de los adversarios del Papa argentino «es algo que me ha amargado profundamente, porque es una calumnia».
«¡Yo nací papista —concluyó—, he vivido como papista y quiero morir papista!».
fuente: Vatican Insider

Teófano el Recluso , Divo Barsotti



Ícono del Cristo Orante - Capilla del Eremitorio, Monasterio del Cristo Orante

jueves, 24 de mayo de 2012

Teófano el Recluso


Divo Barsotti


Su vida

Jorge  Vasilevitch Gorovof nació el 10 de enero de 1815 en Cernavsk, provincia de Orel, de una madre piadosísima que lo educó en la piedad desde sus primeros años. Pasó de la escuela eclesiástica al seminario y del seminario a la célebre academia eclesiástica de Kiev. Durante estos años sintió más viva en su corazón la llamada de Dios a la soledad y a la clausura. Se hizo monje y cambió su nombre por el de Teófano en 1841. Fue ordenado sacerdote y recibió en seguida encargos y misiones de grave y delicada responsabilidad, que lo preparaban para la dignidad episcopal, que habría de recibir más tarde. Fue, en primer lugar, inspector de la escuela eclesiástica y en 1857 rector de la escuela eclesiástica de San Petersburgo. El fundamento de la educación era para él el amor; los medios, la Iglesia y los sacramentos. Teófano fue un gran educador y supo conquistar el amor de sus discípulos; por otra parte, sentía profundamente la belleza de su misión. "La educación es la más santa, entre todas las demás obras santas", decía con frecuencia. Peregrinó a Jerusalén, en donde permaneció durante algún tiempoencargado de la atención espiritual a los rusos, que acudían en gran número para venerar los santos lugares. Fue elevado al episcopado en 1859, siendo obispo de Vladimir durante tres años y de Tambov durante cuatro. Fue un verdadero pastor de almas en medio de un pueblo casi pagano, sumamente ignorante de Dios. Paradar ejemplo a su clero, se dedicó con toda su alma al apostolado y, especialmente, a la predicación. Sencillo en su vida privada, hacía alternar el estudio con la oración; para descansar, trabajaba en el banco de carpintero o en el torno, gozando también mucho cuando contemplaba el cielo estrellado con el telescopio. En su vida de obispo, procuró ir haciendo cada vez más familiares e íntimas sus relaciones con los fieles y no quería que ningún obstáculo impidiese que el pueblo pudiese acercarse a él; le gustaba también mezclarse con frecuencia entre los fieles, amándolos con una entrega total y un afecto de padre.

Siempre amable y delicado, creía fácilmente en los hombres, aunque con mucha frecuencia éstos le hacían sufrir profundamente, no respondiendo a su confianza o, lo que es peor, valiéndose de ella contra él. Su caridad brilló de manera especial en Tambov en 1860, cuando una terrible sequía hizo particularmente difícil la vida de sus hijos más pobres. El los asistía, los ayudaba como podía, los confortaba personalmente. Y cuando un terrible incendio devastó los barrios populares, reduciendo a cenizas la mayor parte de las casas de su ciudad, Teófano abrió el episcopio, dando cobijo en su casa, que de este modo se convertía verdaderamente en la casa de los hijos, a todos los que carecían de techo donde cobijarse. Ciertamente, no pudo permanecer escondido este contraste entre un obispo, tan nuevo y extraño, y sus otros hermanos en el episcopado, que eran más bien dignatarios y funcionarios del estado que verdaderos hombres de Iglesia y pastores de almas. Lo malo es que esta diferencia de conducta no le proporcionó más que disgustos.

Por otro lado, su amor a los fieles y el amor que las almas sinceramente pobres y los pobres sentían para con él, no lograron sofocar sus aspiraciones de soledad, que ya desde su juventud le habían arrastrado tan imperiosamente hacia el claustro. En 1866 renunció al episcopado y se refugió en la soledad de Vischen, contento de poder dedicarse por completo a la plegaria, de servir a la Iglesia con su estudio y sus escritos y de seguir ayudando a las almas con su correspondencia epistolar. Vivió recluido en este desierto monástico hasta su muerte, acaecida en 1894, renovando el ejemplo de otro gran obispo del s. XVIII, Tijón de Voroney, recluido más tarde en Sadonsk. Durante los últimos veintidós años cesó por completo toda su relación con el mundo, sin ver ni hablar con nadie, aun a pesar de continuar su correspondencia. Sin embargo, no fue nunca un puro místico perdido completamente en Dios: la oración no lo absorbió nunca hasta el punto de hacerlo extraño a este mundo, insensible a las desventuras de los hombres y a sus necesidades. Participaba incluso íntimamente, afectuosamente, en sus alegrías y en sus dolores, sintiendo también la necesidad de estar al corriente de los progresos científicos humanos y de todos sus progresos. Su celda revelaba el vivo interés que sentía por todas las ramas del saber: sus estantes estaban llenos literalmente de libros sobre los más diversos temas, en varias lenguas, y por los rincones se encontraban las cosas más dispares y ajenas totalmente a la vida de un monje: un banco de carpintero, un torno, un telescopio, un trípode para pintar, una máquina fotográfica... […]

Celebraba todos los días la sagrada liturgia y rezaba incesantemente; tras la oración, el trabajo en que ocupaba mayor espacio de tiempo, era la correspondencia. Llegaba todos los días un gran número de cartas al monasterio, unas treinta o cuarenta; a todos les contestaba inmediatamente, sin dejar de responder incluso a las cartas más insignificantes. Respondía con cuidado, sin prisas, con un interés vivo y sincero. Con su correspondencia, Teófano el ermitaño nos ha dejado el documento más amplio y más bello de la dirección espiritual de los staretz; en un lenguaje llano, pero sabroso, ha ido desmenuzando la doctrina espiritual de oriente, haciéndola accesible a todas las almas con la practicidad de sus consejos, siempre adaptados a las necesidades de todos. No dejó de trabajar ni de escribir, mientras se lo permitió su salud, que nunca fue muy buena, pero que poco a poco se iba minando y consumiendo más todavía por las penitencias y austeridades ascéticas. Durante sus últimos años estuvo muy enfermo y se quedó casi completamente ciego. Nunca se quejó. Murió el 16 de enero de 1894 plácidamente, con la plegaria en los labios. Permaneció expuesto durante seis días sin dar ninguna señal de corrupción.

Sus obras más importantes, además de sus cartas, son varios libros de exégesis sobre las cartas de san Pablo y sobre los salmos, los esquemas de su predicación, El camino para la salvación, ¿Qué es la vida espiritual?

Su doctrina

Teófano ocupa en la iglesia rusa ortodoxa un lugar análogo al de san Francisco de Sales en la iglesia católica. Es el doctor y el maestro por excelencia de la vida espiritual. Como el del obispo de Ginebra, el mensaje de Teófano el recluso es más bien ascético que místico. […]

Es el teólogo más célebre, juntamente con Filaret de Moscú, de todo el s. XIX y su palabra tiene una autoridad universalmente reconocida. Lo mismo que san Francisco de Sales con la Filotea y con el Teótimo, él nos ha dado en su Camino de la salvación un directorio ascético y místico de gran valor, que acompaña al pecador desde el momento en que empezó a despertarse su conciencia, hasta que llega a las cumbres de la perfección cristiana. Lo mismo que san Francisco de Sales, él le da una gran importancia a los sacramentos, en este caminar del alma: su mística es una mística sacramental. La confesión y la comunión eucarística son los medios fundamentales para conseguir la perfección; la comunión incluso es el tipo de esta perfección sobrenatural, que consiste en el reino de Dios dentro de nosotros.

Como san Francisco de Sales, Teófano concede una gran importancia a las jaculatorias, aunque no las conoce con este nombre: estas breves oraciones tienen la finalidad de no dejar que se apague en el corazón el fuego de la caridad, de dejar que este fuego vaya penetrando lentamente en el alma durante toda la jornada y la vaya transformando en una continua oración. Sobre todo, lo mismo que san Francisco de Sales, Teófano el ermitaño quiere la santificación de la vida seglar, extendiéndola a los comerciantes, a los padres de familia, a los empleados del estado, e invitándoles a todos ellos a la perfección cristiana.

"Abandonar el mundo —escribe— significa abandonar todo lo que es carne, vanidad, y pecado. Pero no significa, ni mucho menos, huir de la familia o de la sociedad, sino huir de las costumbres, de los hábitos, de las exigencias contrarias al Espíritu de Cristo".

Teófano es, sin embargo, mucho menos humanista que san Francisco de Sales; tiene un acento más pesimista, insiste más frecuentemente en la muerte, en el temor, en el despego de las cosas. Si no es más austero y más duro, la verdad es que resulta menos embriagante. Su lenguaje, cuando se dirige directamente a las almas, tiene una humilde sencillez que conmueve y persuade; no exalta los sentimientos, sino que los aplaca. El alma, bajo su dirección, crece únicamente en humildad, en humilde abandono.

Teófano el recluso no se forja ilusiones sobre los hombres: su experiencia pastoral le ha enseñado que una vida cristiana profunda es casi siempre fruto de una íntima conversión a Dios, de un retorno. "El bautismo es el principio de la vida cristiana, pero ya que son poquísimos aquellos que saben conservar la gracia divina recibida en el bautismo, la penitencia se ha convertido en la fuente casi universal de una verdadera vida cristiana". Según la doctrina ascética antigua, a la que también permanece fiel Dante en la Divina Comedia, el staretz nos recuerda que "la palabra divina representa ordinariamente al pecador como a una persona que está sumergida en un profundo sueño. La señal característica de esta inmersión en el sueño —añade— no es siempre la depravación, sino más bien —como nos lo dan a entender los evangelios— las preocupaciones excesivas de la vida terrena, que no dejan lugar al pensamiento de nuestra propia salvación". El hombre está como ausente de las cosas divinas, lo mismo que si no existiesen; y su alma vive únicamente para la vida presente, preocupada únicamente de las cosas de aquí abajo. No puede despertarse de este sueño espiritual más que con la gracia de Dios. "El despertarse del pecador de esta ceguera o sueño espiritual se debe únicamente a la gracia divina que toca su corazón, haciéndole ver su deplorable estado y haciéndole sentir el peligro en que se encuentra".

"En la parábola del hijo pródigo se nos indican los sucesivos momentos de este despertar:
1) el pecador vuelve sobre sí mismo; 2) decide dejar su vida pecaminosa; 3) finalmente, el pecador se arrepiente.
1) Entonces, entrando dentro de sí mismo, dijo...; 2) me levantaré e iré a casa de mi padre; 3) le diré: Padre, he pecado... Y el padre entonces lo cubrió con un nuevo vestido, concediéndole la gracia, que es la vestidura espiritual del alma, y preparándole la cena de la eucaristía".

Los tres estadios de la vida espiritual son para él la invocación a Dios, la purificación y la santificación del alma. El que emprende su camino hacia Dios, necesita ante todo un gran coraje.

"La vida cristiana, desde sus primeros pasos, se va encontrando con obstáculos de naturaleza diversa, y que van siendo cada vez más numerosos a medida que avanza. Todos los que emprenden este camino tienen que armarse de un firme tesón, decididos a avanzar sin que la lucha y los obstáculos que les esperan, puedan asustarles". Pero lo que es necesario ante todo es no descorazonarse jamás; esto sería lo más peligroso. "El combate espiritual nunca debe interrumpirse; hay que volver a emprender de nuevo la lucha constantemente, sin reposo alguno. ¿Has caído? ¡No hay que desesperarse! Vuelve a levantarte con el firme propósito de no volver a caer y emprende de nuevo animosamente la lucha".

Todo depende de la libre decisión del hombre: Dios mismo aguarda esta decisión, ya que la gracia divina no violenta de ningún modo, en lo más mínimo, la voluntad del hombre, sino que adquiere su eficacia en el libre consentimiento de la voluntad. Las expresiones de Teófano no resultan ciertamente muy precisas a veces para la teología occidental, tan ejercitada en las disputas sobre la gracia y el libre albedrío, pero no debemos ser muy severos con él. En general, la teología oriental de la gracia tiene un valor más directamente pedagógico y ascético que científico; por eso, los orientales insisten mucho en la libertad humana y dan mucho peso a la libre decisión del hombre en la obra de su justificación. Sería, sin embargo, injusto acusarlos de pelagianismo. "Desde el momento en que la gracia divina toca su corazón, el pecador se encuentra en un estado entre el pecado y la virtud. A él le toca ahora la elección definitiva, ya que, como dice san Macario de Egipto, la gracia divina no obliga lo más mínimo a su voluntad para hacerlo inmutable en el bien, sino que da lugar a la libertad, para que vea si la voluntad del hombre es, o no, conforme con la gracia divina. De esta decisión brota la unión de la gracia con la voluntad humana. Por sí mismo, el hombre no puede realizar ningún bien. Todo consiste por tanto —concluye Teófano— en la firme decisión del pecador". Es cierto, de todas maneras, que si el hombre no puede ni siquiera querer el bien sin ayuda de la gracia, como nos dice san Pablo y nos enseña la doctrina católica, esto en definitiva se debe al hecho de que la libertad del hombre es algo incomprensible si se la considera como un poder de independencia de Dios. Ya no puede querer el bien sin ayuda de Dios, ya que sin Dios ni siquiera puedo querer; es él el que crea y hace mi libertad. El hombre puede querer el mal solamente, ya que queriendo el mal, niega su libertad y se convierte en esclavo. El hombre que quiere el mal, lo que hace propiamente es "no" querer.

La vuelta del hombre a Dios es, desde luego, laboriosa. Antes de que la gracia divina venza al pecado, triunfe de todas las resistencias y se inicie para el pecador la nueva vida, ¡cuántos esfuerzos hay que realizar! Tampoco estas palabras de Teófano, tomadas en su significado más inmediato, podrían aprobarse: incluso en sus primeros movimientos hacia Dios, es la gracia la que solicita al hombre y lo empuja íntimamente. No es ciertamente el hombre el primero en moverse: Dios será siempre el que nos ame primero. El ha sido el primero en amarnos, nos dice el apóstol san Juan. La gracia precede a la voluntad del hombre; el hombre debe a la gracia divina toda su vida espiritual. Pero lo que quieren las palabras de Teófano de Tambov es exhortar al pecador, aconsejarlo y ayudarlo en sus primeros movimientos hacia Dios, cuando tras haber escuchado su voz misteriosa y secreta en el fondo de su corazón, se dispone a responder. "Es preciso saber —nos escribe— que la gracia divina no viene siempre inmediatamente en nuestra ayuda: testigo de ello es el bienaventurado Agustín que tanto combatió y que solamente cuando llegó la gracia divina, consiguió vencer al pecado. También tú tienes que llamar a todas las puertas de la misericordia divina, y entonces se te abrirán. Pero pon en ello todo tu fervor: frecuenta la iglesia, lee la palabra divina, ayuda todo cuanto puedas a los desgraciados, reza, llama, y la gracia divina, al ver tu fervor, bajará a tu corazón y dará de este modo comienzo a tu nueva vida. Como sentimiento fundamental has de tener siempre presente tu nulidad. Cuando este sentimiento se haya hecho en ti algo así como tu segunda naturaleza, entonces habrá llegado el momento de tu ascensión".

Son muchos los textos luminosos de Teófano que nos enseñan la necesidad de la gracia para cualquier obra saludable. Incluso afirma explícitamente la impotencia absoluta del hombre en la obra de su salvación. Solamente en Cristo está toda la potencia del hombre, su salvación, su santidad. "Estos dos puntos —dice certeramente Arseniev a propósito de la doctrina de Teófano—, exigencia de una actividad espiritual extrema, de una lucha constante y decidida, y convicción fundamental de que la salvación no está más que en él, en nuestro Señor Jesucristo, sin el cual no somos capaces de nada, no se excluyen de ningún modo. Estas disposiciones crecen y se van agrandando juntamente hasta la síntesis viviente de la vida en Cristo".

Esta es también la doctrina católica pura y verdadera. Resulta hermoso saber que precisamente el doctor más autorizado de la espiritualidad rusa esté tan cerca de nosotros, que habla nuestro mismo lenguaje. Esto nos anima a considerar con una atención más respetuosa y más favorable algunos otros textos que podrían desconcertarnos y turbarnos a primera vista. "Nuestra salvación está enteramente en las manos del Señor —dice el recluso de Vischen— y él salva a todos los que acuden a sus brazos. Sólo escapan a la salvación aquellos que quieren salvarse solos, con su propio esfuerzo". "La ayuda de Dios está siempre dispuesta y a mano, pero se le concede solamente a los que la buscan y se esfuerzan en obtenerla; sólo cuando éstos han agotado todos los medios y lo invocan con todo su corazón, es cuando pueden obtenerla. Mientras quede la más mínima confianza en nuestros propios recursos, el Señor no interviene, como si dijese: ¿Tú esperas llegar por ti mismo? Bien; aguarda un poco...; puedes aguardar todo lo que quieras, que no llegarás jamás". Y con un lenguaje lleno de sabor y de vida, que tanto recuerda al de san Francisco de Sales, Teófano escribe: "Todo el que tienda a la vida espiritual, no puede nunca decir: yo haré esto, yo alcanzaré lo otro. Ya puedes esforzarte y fatigarte, lo mismo que el pez que golpea con la cola sin descanso contra el hielo que lo aprisiona. Sólo recibirás lo que le plazca al Señor, lo que él quiera darte, y cuando a él le parezca". La ascensión del alma depende, pues, de su abandono total en las manos de Dios, traducido en una aspiración hacia él que se va haciendo cada vez más imperiosa, más exigente y más viva. El alma debe llamar, porque sabe que todo depende para ella de la gracia divina. Llamar, buscar a Dios, aspirar a él.

"Al principio, esta aspiración es solamente algo buscado, pero poco a poco se va haciendo real, viva, espontánea, dulce, irresistible. Una aspiración semejante nos asegura de que estamos verdaderamente en camino hacia Dios, de modo que acabaremos teniendo la paz y el gozo del Espíritu Santo".

Lo mismo que los mayores místicos del catolicismo, Teófano ve también la cumbre de la vida mística en el abandono perfecto del alma en Dios: en la cima más elevada de esta unión está la flor del abandono, o mejor dicho, el abandono es la condición para la unión y la medida de su intimidad, ya que la unión se lleva a cabo haciendo vivir en nosotros puramente la voluntad misma de Dios. "Condición esencial para no retroceder en el camino es el abandono completo de nosotros mismos en las manos de Dios, esto es, la renuncia a nuestra propia voluntad para que obre por medio de nosotros la "voluntad divina". El staretz recuerda a este propósito las palabras del gran Serafín de Sarov: "Cuando Motovilov quiso darle las gracias a Serafín por su curación, éste le contestó: Castigar o curar, hacer bajar del cielo o subir a él, no es obra de Serafín, sino únicamente de Dios. Dale gracias a él. Yo, pobre Serafín, he puesto mi voluntad en sus manos; no hago más que lo que él quiere". En el hombre es el mismo Dios el que vive y obra. Sin embargo, esta pasividad no excluye la libertad del hombre; ésta es incluso la suprema actividad del Espíritu, como bien comprendía Teófano. "La libertad no queda anulada —escribe—, sino que permanece, ya que la renuncia a la propia voluntad es un acto que siempre se renueva y se repite continuamente". El vértice de la vida espiritual es esta vida de Dios en el hombre, esta muerte del hombre en Dios. La santidad más excelsa es la humildad sin fondo: un perderse a sí mismo en Dios, un eclipsarse en la luz divina. En la insistencia de Teófano en la humildad tenemos el testimonio más elocuente de que él había conocido verdaderamente aquella humildad incontenible que acompaña siempre y es la señal más característica de las elevadas experiencias espirituales. "En esto consiste la vida del Espíritu, verdadera y divina. Esta es la unión viva, la vida en Dios... El rasgo característico es el siguiente: cuanto más alto sube uno, más fuerte siente su propia nulidad. Nada resulta más dañino que el pensamiento de que ya he llegado y puedo echarme a dormir". "Si uno permanece en este pensamiento orgulloso, caerá sin dula alguna, lo mismo que uno que se encuentra a cierta altura y, al volverse a mirar hacia abajo, siente vértigo y se hunde en el precipicio. La ascensión, por tanto, debe ir siempre acompañada de la más grande humildad. Tenemos que alcanzar un ideal muy elevado: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial... Todas las reglas, los consejos, las plegarias, no son más que una ayuda para facilitar la penosa, pero bendita subida hacia la cima, en donde el alma encuentra su unión con Dios. Lo que allí siente el alma no puede explicarse, porque se trata de algo escondido, como Moisés, por encima de las nubes. Pero Jesús lo definió cuando dijo: En vosotros está el reino de Dios".

La representación de la vida espiritual como una subida es común a todo el cristianismo: baste pensar en La escala del paraíso de san Juan Clímaco y en La subida al Monte Carmelo de san Juan de la Cruz. Pero la doctrina espiritual de oriente vio, ya desde los tiempos de san Gregorio de Nisa y del pseudo-Dionisio, más particularmente en la subida de Moisés al monte Sinaí, el tipo de la subida espiritual del hombre que se encuentra con Dios. Teófano ha permanecido fiel a esta idea.

Consejos prácticos

En sus consejos prácticos el staretz se nos revela como un hombre de una discreción y una prudencia exquisita, que justifica plenamente el alto concepto que de él han tenido los rusos, como maestro de vida espiritual. El quiere que el alma que ha cometido un pecado se apresure a purificarse y a resucitar mediante el sacramento de la penitencia: el alma no puede descansar en el mal. "Cualquier pecado que pesa sobre la conciencia, tenemos que apresurarnos a borrarlo con la confesión. Lo mejor sería no llevar esta carga en el alma ni un solo día, ya que el pecado aleja la gracia divina, detiene los impulsos, hace difícil la oración, enfría el alma". Quiere que el cristiano se acostumbre a hacer todas las noches el examen de conciencia y que confiese con humildad a Dios todo lo que ha hecho durante el día poco conforme con su voluntad, para estar de este modo dispuesto siempre a presentarse al juicio divino. Aconseja además que, viviendo en medio de una continua pero dulce vigilancia sobre sí misma, el alma confiese en seguida a Dios cualquier mal pensamiento o acción, con humilde sentimiento de compunción interior, invocando su perdón. La espiritualidad de Teófano, aun sin ser austera, conserva sin embargo un acento de seriedad meditada y conoce las exigencias de la mortificación y de la cruz. "La muerte acaba con todo: no dejes de pensar en ella", nos aconseja con solemnidad y gravedad. Es menester que el alma tenga siempre delante de sí a los novísimos: la muerte, el juicio, el infierno, el paraíso. Quiere sobriedad en la comida y en la bebida; quiere también que el alma cultive el silencio. "Debes tratar a tu cuerpo lo mismo que una madrastra al hijo que no es suyo". Exige el despego interior de todas las cosas: "Haz la experiencia de no dar ningún valor a todo lo que te rodea. Así, si te quitan alguna cosa, no debes entristecerte por ello". Siente especial predilección y recomienda a los demás la humildad y la paciencia, que representan para él la "vestidura divina" que siempre debe llevar el alma consigo. En esta espiritualidad parece que solamente queda de positivo la aspiración a Dios: una aspiración que lentamente invade toda la vida, la va llenando, para transformar luego la vida misma en una continua oración. La oración parece ser para Teófano el deber fundamental del cristiano; no consiste solamente en musitar palabras, sino más bien en un sentimiento de atención a Dios; este sentimiento de la presencia divina es el que debemos procurar conservar en nosotros de todos modos. "Lo más importante es que tú camines en la presencia de Dios, o bajo su mirada, con el sentimiento de que Dios tiene sus ojos sobre ti y penetra en tu alma, en tu corazón. Este sentimiento es la palanca más poderosa para promover la vida interior".

Toda la sencillez y toda la humildad de la enseñanza de Teófano el recluso se manifiestan en estas palabras llanas, pero impregnadas de dulzura. "El fruto más grande de la oración no es el fervor o la dulzura interior, sino el temor de Dios y la contrición. Este sentimiento debemos conservarlo siempre firme en el corazón, vivir en él y respirar de él".

En la Dobrotoliubie [Filocalia] está el secreto de la perpetua oración: "Siéntate silencioso y solitario, inclina la cabeza y no vuelvas a los lados tu mirada; respira más dulcemente, vuelve dentro de ti mismo y recoge tus pensamientos en tu corazón. Y a cada respiración, moviendo dulcemente los labios o solamente en tu espíritu, repite: Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí. Esfuérzate por apartar todo otro pensamiento, conserva una calma paciente y repite este ejercicio". Este método pertenece realmente a la más genuina tradición espiritual rusa: importado del Monte Athos, fue divulgado y popularizado por el más ilustre monje del s. XV, Nilo de Sora. Desde entonces, la invocación a Jesús fue la plegaria por excelencia. Teófano el recluso, cuando habla de la oración continua, quiere hablar de esta invocación que es "la más poderosa de todas por el nombre de Jesús que se pronuncia con fe".

Sin embargo, más todavía que la fidelidad a las palabras le importa a Teófano la calma, la absorción del alma en la paz y en el silencio. "Lo más importante es que nos pongamos delante de Dios y que lo invoquemos desde la profundidad del corazón. Eso es lo que tienen que hacer todos los que buscan el fuego de la gracia; en cuanto a las palabras o la postura del cuerpo durante la oración, son cosas secundarias; lo que Dios mira es el corazón". El alma tiene que rezar sin apresurarse, dejarse absorber por el sentimiento íntimo de la presencia divina y procurar no perder, ni siquiera durante las ocupaciones de la jornada, el contacto con Dios. "En esto se puede resumir toda la doctrina sobre la oración: tener el sentimiento continuo de Dios y dirigirse a él con oraciones breves; esto es caminar en la presencia de Dios". "Ten siempre un pequeño manual con la bendición de tu padre espiritual, breve, que puedas leerlo todos los días, sin prisas. Entra en el espíritu de estas oraciones de modo que cuando estás rezando, las palabras te sean ya familiares y de esta manera el sentimiento será más íntimo... Cuando te distraigas, vuelve dulcemente... No te adelantes ni una sola palabra, mientras no hayas entrado en el espíritu de la oración... Si una palabra te conmueve, no pases adelante, detente en ella..."

La oración está en saborear largamente, en un pacífico abandono en la gracia de Dios, el sentimiento de la presencia divina: más que un acto, es algo así como un estado. Teófano, de hecho, lo llama "estado bendito": es la humilde rendición del hombre a una luz que lo penetra todo pacíficamente, con gran dulzura.

Estas breves invocaciones que tanto recomienda el staretz, no tienen otra finalidad más que la de encender de nuevo el fervor dormido, alimentar continuamente la lamparilla del amor. "Te habrá ocurrido, sin duda, algunas veces rezar con el sentimiento de una espontánea dulzura; acuérdate de lo que entonces sucedió en tu alma y procura reproducirlo de nuevo". "Haz lo posible para que vayan disminuyendo los intervalos en tu oración, de manera que puedas tener siempre un continuo sentimiento de oración en tu corazón". Cuando el alma llegue a poseer "el sentimiento continuo de Dios y se dirija continuamente a su Dios con breves plegarias", se habrá obtenido entonces el fin deseado y el alma caminará en la luz". "Lo mismo que de un cáliz demasiado lleno desborda el agua, así de un corazón lleno de santo sentimiento, por medio de la oración, se derramará la alabanza". Entonces las tentaciones dejarán de atormentar ya al alma: "cuando los ladrones se acercan a robar y sienten algún ruido, les entra miedo de entrar en la casa: lo mismo les pasa a los demonios cuando oyen el murmullo de una continua oración en el corazón". Entonces, finalmente, el alma llegará a poseer la paz. Y entonces la oración se verá acompañada por todas las obras virtuosas: la humildad, la mansedumbre, la caridad...

Toda su vida es ahora limpia y pura: "el sentimiento de una continua oración es como el murmullo de un plácido arroyuelo..." Sí, porque la vida de un alma piadosa que viva en la luz de Dios es la vida de un ángel sobre la tierra. Y Teófano nos dice: "Desde por la mañana eres un serafín en oración, un querubín en tus actos, en tus relaciones con el prójimo eres casi un ángel".

Teófano de Tambov no es un gran místico, pero sigue siendo un gran maestro de vida espiritual. No conoce las más elevadas experiencias: su alma vive, en el presentimiento de la ley, el alba de la vida mística. Es el guía que conduce al alma hasta el divino silencio y le enseña la divina sencillez de la vida interior. Si escuchamos sus palabras, dispondrá nuestras almas para recibir el don de Dios; pero cuando Dios nos habla, cuando el infinito amor entre en nosotros como torrente que lo arrebata todo, como llama que lo quema todo, entonces conviene abandonar el guía y dejarlo atrás. La humildad de sus palabras, la discreta prudencia de sus enseñanzas habrá perdido entonces todo valor y todo peso. Su prudencia y su humildad no conoce el horror ni el terror de la tempestad, sus relámpagos que deslumbran y ciegan, la furia, la violencia, la locura del amor divino.

"Es preciso que tengamos la impresión de que somos como un hombre en medio del mar, que está a punto de ahogarse y que se ha agarrado a una tabla capaz de sostener su peso y de mantenerlo por encima del abismo. Ese hombre siente constantemente que está a punto de ser sumergido, pero continúa flotando agarrado a su salvación. Esta es la imagen exacta del alma que, en el Señor, camina por las vías de la salvación. Siente que ella sola se hundiría, pero se da cuenta al mismo tiempo de que tiene ya su salvación en la gracia del Señor".

 "Cuando nos retiramos dentro de nosotros mismos, debemos ponernos en la presencia del Señor y quedarnos allí, sin separar de él nuestra mirada espiritual. Esta es la vida eremítica espiritual: permanecer solo ante la faz de Dios".


Divo Barsotti
Cristianismo Ruso
Ed. Sígueme. Salamanca. 1966
Págs. 131- 153

El P. Divo no compra y no crea falsas vocaciones.


     
En el mes de noviembre de 1981, una pareja de jóvenes boloñeses fue a Casa San Sergio para un breve retiro de tres días. Eran los hermanos Marco y Matteo Tognetti. El primero tenía 24 años, el segundo 21. Marco había  conocido ya al P. Divo Barsotti anteriormente, y también había estado ya en Casa San Sergio, mientras que para Matteo se trataba del primer encuentro con el P. Divo. Ciertamente nadie, en aquel día de noviembre, podía imaginar que Matteo, entonces estudiante universitario de Agronomía, se habría vuelto, un día, el primer sucesor del P. Barsotti[1] .
En una entrevista sobre la génesis de su vocación, fue hecha al P. Tognetti (hoy P. Serafino) la siguiente pregunta: "Cuando has entrado en la Comunidad de Bolonia la mayoría de los consagrados eran bastante ancianos. ¿Cómo te has hallado?". Así respondió el P. Serafino: "Muy bien. Para mí, no tenía ninguna importancia la edad, porque cuando nos encontrábamos se hablaba de Dios o con Dios y, por lo tanto, la edad no tenía nada que ver; al contrario, me favorecía el hecho de que allí estuvieran ancianos, porque yo usufructuaba de su experiencia de vida"[2].
Sucesivamente, la entrevistadora volvió sobre el mismo tema, haciendo una vez más casi la idéntica pregunta: "En septiembre de 1985 has entrado en Casa San Sergio, donde has encontrado al P. Barsotti y al hermano Sergio, uno de 71 años y el otro de 50, una notable diferencia de edad contigo que tenías 25 años. ¿Cuál ha sido el impacto, para ti, con esta nueva realidad?". Y el P. Serafino dio la idéntica respuesta: "Repito que no me importaba nada de la diferencia de edad, porque yo estaba totalmentecautivado por el encuentro con Cristo"[3].
Encontramos, en este breve y simple diálogo, el auténtico secreto de una vocación.
Es Dios quien llama
La vocación cristiana es una llamada que no pertenece al hombre, a ningún hombre. Es Dios quien pone, todavía antes del momento de la concepción, su sello en el corazón del hombre a quien ha llamado: "Antes de formarte en  el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones" (Jer 1, 5). 
Frente a las crisis vocacionales, nos acongojamos por proponer las recetas más diferentes, que llegan hasta superar el punto límite de una verdadera mutación genética.
A Dios, quien es el único al que le pertenece la llamada, se sustituye el hombre, quien, con los más varios artificios, recorre el mar y la tierra para ganar a un solo prosélito y hacerlo, luego, digno de la gehena dos veces más de quien lo ha buscado (cf. Mt 23, 15).
Nos encontramos aquí frente a la evangélica condena del proselitismo, que el Papa Francisco no se cansa de repetir, y que, en el surco del Magisterio del Papa Benedicto XVI, así ha sintetizado en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: "Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de presentarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción" (n.° 14).
Y si se crece por atracción, no podemos olvidar nunca, en un correcto discurso vocacional, las palabras de Jesús: "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió" (Jn 6, 44). 
Y es aquí donde se inserta el discurso sobre la vocación del P. Serafino. El P. Divo Barsotti no lo llama, no hace obra de proselitismo, aunque viendo que se está envejeciendo y es estéril.
El P. Divo no compra y no crea falsas vocaciones. Menos aún amortigua la exigencia de su discurso para atraer a sí al joven Matteo, haciendo, de esta manera, obra de proselitismo.
A Matteo que estaba "totalmente cautivado por el encuentro con Cristo", el P. Divo no le hace sino abrir su corazón.
Si es Dios quien atrae a sí y es Él quien llama, es verdad también que esta llamada ocurre siempre en un contexto histórico y dialógico: Dios tiene necesidad del hombre... de Dios.
Si Matteo está "totalmente cautivado por el encuentro con Cristo" y es fiel a su vocación, reconoce al hombre de Dios.
El P. Barsotti, y como él cada uno de nosotros, no tiene que hacer nada para atraer a Matteo: tiene solo que ser fiel a su vocación, ser fiel a sí mismo.
El resto, todo el resto, no es cuestión que le atañe a él.
El resto, todo el resto, pertenece no al juego de las búsquedas de los medios para atraer y encapsular la presa por medio de varios escamoteos, sino solo al misterio del encuentro entre la gracia de Dios y la libertad del hombre.
El Otro que te sobrepasa 
El joven Matteo supo reconocer que allí, al lado de aquel hombre, había encontrado lo que buscaba. Para él, "no tenía ninguna importancia la edad" de quien vivía en aquel lugar. Allí "nos encontrábamos y se hablaba de Dios o con Dios".
En el mercado de las religiones, él se había detenido en aquella tienda donde le ofrecían lo que él buscaba.
Algunos años después de la muerte del P. Divo, el P. Serafino Tognetti, escribiendo una amplia y documentada biografía del que se había vuelto su Padre en la fe, dejaba transparentar –en un bellísimo testimonio del P. Divo sobre el cardenal de Florencia, Elia Dalla Costa el secreto del Padre, que no era sino aquel tesoro escondido que el joven Matteo había buscado y que, una vez encontrado, lo había llevado a vender todo lo que tenía, con tal de que no lo perdiera.
El Barsotti que habla del cardinal Dalla Costa no es, para quien sabe leer una Historia, sino el P. Serafino que habla del P. Divo Barsotti, su Padre en la fe. 
"La persona que más me ha dado el sentido de Dios ha sido el cardenal Dalla Costa; nunca me he acercado a él sin sentir algo más grande que él y que todo; era un sentido de Dios, de un Dios personal, que se imponía a mi  espíritu. Para mí, mi Dios es el Dios del cardenal Dalla Costa. Lo que me ha dado él con su ejemplo, con su vida, tal vez no me lo ha dado ningún otro. No era un hombre de gobierno, no era un hombre de gran cultura, pero era un santo. ¿Por qué ha incidido tan profundamente en sus sacerdotes y en la Diócesis? Porque era santo, independientemente de lo que hacía. Lo que nos hace percibir que estamos en la presencia de un santo es el hecho de que nos sentimos llamados de vuelta a la realidad de la Presencia divina, de esta presencia de paz, de pureza y de alegría, de luz interior. ... El card. Dalla Costa estaba como envuelto de silencio. En su presencia no se percibía al card. Dalla Costa, sino al Otro que sobrepasaba a él y a nosotros: Dios estaba presente. Se tenía la impresión de estar frente a un segundo Elías: ¡Viva Dios, en cuya presencia yo estoy!; ¡la presencia de Dios lo era todo para él, ninguna cosa tenía importancia!"[4].
Es en esta cadena de transmisión de encuentros en que la vocación encuentra el lugar histórico donde se puede manifestar, y las condiciones de posibilidad para alcanzar una trascendencia, que no es un permanecer cerrados en sí mismos.

Divo Barsotti, San Francisco oración viviente

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Un místico extasiado, que no absorbido, en Dios, pero que lo ve y le .... Divo Barsotti, que son, en gran parte, apuntes de ejercicios espiritua- les diri,gidos por él ...

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Divo Barsotti ... Santo. Si él, al nacimiento del Verbo en el alma de la mística sustituye .... sobre la gran caridad que tiene Dios y de mi miseria, ingratitud y vida, que ni ... Con razón subraya el PadreBretón la importancia del texto conclusivo ... supera la Humanidad de Cristo y la presencia de Cristo está, para el alma, en.

monacato y mística divo barsotti

monacato y mística divo barsotti - Cistercium

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DIVO BARSOTTI ... Si Dios es el fin último, la persona puede posponer de forma cul- pable su búsqueda .... cio el alma del monje gusta la dulzura secreta de la presencia de .... amor entre las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

DIVO BARSOTTI El místico del signo XX

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Erika Bonelli
Exposición a cargo de la Comunidad de los Hijos de Dios

Don Divo Barsotti falleció el 15 de febrero de 2006 en su habitación de Casa San Sergio, el pequeño eremitorio que desde 1955 acoge en Settignano (en las colinas de Florencia) la Comunidad de los Hijos de Dios. El padre Serafino Tognetti ha asumido la guía de esta realidad eclesial, presente en Italia y en el extranjero con más de dos mil laicos consagrados. Con él hemos recorrido la vida y la figura de don Divo, al cual estará dedicada una exposición en el Meeting.
Nació en Palaia, en 1914, y fue ordenado sacerdote a los 23 años. Algunos años después se traslada a Florencia, en donde comienza su actividad de predicador y de escritor. «Ya en el seminario –relata el padre Serafino– se sentía empujado a una vida más contemplativa y al mismo tiempo misionera, es decir, destinada a vivir fuera del espacio de la parroquia y de la diócesis». Su lectura más importante en aquellos años fue Los hermanos Karamazov, de Dostoevskij. De aquí nació la idea de un monacato laico, para todos. «Después de la ordenación sacerdotal –continúa el padre Serafín– se le destinó a una parroquia, pero los párrocos no se encontraban bien con él. Pidió ir de misión, pero el estallido de la guerra le impidió esta posibilidad. Paradójicamente el obispo le envió a su casa y allí pasó el periodo bélico. Fueron años de formación personal, leyó los escritos de los santos rusos Sergio, Serafín, Silvano, entonces desconocidos. Conoció a La Pira, escribió en L’Osservatore Romano. Fueron años oscuros pero importantes».
Terminada la guerra, gracias a Giorgio La Pira, se traslada a Florencia, en donde empieza a darse a conocer. Escribe libros, comienza a predicar despertando un gran interés. Entonces empieza a formarse el primer grupo de la Comunidad: «Algunas personas piden su dirección espiritual –recuerda el padre Serafín, que entrará a formar parte de la comunidad en los años 80–. Don Divo decide entonces formar un grupo de oración con carácter monástico, del que nacerá la Comunidad». Después de diez años, en 1954, don Divo transfiere todo a una casa en Settignano, en donde permanece hasta su muerte y de la que sale únicamente para ir a predicar. Don Divo Barsotti ha sido uno de los grandes místicos y teólogos del siglo XX, ha escrito más de 150 libros, y el aprecio por él llegó hasta el punto de ser llamado en 1972 a predicar los Ejercicios espirituales para el Papa. El padre Serafín recuerda cuando conoció a don Divo: «Tenía veinte años. La primera vez le vi durante una misa, y me impresionó la intensidad con la que celebraba. Luego me acerqué para conocerle. En el encuentro y en el diálogo con él me fascinó la relación que tenía con el Señor: no era un rito, sino un verdadero coloquio. Era un alma enamorada, apasionada, la suya era una relación familiar».
Don Divo tenía como ideal el final de la novela Los hermanos Karamazov, en donde Aliosha deja el monasterio para ir por el mundo: «Esto le impresionaba porque el ideal para él era ser totalmente de Dios y llevar esto a todos. Su vida de hecho fue esto, iba a donde le llamaran. Una de las frases que repetía a menudo era “si no damos a Dios no damos nada”, como queriendo decir: se puede hacer incluso filantropía, pero la mayor caridad es esta».

“La presenza del Cristo”: risvolti di teologia mistica nella dottrina spirituale di Divo Barsotti


di Ruggero Nuvoli*
Abbiamo avuto recentemente occasione di occuparci dell’esperienza spirituale mistica
di Divo Barsotti1
. Ci è parso che essa possa essere globalmente colta entro la categoria
della “divina presenza”2
. Trattasi di un vissuto che non presenta assolute originalità
rispetto alla fenomenologia che la teologia spirituale rileva dalla storia3 leggere,,,

Meditazione di Don Divo Barsotti sulla Pasqua


Omelia
Dobbiamo rendere testimonianza della resurrezione del CristoL'unica cosa importante è credere
Le donne ritornano dagli Apostoli e annunciano che il sepolcro è vuoto: "Hanno portato via il Signore e non si sa più dove l'abbiano posto". Allora Pietro e Giovanni vanno a vedere. Giovanni più giovane corre, Pietro lo segue. Arrivano alla tomba e Giovanni non osa entrare; Pietro più impulsivo entra e vede. Dice il testo: "Vide e credette". Da che cosa nasce questa fede? Oggi possiamo capirlo; fino a poco tempo fa non si riusciva a capire la connessione di questi due verbi; vedere e credere. Che cosa vide? e perché Pietro e Giovanni credettero? Venerdì, quando si fece la Via Crucis, il Dottor Calza ci parlò della Sindone. È precisamente la Sindone che determinò il primo atto di fede nella resurrezione del Cristo, perché il Cristo è uscito dalle bende, dalla Sindone senza toccarla, come fosse divenuto - e lo era - un corpo spirituale. Era uscito dalle bende senza manometterle. Le bende si erano afflosciate, ma senza essere toccate da mano d'uomo. Evidentemente era un motivo di credibilità. Di per sé questo fatto non poteva dire che il Signore era risorto, ma bastava questo motivo di credibilità perché nascesse nel cuore dei discepoli la fede.Ed è una cosa molto importante questa, miei cari fratelli e cioè che il primo atto di fede nella resurrezione del Cristo ha un motivo di credibilità che sussiste anche oggi; anche oggi la Sindone, per chi è onesto, rappresenta un mistero: non ci si può rendere conto di come si sia impresso in questo lenzuolo il Volto, l'immagine di questo torturato crocifisso. Perché se voi prendete un lenzuolo e lo appiccicate al capo, il volto vi viene raddoppiato, mentre lì è come una negativa fotografica. È uscito senza che il lenzuolo si stendesse. Il volto doveva venire deformato, doveva venire almeno il doppio di quello che era per larghezza.Anche oggi dunque la Sindone rappresenta un motivo di credibilità. È stato questo motivo di credibilità che ha fatto sorgere la fede in Pietro. Secondo il Vangelo di Luca la prima apparizione è avvenuta proprio a Pietro, che doveva essere il suo vicario, una volta che Egli fosse asceso al cielo. "È apparso anche a Simone", dicono i discepoli quando i due, che erano andati a Emmaus, ritornano per annunciare che lo avevano visto. Prima ancora che i due discepoli di Emmaus possano dire agli undici che Gesù aveva fatto il viaggio con loro verso la loro casa, sono gli Undici che annunziano: "Il Signore è risorto, è apparso a Pietro". Anche altri testi del Cristianesimo primitivo, che non sono canonici, che non sono perciò ispirati, affermano che una delle prime apparizioni, prima che agli Undici nel cenacolo, è avvenuta a Pietro. Doveva essere lui, colui che avrebbe rappresentato Gesù a tutta l'umanità: Pietro. Era quindi giusto che Pietro per primo avesse l'incontro col Cristo risorto.Ed è questo che ci vuole insegnare anche il Vangelo di oggi: la fede, prima che in tutti gli altri Apostoli, sorge in Pietro. Gli altri Apostoli debbono aspettare la sera della domenica, quando Gesù entra a porte chiuse nel Cenacolo; ma Pietro invece prima ancora degli Undici l'ha veduto. E nella fede di Pietro anche tutti gli altri possono dire: "Il Signore è risorto". Nella fede di Pietro.Vedete dunque come già fin dall'inizio è la fede di Pietro che conferma la Chiesa. Poi ci saranno altre prove, ma gli Undici, prima ancora di vederlo, che cosa dicono ai due discepoli che ritornano da Emmaus? "Il Signore è risorto, perché Simone l'ha visto, è apparso a Simone". Allora, voi vedete come la fede di Pietro nella resurrezione del Cristo sia legata essenzialmente alla vita della Chiesa, al sorgere della Chiesa, e come Pietro sia la pietra su cui la Chiesa sarà edificata. Pietro, ma in quanto Pietro è confessore della fede. Per questo hanno ragione anche i Protestanti ad affermare che non è tanto Pietro come tale; è Pietro in quanto prima a Cesarea di Filippo dichiara Gesù Figlio di Dio, e dopo la morte di Gesù, è il primo che rende testimonianza della sua resurrezione. È Pietro in quanto conferma la fede.Una delle cose che più mi ha colpito in questi ultimi anni è stata l'elezione di Giovanni Paolo I e di Giovanni Paolo II. Tutte e due, nel primo discorso che hanno fatto, hanno affermato la divinità di Gesù con le parole stesse di Pietro. Dice uno dei più grandi Papi, San Leone Magno: "Quotidie Petrus dicit: Tu es Christus Filius Dei vivi". Il Papa non deve fare altro; è tutto qui il ministero del Papa: assicurare il mondo che Gesù Cristo è il Figlio di Dio, che in Gesù Cristo è la salvezza degli uomini. E Gesù Cristo Figlio di Dio è la salvezza degli uomini, perché il Padre ha confermato la sua testimonianza risuscitandolo dai morti, come dice oggi nel brano degli Atti degli Apostoli Pietro ai cittadini di Gerusalemme. Lo avete ascoltato nella prima Lettura: "E noi rendiamo testimonianza che Egli è stato risuscitato da Dio". Risuscitato da Dio per confermare quello che Egli aveva assicurato: la remissione dei peccati e la salvezza degli' uomini.Allora la festa della resurrezione è anche, in qualche modo, la celebrazione di questo grande mistero, di una presenza della confessione di Pietro sino alla fine dei tempi. Sino alla fine dei tempi dal Papa mi aspetto soltanto questo; il resto se c'è bene e se non c' è non mi importa, ma che lui mi assicuri questo: che Gesù Cristo è la mia salvezza, che veramente Dio si è fatto uomo, veramente Dio è morto per me, veramente Dio è risorto, e la sua resurrezione è per me la garanzia sicura di una salvezza del mondo. Perché tutto quello che noi facciamo varrà sempre poco. Fino alla fine del mondo ci sarà sempre una umanità che soffre e vive nell'attesa di una salvezza escatologica che potremo sperimentare e vivere solo nella seconda venuta del Cristo. Ma dall'ascensione del Cristo fino alla seconda venuta noi abbiamo la necessità di credere: di credere che Dio si è fatto uomo per noi! di credere che Dio è morto per noi sulla Croce! di credere che questo Dio, che è nato ed è morto per noi, è veramente Colui nel quale possiamo riporre tutta la nostra speranza, dal momento che quanto Egli ha fatto e detto ha avuto il sigillo della resurrezione gloriosa.Per questo non si può separare Gesù dalla Chiesa; per questo - mi dispiace per i Protestanti - ma non si può giungere a Cristo senza la mediazione degli Apostoli e in particolare di Pietro. Questo c'insegna oggi il Vangelo. E questo Pietro è sempre vivo fra noi, e questo Pietro rimarrà sino alla fine per assicurare il mondo di questa presenza del Figlio di Dio, di questa salvezza che il Figlio di Dio ha compiuto per tutti.Ecco l'insegnamento che ci dà il Vangelo di oggi; quale è questo insegnamento? Che nulla ci separa dall'avvenimento, perché rimane ferma, rimane viva, rimane attuale sempre la confessione di colui che per primo l'ha visto, di colui che per primo ha creduto, di colui che per primo è stato il testimone, per tutti, di questa resurrezione gloriosa. Egli rimane. Oggi si chiama Giovanni Paolo II, domani si chiamerà in un altro modo, ma e sempre Pietro, è sempre l'unica testimonianza, è sempre l'unico annuncio che passa di secolo in secolo e raggiunge gli estremi confini.Ed è questo tutto il contenuto della vita della Chiesa. Vi ho detto prima che a me non importa che il Papa faccia altre cose, ma questo deve farlo, perché è questa la sua missione. Se voi leggete gli Atti degli Apostoli, che cosa fanno gli Apostoli? Non danno altro che l'annuncio di questa resurrezione. Se togliete questo annuncio, il resto son tutti discorsi che lasciano il tempo che trovano; son tutte azioni, ma azioni che non risolvono mai nulla. Tutto quello che noi facciamo non risolve nulla; la soluzione ultima sarà compiuta soltanto nella seconda venuta del Cristo, ma fino alla seconda venuta del Cristo noi abbiamo la necessità. di sapere che questa risoluzione di tutto avverrà, perché come garanzia è già avvenuta la resurrezione di Gesù per confermarci che Egli è l'unico Salvatore di tutti.Di qui l'importanza dell'annuncio della resurrezione, di qui la necessità che questo annuncio anche oggi riempia il mondo di sé, perché è da questo annuncio che nasce all'uomo l'unica speranza di vita, l'unica speranza di salvezza, l'unica speranza di pace, di gioia, di amore. Ed è questo che noi tutti dobbiamo vivere in unione con Pietro. E tutto questo noi dobbiamo continuarlo, perché il ministero di Pietro, in modo diverso, è in fondo, il ministero e la missione di tutti i cristiani, in quanto tutti i cristiani partecipano dell'unico sacerdozio di Cristo. Tutti i Vescovi legittimamente non vivono il loro ministero che in quanto vivono in comunione con Lui; tutti i cristiani non vivono la loro vita cristiana, la loro missione anche nel mondo, che in quanto vivono in dipendenza da Lui. È dunque questo medesimo annuncio che dà la vita ed è questo che noi dobbiamo fare. Quando noi usciremo di qui, che cosa dobbiamo andare a fare? Tu non devi mica fare l'insegnante e lui non deve mica fare il medico... L'unica cosa importante è dire al mondo: "Il Signore è risorto, Egli è con noi!". La testimonianza nostra non può essere che questa. Non importa dirlo con queste parole; si deve dire con la vita in modo che il mondo sappia non solo che Gesù è risorto, ma che vive in noi, che in noi, ora, Egli è vivente.La resurrezione continua, continua nella fede che nasce nei cristiani. La resurrezione del Cristo ha fatto nascere la fede della Chiesa, la resurrezione del Cristo deve continuare a dare questa fede al mondo, deve rendere testimonianza di Sé nella nostra medesima fede. Nell'Oriente, voi lo sapete, il saluto che si fa per Pasqua è questo: "Il Cristo è risorto! Egli è veramente risorto".Nei 1922 in un'assemblea di atei, a Mosca; si alzarono prima uno scienziato, poi un politico e tutti bestemmiando e negando qualsiasi dimensione religiosa della vita. Al termine ci fu un uomo sparuto, magro, che chiese la parola; gliela dettero. Egli andò sulla cattedra e disse semplicemente: "Fratelli, Cristo è risorto!" Tutta l'assemblea si alzò in piedi: "Cristo è veramente risorto". Bastarono queste parole a distruggere tutto quello che gli altri avevano detto. Tutta l'assemblea, davanti alla testimonianza di questo umile prete che non si conosceva nemmeno come tale, balza in piedi acclamando e confessando la fede. È questo che dobbiamo far noi. Se noi porteremo questo annuncio, il mondo risorgerà perché nascerà anche negli uomini la medesima fede che prima si è accesa nei nostri cuori. Ma dobbiamo saperlo dire con la medesima fermezza, con la medesima semplicità con cui questo umile uomo, andando sul palco, dopo tutte le bestemmie che erano state dette, pronunciò queste parole.Miei cari fratelli, questa è la ragione del vivere quaggiù sulla terra. Se il contenuto di tutta la vita della Chiesa è l'annuncio, è evidente che non c'è altra ragione del tempo, dopo la resurrezione del Cristo, che questo prolungarsi dell'annuncio nel tempo, questo dilatarsi nello spazio. E noi dobbiamo portare questo annuncio, dobbiamo essere testimoni della resurrezione. Se non siamo testimoni della resurrezione non siamo nulla, specialmente noi preti. Voi potete essere quelli che siete sul piano naturale: uno infermiere, l'altro medico, tu professore di lettere. I laici possono avere un contenuto di vita sul piano naturale indipendentemente dal cristiano, ma non i sacerdoti e i religiosi: l'unico contenuto della nostra vita è questa testimonianza. Ma anche per voi laici, se volete che la vostra vita abbia un senso definitivo attraverso tutto quello che fate dovete essere testimoni della resurrezione di Gesù.Testimoni del Cristo, ecco la ragione del nostro vivere quaggiù sulla terrà. E non possiamo essere testimoni se non abbiamo veduto. Non si tratta di vedere Gesù risorto; San Pietro non vide Gesù risorto; vide le bende stese per terra. Anche noi abbiamo motivi di credibilità sufficienti perché la nostra fede divenga sempre più ferma, e noi possiamo rendere testimonianza di questa fede al mondo. Che vedano gli altri, in noi stessi, i testimoni della resurrezione del Signore; sicché nessuno fra gli uomini possa dire di non avere ascoltato l'annuncio.Vedete come tutto nel Cristianesimo sia di una semplicità estrema, ma insieme di una ricchezza infinita perché rendere testimonianza del Cristo vuol dire rendere testimonianza dell'Incarnazione, della morte di Croce, della resurrezione del Cristo; e vuol dire rendere testimonianza di un amore infinito che ci salva.Si diceva il primo giorno del Triduo che l'unica cosa importante nella vita è credere; le altre cose nel Cristianesimo sono quasi una sciocchezza ma la fede è la cosa più difficile ed urgente. Vi ripetevo quello che mi aveva detto tanti anni fa Mons. Bartoletti e che anche io andando avanti negli anni sento come vero: "L'unica cosa importante è credere". Non avendo fede, si cerca di rimpiazzare la pochezza della nostra fede (o la mancanza della nostra fede) con delle opere, con dei discorsi e non ci rendiamo conto che così facendo non diamo agli uomini altro che delle frasche, altro che delle foglie morte. Gli uomini non sanno di che farsene di tutto quello che noi diamo loro, se non diamo questa testimonianza di fede. Si cerca di giustificare la Chiesa attraverso le opere che fa, e le opere che fa, molto spesso, non risolvono nulla. Dopo aver compiuto tutto, siamo al punto di partenza. È la fede, soltanto quella che il mondo attende da noi, e la fede non può essere sostituita da cosa alcuna. È evidente che tutto quello che facciamo indipendentemente dalla fede ha sempre una dimensione naturale ed umana, storica se volete, ma sempre conclusa in questo mondo; la fede invece spezza i confini di questa creazione, i confini del nostro vivere quaggiù; spezza questi confini e ci apre all'immensità stessa di Dio. La fede è la forza dirompente che spezza tutte le misure dell'essere e del vivere umano e ci mette in comunione con l'Infinito.Ma bisogna avere veramente questa fede. E credere non è cosa facile. Credere che quest'uomo che è morto sopra una Croce è Figlio di Dio, credere che la sua resurrezione abbia un peso così grande da essere per noi la speranza di una resurrezione futura, di una trasfigurazione di tutto l'universo; di una vita immortale per tutti gli uomini, questa è una cosa veramente grande. E noi, attraverso l'annunzio della resurrezione, dobbiamo dare questo al mondo perché l'annuncio della resurrezione non è di per sé soltanto la resurrezione di un morto, ma è la conferma di Dio su tutto quello che il Cristo è. E il Cristo si è presentato come Salvatore del mondo; e il Cristo si è presentato come Colui che riannodava l'umanità a Dio; e il Cristo si è presentato come Colui che era la comunione e l'immensità dell'amore divino all'uomo che vive nel tempo.Non possiamo fermarci soltanto alla resurrezione come avvenimento perché anche se fosse vero che Lui è risorto, ma questa resurrezione non avesse un rapporto con me, beato Lui! ma a me cosa me ne viene? Ma la resurrezione del Cristo è il sigillo di Dio sull'opera del Cristo, è il sigillo di Dio su quello che la morte del Cristo è, secondo le parole stesse di Gesù: "Questo è il sangue versato per voi e per tutti per la remissione dei peccati". È la comunione con Dio che si apre per tutti noi, è la vita immortale per tutti noi. La resurrezione è la conferma di tutto questo.Miei cari fratelli, fra tanti anni come celebreremo questa Pasqua del Signore? Come vivremo quello che oggi viviamo? perché non vivremo mica altra cosa, vivremo quello che viviamo oggi, soltanto nella manifestazione ultima di quello che oggi crediamo nel mistero.E che è questo vivere nella verità ultima quello che viviamo oggi nel mistero? È il vivere questa comunione immensa di amore con Dio e fra di noi, è vivere questa vita immortale, è vivere questa beatitudine stessa di Dio, è vivere la gloria stessa di Colui che è risorto. Questo noi vivremo.Ci crediamo davvero? Diciamo di sì, ma non lo so mica se ci crediamo davvero. Parliamoci schietti, non giochiamo: abbiamo paura della morte? oppure possiamo dire, come Santa Teresa: "Muoio perché non muoio"?Le parole di Santa Teresa non sono qualcosa di straordinario se noi crediamo. La vita è tutta di là; noi viviamo qui la morte. Questo vivere quaggiù è morire, perché è rimandare soltanto la pienezza della vita, certo il passaggio da questa vita all'aldilà è angoscioso, perché l'uomo non può volere di per sé la rottura dell'anima dal corpo, ma io posso benissimo fare questo salto e non pensare tanto a questa distruzione del mio corpo, quanto pensare a quello che attraverso di questo mi si spalancherà.Se io penso a questo, allora tutta l'anima mia non diviene più che un'attesa: "ha sete l'anima mia del Dio vivente".E di che cosa possiamo aver sete, e di che cosa possiamo aver fame se non abbiamo fame e sete di Dio? Di che cosa possiamo aver fame, di che cosa possiamo aver sete se non di questa gloria che ci è promessa e che certamente verrà?Noi si crede, ma si vorrebbe rimandare sempre, non è vero? Ma siccome per andare di là bisogna passare attraverso la morte... che venga! tanto deve venire, che venga, perché la vita vera è tutta al di là. Ci può essere, sì, l'angoscia per questo passaggio, ma si fanno tanti salti, perché non si deve fare il salto di non pensare troppo questo passaggio per vedere quello che al di là del passaggio si apre per noi? La bellezza, la magnificenza della vita divina, l'irrompere di tutto l'amore di Dio nel cuore dell'uomo.Miei cari fratelli, fra poco, fra poco perché non è rimandato per nessuno, fra poco, noi vivremo veramente la vita. È questo che noi crediamo quando crediamo nella risurrezione perché la risurrezione del Cristo è soltanto l'inizio di una gloria che investirà tutta la creazione, di una gloria che irromperà e sommergerà ogni cosa nella gloria stessa di Dio che assumerà tutto l'universo per consumarlo nella sua luce infinita.Rendiamo testimonianza della Resurrezione, dunque, perché in questa testimonianza noi siamo coloro che daranno l'unica speranza agli uomini che vivono quaggiù nel buio e non sanno dove terminerà, il loro cammino. Per chi non crede, questo cammino è davvero come dice il Leopardi nel "Canto di un pastore errante", il vecchio che incespica e poi cade in un burrone e tutto finisce.Non è così per noi che annunciamo la risurrezione, il mondo ha veramente una speranza.Noi dobbiamo dare questa speranza al mondo, perché.... perché non tema. Il nostro cammino ha per meta la luce, il nostro cammino ha come meta la vita; il nostro cammino ha come meta l'amore. Il Cristo risorto ci ha aperto tutte le strade, non possiamo temere più.Ecco, mi sembra, quello che ci dice oggi l'annuncio della resurrezione, che per primo ha portato agli uomini Pietro Simone figlio di Giona.
U.S.F.P.V.
© Divo Barsotti

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